Mi experiencia de Medjugorje
por Pedro Trevijano
Llevo ya cinco años yendo a Medjugorje a confesar unos cuantos días (dos semanas y media). El motivo son dos textos bíblicos. El primero es Lucas 5, 4-8, el episodio de la pesca milagrosa, y el segundo es la Carta de Santiago 5, 19-20: “Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que quien convierte a un pecador de sus extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados”.
Allí suelo empezar el día con la Misa de nueve, que en los días de labor es en alemán (por cierto, ¡qué bien cantan los alemanes) y los domingos en italiano. La Misa a esa hora tiene la ventaja de que como las confesiones empiezan a las diez, no tienes que levantarte a media mañana para decirle a gente que posiblemente lleve una hora haciendo la cola que lo sientes mucho, pero que tienes que decir Misa. En cuanto te sientas en el confesonario, se te forma inmediatamente una cola que te tiene ocupado hasta las doce y media o una. Por eso no puedo por menos de acordarme del episodio de la pesca milagrosa.
Por la tarde la situación es parecida. Solía sentarme en el confesonario hacia las cinco y algo y tienes gente por lo menos hasta las ocho y, algún día, hasta las once.
Como todos los años, siempre hay algo que te llama poderosamente la atención. El año pasado presencié, por primera vez en mi vida, varios casos de posesión diabólica. Este año fue un asunto tal vez menor, pero que me preocupa porque indica cómo nuestra sociedad se está desquiciando. Confesé a varias maestras alemanas -repito, alemanas- y se me quejaban de lo mismo: la pérdida del principio de autoridad y de lo indisciplinados que eran los niños, aunque hace ya algún tiempo unas monjas españolas que trabajaban en Colonia me hablaban de cómo se estaba deteriorando la educación en ese país (y en el resto de Europa, creo se puede añadir).
Suele decirse de Medjugorje que es el confesionario del mundo. Entre los penitentes, al haber tan gran número es evidente que te encuentras de todo. En algunos casos he tenido la sensación de que acababa de confesar a un santo. Es relativamente frecuente que te encuentres con parejas de novios que intentan vivir un noviazgo cristiano en castidad, a fin de formar una verdadera familia cristiana. O los casos, relativamente numerosos, de jóvenes que están allí buscando su discernimiento vocacional, es decir, pidiendo luz a la Virgen sobre cuál es su puesto en la vida: una vocación religiosa o una vocación matrimonial. Como también te encuentras con divorciados reesposados, y por tanto sin acceso a la absolución y a la comunión, pero que consideran con razón que esa confesión, aun sin absolución, es un paso en la buena dirección; e incluso, con relativa frecuencia -sobre todo si tienen una cierta edad-, intentan vivir, y lo consiguen, como hermano y hermana, a fin de poder recibir los sacramentos.
Personalmente, como confesor, me gusta insistir en estos cinco puntos:
-Fe: si “los apóstoles le dijeron al Señor: ‘Auméntanos la fe’”, ¿qué hemos de pedir nosotros?;
-Oración: sin oración no hay vida cristiana;
-Paz, que es lo que la gente más pide en Medjugorje a una Virgen que se presenta como Reina de la Paz;
-Alegría, haciendo caso a la orden de San Pablo: “Estad siempre alegres” (1 Tes 5,16), porque cuando estamos contentos y de buen humor nos es fácil hacer el bien, mientras que, cuando estamos enfadados, ni somos encantadores, ni hacemos el bien;
-y por último, Confianza: ojalá tengamos cada día más confianza en Ella y en su Hijo.
Pero al ser Medjugorje un lugar de peregrinación, es relativamente fácil encontrarte con personas cuya última confesión fue hace varias decenas de años. Como para muchos es un momento muy importante y emocionante de sus vidas, en los confesionarios hay paquetitos con pañuelos de papel, porque las lágrimas, aunque con frecuencia son de felicidad, suelen ser bastante frecuentes.
Lo que en cambio sí se nota, confesando a tanta gente de tan diversos países, es el progresivo deterioro de nuestra sociedad. Una sociedad que prescinde de Dios acaba por ser una sociedad sin principios morales, con gente que se siente infeliz y que no tiene ni idea de cómo encontrar sentido a su vida. Ello se nota especialmente en dos casos: las relaciones prematrimoniales y el aborto.
Sobre las relaciones prematrimoniales mi experiencia sobre ellas es tan negativa que suelo decir a las parejas que si quieren romper su relación, un método muy bueno es irse a la cama. Y ello por dos razones: una, sobrenatural, porque Dios es Amor y, por tanto, lo que es pecado sencillamente nos aleja de Dios y en consecuencia del amor. La otra es de tipo natural: las estadísticas de varios países, entre ellos España, Francia, Suecia y Estados Unidos, nos señalan que la cohabitación previa, con sus correspondientes relaciones sexuales, aumenta el número de rupturas y perjudica la estabilidad matrimonial. Pero decir esto es políticamente incorrecto, aunque ello signifique que muchos jóvenes, víctimas de este colosal engaño, se aperciban de él cuando ya no pueden formar una familia.
Otro de los grandes problemas es el aborto. Como hoy se realizan tantos, es lógico que cada vez nos lleguen más casos. No hay que olvidar que es una industria que mueve muchos millones y que hace muy ricos a algunos que, por tanto, tienen gran interés en ocultar los aspectos desagradables de este infame negocio. Muchísimas mujeres e incluso algunos hombres vienen muy afectados por el síndrome postaborto. Como sacerdotes podemos y debemos decirle a quienes nos vienen en confesión que Dios, puesto que están arrepentidas, les perdona, pero queda un segundo problema: el de perdonarse a sí mismas y el de perdonar a las personas que les han empujado a tomar esa desastrosa decisión, pues nuestro objetivo es sanar a esa persona en todas sus dimensiones, devolviéndoles la esperanza. Pues, como dice Juan Pablo II en su encíclica Evangelium Vitae, el perdón y la paz están abiertos a ellas en el Sacramento de la Reconciliación, e incluso el perdón de su hijo que ahora vive en el Señor.
Para terminar, no olvidemos que la tarea de María es acercarnos a Jesús. No nos extrañe por ello que las funciones más importantes de Medjugorje sean la Santa Misa y la adoración al Santísimo.
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