Junto al Papa Francisco
por Naim Shoshandy
El pasado miércoles 20 de marzo, junto con un grupo de fieles de la diócesis de Albacete, donde actualmente estoy trabajando, participé como un peregrino más en la audiencia general del Papa Francisco, realizada en la plaza de San Pedro. Que para mí consistió en dos grandes momentos.
El primero fue concentrarme con atención para escuchar la catequesis del Papa, en ella explicó la tercera invocación del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad”. Francisco acentuó que “la voluntad de Dios es buscar y salvar aquello que se ha perdido”. El Padre Nuestro “es una oración que enciende en nosotros el mismo amor de Jesús por la voluntad del Padre”.
El segundo momento de ese día fue encontrarme personalmente con el Papa, saludarlo y dialogar con él. Conocer a Su Santidad era un anhelo mío muy profundo y con esa ilusión peregriné a Roma, para ver a quien con sus gestos pastorales expresa la paternidad sacerdotal.
Y puedo compartir que hay veces que la Divina Providencia nos guía hacia situaciones o lugares que nunca habríamos soñado, o que incluso habiéndolas deseado nunca pensamos que se harían realidad. Y esta fue una de ellas.
Tras las debidas gestiones conseguí un sitio especial dentro de la audiencia, y cuando Su Santidad terminó la catequesis, al despedirse de los que allí estábamos reunidos, cuál sería mi sorpresa y emoción cuando se acercó hacia donde yo estaba; sentí como si me buscara para hablar conmigo. En esos momentos me temblaban las piernas y apenas me salía la voz del cuerpo, pero él, con su cariño y paciencia, cogió mis manos y me dijo “tranquilo hijo mío” y yo comencé a hablar.
Me presenté como lo que soy, un sacerdote de Irak y víctima del Daesh. Le dije que represento a los cristianos perseguidos de mi país. Le pedí una oración por todos nosotros y en sus ojos vi reflejada su solidaridad por cuanto le relaté, tanto de la historia de mi familia como, especialmente, del sufrimiento vivido tras el asesinato de mi hermano.
La fuerza de las manos del Santo Padre sobre mis manos es algo que tendré grabado en mi memoria por siempre. ¡Su vigor es como el de un padre! En ese momento experimenté el abrazo maternal de la Iglesia sobre mí y sobre mi pueblo.
Antes de bendecirme, me prometió rezar por todos los cristianos perseguidos, especialmente por los de mi país. Y estoy seguro de que su plegaria ya ha sido elevada al cielo.
Cada día doy gracias a Dios por estos momentos que me ha regalado. El recuerdo de la mirada paternal del Papa, su humanidad y cercanía me acompañarán toda mi vida.
Naim Shoshandy es sacerdote en Irak.