La solución es la doctrina social de la Iglesia, no la ideología
Una de las “cuentas pendientes” que nos debemos mutuamente los argentinos es “afianzar la justicia” –entre los principales de los objetos establecidos por el Preámbulo de la Constitución Nacional, conviene recordar– lo cual se ordena, a su vez, a la realización del bien común que, como lo define Pío XI en Divini illius Magistri, es “una paz y seguridad de las cuales las familias y cada uno de los individuos puedan disfrutar en el ejercicio de sus derechos, y al mismo tiempo en la mayor abundancia de bienes espirituales y temporales que sea posible en esta vida mortal mediante la concorde colaboración activa de todos los ciudadanos” (n. 36).
Sin perder de vistas los intereses buscados por los diversos “espacios políticos” que se presentarán el próximo 27 de octubre en las próximas elecciones generales en el nivel nacional, provincial y municipal, es necesario recordar algunos textos de la Doctrina Social de la Iglesia que, no obstante haber pasado los años, revisten una actualidad asombrosa. La actualidad del Magisterio social de la Rerum novarum de León XIII (15 de mayo de 1891), en este sentido, es patente y, todavía más en concreto, para la República Argentina. Al respecto, resultaría erróneo interpretar dichos textos desde un punto de vista nutrido en una visión “clasista”, típica de la cosmovisión marxista, por apuntar una de las corrientes ideológicas todavía influyentes en el campo de las ideas y de las prácticas sociales. En realidad, y teniendo en cuenta las diversas instancias desde las que la Iglesia enseña en materia social, como son los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción, nuestra interpretación debe insertarse en la línea de la continuidad sin perder de vista la prudente renovación de acuerdo al aquí y ahora de la vida de la Iglesia y del mundo.
Una de las enseñanzas que nos ofrece León XIII en la Rerum novarum es que se trata de un mal capital –capitale malum– “suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Es esto tan ajeno a la razón y a la verdad, que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada disposición que justamente se podría llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. La concordia engendra la belleza y el orden de las cosas [concordia gignit pulchritudinem rerum atque ordinem]; por el contrario, de la persistencia de la lucha tiene que derivarse necesariamente la confusión juntamente con un bárbaro salvajismo [contra ex perpetuitate certaminis oriatur necesse est cum agresti immanitate confusio]” (n, 14).
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, como reza el dicho. “Cortita y al pie”, diría don Alfredo Di Stéfano, la Saeta Rubia.
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