Economía, educación y cambios necesarios
En términos generales, nuestros jóvenes son ajenos al valor del esfuerzo y de la entrega
A vueltas con la temida reforma del Plan de Pensiones actual, no he podido dejar de pensar en mis alumnos y en su desquiciada educación. Como he escrito en un anterior artículo, la pobreza de nuestro sistema educativo es vital para su futuro. La elección de un buen centro de enseñanza no garantizará la inmunidad de nuestros hijos, pero sí los reforzará para que puedan enmendarse y progresar en su porvenir. Aun así, muy difícilmente podrán evitar inhalar ciertos valores ya inherentes en estas generaciones, ciertas perspectivas vitales que la educación apenas puede erradicar, y mucho menos sin la ineludible participación de las familias, pilar básico de nuestra sociedad.
Nuestros jóvenes tiene sus retinas desgastas por borregos que aletargan el sinsentido de sus vidas encerrados en una casa vigilada por Dios sabe qué Gran Hermano - porque para tener hermanos así más valdría no tenerlos -; nuestras generaciones más núbiles crecen conscientes de que los Ni Ni cada vez son más, y que hasta son homenajeados en diversos programas de la gran pantalla; nuestros chicos y chicas viven asomados a una televisión que los alienta no solo a ser vagos y a no esforzarse, sino que los maleduca con espejismos de felicidad y placer que en nada se corresponden en la realidad; nuestros hijos aspiran a sentarse rodeados de cámaras, en un inmenso Quiere ser millonario que les solucione el futuro sin trabajar; nuestros jóvenes viven en un Avatar que no existe, acechados por vampiros que nunca llegarán a ver, enajenados por una magia Potter que no acaba de solucionar sus problemas, sumidos en un Mátrix que aletarga sus posibilidades de luchar por un mundo real.
En términos generales, nuestros jóvenes son ajenos al valor del esfuerzo y de la entrega, porque ni la sociedad ni la gran pantalla todavía ha tomado consciencia de que necesitamos lo que planteaba aquel programa televisivo: un «Cambio radical».
Y comenzaba acordándome de mis alumnos y de nuestros jóvenes a la luz de las últimas informaciones sobre nuestro estado económico actual. No hace falta que recuerde que es dramático, no solo porque las cifras comienzan a desmoronarse, sino porque realmente la realidad nos apremia a un cambio de modus vivendi. Me parece representativo el problema que se nos presenta con nuestro modelo de pensiones. La mayoría de los analistas coinciden que, con una sociedad cada vez más envejecida, con unas tasas de natalidad mediocres, y computando solo los últimos quince años trabajados – cuando se supone que nuestros ingresos han sido más generosos -, nuestro sistema es insostenible. No se trata de lo que diga o haga un partido político. Simplemente, el sistema actualmente vigente está caduco, y el cambio implicará sacrificio y entrega, nada de maquillajes, frases grandilocuentes o improvisadas. Lamentablemente, nuestro Plan de Pensiones comunitario y solidario agoniza, y hay que aceptarlo.
¿Estará preparada está sociedad tan poco dada al esfuerzo y sacrificio para afrontar cambios como este? Yo intuyo que no. Sin embargo, una política responsable y madura – evidentemente de consenso – debe imponerse como un anciano lo haría sobre su patriarcado: con autoridad y decisión.
La última encíclica de Benedicto XVI, Caritas in Veritate, parece más preclara que nunca, y calza con la situación política y económica mundial – y nacional – con maestría y precisión. No solo apunta a que nuestro modelo económico debe cambiar, sino a que nuestra economía – no negativa per se – necesita de la solidaridad y de la justicia, porque sin esta última, nuestro sistema nos conduce a la desigualdad y a la mera búsqueda del beneficio. Y esto ni es solidario, ni es bueno.
Nuestra sociedad no está educando hacia el bien común. Bien es cierto que en cada cultura siempre aparecen conatos de sensatez, pero no estamos formando jóvenes solidarios y justos. Esto implica un esfuerzo que ellos creen que siempre es una obligación del otro. Esto implica saber renunciar y aceptar que la completa felicidad no se obtiene aumentando nuestros beneficios, sino teniendo en cuenta al otro, en el más amplio sentido de la palabra.
No creo que nuestros jóvenes vayan a poder asimilar las reformas que necesita nuestra economía, y cuando apunto a los jóvenes también me dirijo a aquellos que ya se están incorporando al mercado de trabajo. Creo que es hora de dejar la superficialidad, el oportunismo y las ideas fáciles. Creo que es tiempo de reformas económicas, pero también morales. Y en esto la educación se debe implicar muchísimo más, haciendo un profundísimo análisis de nuestro sistema educativo ya no apto para oportunistas que desechan cualquier modelo del pasado.
Creo que para cambiar el mundo debemos por comenzar a cambiar nosotros mismos.
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