Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El mundo como creación de Dios

Unas manos en forma de cuenco sostienen tierra.
El sentido de la ecología cristiana es devolver a Dios el trabajo del hombre sobre la Creación. Foto: Gabriel Jiménez / Unsplash.

por Albert Cortina

Opinión

¿Cómo podemos explicar a nuestros contemporáneos cual es el planteamiento ecológico cristiano? ¿De qué forma podemos comunicar a la comunidad católica ese planteamiento ecológico que se basa en las Sagradas Escrituras? ¿Cómo la teología de la creación nos ayuda a formarnos en esta dirección? ¿De qué forma se puede integrar ecología natural y ecología humana?

¿Qué supone aceptar que el mundo es creación de Dios?

Con estas y otras preguntas iniciamos recientemente una sesión de debate promovido por el Grupo Laudato Si’ de la parroquia de Sant Pere Octavià en el Monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), abierto a catequistas, jóvenes, familias y a todas aquellas personas que desean conocer los principios cristianos esenciales para una tarea ecológica adecuada en una sociedad tan secularizada como la nuestra.

Para ello, realizamos una relectura de los tres principios clave de una ecología basada en la sabiduría de los relatos bíblicos (creación, alianza y nueva creación) a la luz de Cristo (Alfa y Omega de la creación) según la propuesta del sacerdote Carlos Granados, doctor en Sagrada Escritura en la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid.

Por otro lado, en el transcurso del debate se expusieron brevemente cinco grandes retos que actualmente desafían la aceptación cristiana de la creación como obra del Creador y nuestro papel como custodios de lo creado, y que lo hacen desde una perspectiva amplia de la denominada “cultura de la cancelación”.

En primer lugar, el transhumanismo, como bioideología que pretende la cancelación de la naturaleza humana, sustituyéndola por una condición posthumana, utilizando las biotecnologías emergentes. De este modo, según esta bioideología, que a su vez es una nueva tecno-religión gnóstica, en un futuro no muy lejano se podrán eliminar totalmente la vulnerabilidad y la fragilidad humana, e incluso superar nuestra condición mortal inevitable, prometiendo la migración de nuestra mente fuera de nuestro cuerpo biológico, trascendiéndolo, y alcanzando de este modo la promesa de una inmortalidad cibernética.

En segundo lugar, el globalitarismo, con la implantación de una agenda mundial promovida por unos organismos internacionales no elegidos democráticamente, cada vez más dirigidos por los intereses económico-financieros privados, sustentada por un pensamiento único postcristiano e impulsada por un poder tecnocrático y corporativo con tendencias totalitarias, cancelando la libertad humana tal y como la quiso Dios. El globalitarismo, con sus tácticas maltusianas de reducción de la población mundial, pretende también la cancelación del derecho a la vida, desde el inicio de la concepción hasta el final por muerte natural.

En tercer lugar, la ideología de género con su pretensión de cancelar el sexo recibido.

En cuarto lugar, la cultura woke, que pretende cancelar el contexto histórico occidental, la familia y los pilares fundamentales de la civilización cristiana y sus “principios no negociables”, término acuñado por el Papa Benedicto XVI. Lo woke ofrece lo que el secularismo no ha logrado proporcionar y ha rellenado el vacío de Dios en nuestra cultura.

Y finalmente, en quinto lugar, el ecologismo profundo que pretende cancelar la singularidad del hombre (varón y mujer) y su responsabilidad sobre la creación, así como las nuevas espiritualidades gnósticas e inmanentes que tratan de imponer en nuestras sociedades una religión universal, secular y panteísta, donde el ser humano, ensimismado en su ego y en una interioridad autoreferencial, se entroniza hasta creerse dios (el Homo Deus de Yuval Noah Harari).

Teología del cuerpo y teología de la creación

Tal y como afirma el sacerdote José Granados, doctor en Teología Dogmática, el punto de vista del cuerpo permite situar la teología de la creación en el contexto contemporáneo, distinguiéndola de otras formas de acceso a Dios típicas de nuestro tiempo, como el deísmo o como la perspectiva espiritualista gnóstica.

En efecto, el deísmo busca un “Dios matemático”, que explique los movimientos mensurables de la materia. Por otro lado, el enfoque gnóstico persigue un “Dios íntimo”, proyección de los deseos de cada uno.

En ambos casos, se reduce o disminuye el concepto de Dios, y esto se corresponde con una reducción de la imagen de lo humano. El deísmo subsume todo dentro de lo racional y el enfoque gnóstico dentro de lo emotivo.

Por el contrario, la mirada que percibe al Dios Creador parte de la unidad entre persona y mundo que se da precisamente en el cuerpo del hombre (varón y mujer). La misteriosa unidad entre mundo y persona, que ocurre a través del cuerpo, debe tomarse como punto de partida para buscar su fundamento último en el Dios Creador.

La aceptación cabal de nuestra condición encarnada sólo es posible si aceptamos que existe un Creador del cuerpo, que ha inscrito en este cuerpo un lenguaje. Y tal lenguaje del cuerpo nos invita en primer lugar a dar gracias al Creador por sus dones, y a desarrollar nuestra vida en relación con los hermanos, como miembros los unos de los otros, fundamento de la fraternidad humana fundada en nuestra filiación divina común.

Tal y como nos recuerda el profesor José Granados, todo se juega en el encuentro entre el cuerpo eucarístico de Cristo, por un lado, y la experiencia encarnada de la persona, por el otro. De este modo, la creación se verá, principalmente, como creación de la carne que se ilumina desde la carne resucitada de Jesús y que se nos entrega en el sacramento de la Eucaristía.

Si el culmen de todo el proyecto divino sobre el mundo es la carne resucitada, es decir, el cuerpo glorioso, esta ha de ser también la clave para entender el principio de la obra de Dios. La Escritura asocia con frecuencia la creación y la resurrección. Por ello, el centro de la revelación cristiana es la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, que anticipa la resurrección de nuestra carne, y por extensión la resurrección de todo lo creado hacia una nueva creación.

En esa mirada sobre la creación, se da un amplio papel al Espíritu Santo. Su obra se ve sobre todo como la de una fuerza dinámica que relaciona a los seres entre sí y los mueve hacia su meta definitiva en Dios. De esta forma se asocia al Espíritu la doctrina sobre la providencia, y se propone una presencia del Espíritu que explique desde un punto de vista teológico los datos de la evolución.

Así, resulta el cuerpo, la palabra, la acción del Espíritu, todo ello en vistas a una consumación final, que explica el movimiento de lo creado.

Creación, alianza y nueva creación, principios claves para la tarea ecológica cristiana

Tal y como afirma el profesor Carlos Granados en su obra Cristo, Alfa y Omega de la creación. Luz para la tarea de la ecología, la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco pone como principio cristológico y como centro para la tarea ecológica a Cristo como principio y destino de la creación. Para ello, desarrolla a la luz de la Escritura tres elementos que son la base y fundamento de un planteamiento cristiano de la ecología: la creación, la alianza y la nueva creación. Recorriendo el Antiguo y el Nuevo Testamento desde esta perspectiva, se muestra el verdadero sentido de la “casa común”: la manifestación del Hijo de Dios y de los hijos de Dios.

¿Qué nuevo planteamiento de la ecología supone pues situar la creación y la recreación en Cristo como centro? Supone, como señala Granados, que el punto de partida no puede ser ya la mera encuesta sociológica, lo que parece dar de sí el consenso científico o las cuestiones que plantean los intereses de la economía.

Un planteamiento creyente implica recuperar tres elementos que querría desarrollar a continuación brevemente: la creación, la alianza y la recreación.

En primer lugar, el punto de partida de una ecología que pretenda basarse en la herencia bíblica debe ser la creación. No podemos renunciar a este punto de partida tratando de encontrar algo así como un lugar común de debate con la persona no creyente. Porque sin este fundamento caeremos seguramente en manos de una, más o menos crasa, divinización o demonización de la naturaleza. Hoy en día el concepto de creación no se puede dar por descontado, incluso entre los creyentes católicos. Es necesario, pues, explicitar el acontecimiento creador como punto de partida.

En segundo lugar, un planteamiento ecológico basado en la sabiduría de los relatos bíblicos debería introducir en su núcleo íntimo de reflexión el concepto de alianza. Según la Biblia, no se puede comprender la creación si no se entiende la alianza que Dios sella con el ser humano. Son elementos parejos e inseparables.

¿Qué significa en concreto esta intima vinculación de creación y alianza para la ecología? Según el profesor Carlos Granados, supone la necesidad de reconocer que todo lo creado tiene como sentido la alianza entre Dios y el hombre, que no es fin en sí mismo, sino fin para construir esa alianza. Laudato Si’ se refiere a este punto, en cierta medida con la categoría de “ecología humana”. Se trata, en todo caso, de reconocer el carácter sacramental de todo lo creado para expresar la alianza entre Dios y el hombre. La creación alcanza su sentido cuando el fruto del trabajo del hombre vuelve a Dios. Un planteamiento ecológico que no se inscriba en esta “lógica sacramental” de lo creado no podrá nunca llegar a un equilibrio sano entre el disfrute y el cuidado o custodia de la creación. El carácter sacramental es una “marca espiritual indeleble” significado de la palabra carácter. Todos los sacramentos son un encuentro con Cristo que es Él mismo el sacramento original.

Finalmente, y en tercer lugar, un planteamiento ecológico basado en la sabiduría de los relatos bíblicos debe entenderse dentro de la lógica de la nueva creación. La Biblia habla de los cielos nuevos y la tierra nueva que supondrá la desaparición de lo antiguo (Is 65, 17); hablan de una “alianza de paz” que se sellará entre los hombres, los seres vivientes y la tierra en el tiempo por venir y que se vincula claramente con la renovación definitiva de todo lo creado (Os 2,20; Ez 34, 25).

El mensaje de una nueva creación implica una continuidad con el primer cielo y la primera tierra, pero también una fuerte discontinuidad, un elemento de caducidad en lo creado. Será el Creador del universo quien tocará la tierra y ella se estremecerá, es decir, que el Creador va a intervenir otra vez en la historia para introducir una novedad similar a la de la primera creación.

¿Por qué es tan importante este punto de vista de la nueva creación para la ecología? Lo es porque esta última debe tener siempre en cuenta la caducidad del mundo presente, que nos hace escapar de la divinización de su figura. El cuidado de la creación debe tener siempre en cuenta este “limite” que le marca la nueva creación, la cual es un don de Dios y no es el mero fruto del cuidado y del trabajo humano. En este sentido, utilizamos el término recapitulación: es el mismo Dios que estuvo en el origen quien recapitulara todas las cosas al final.

Sin embargo, esto no debe llevarnos a la despreocupación por esa “primera tierra” (nuestro planeta y el cosmos) pero si nos permite clarificar su relación con el centro (Cristo), de modo que la que algunas espiritualidades paganas denominan como la “Madre Tierra” no se transforme en un absoluto. En este sentido, la eco-logía (ciencia que trata de explicar cómo se relacionan los seres vivos entre sí y con el entorno) es siempre una disciplina secundaria, que remite a la teo-logía (ciencia que trata de la Palabra de Dios y sobre Dios, fundada en los textos sagrados, la tradición y los dogmas) y a la cristo-logía (que trata de Nuestro Señor Jesucristo).

La Eucaristía vinculada al carácter sacramental de lo creado

La ecología cristiana parte de la creación en Cristo como clave de bóveda para la ecología. En efecto, la encíclica Laudato Si’ afirma explícitamente que “para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: Todo fue creado por Él y para Él (Col 1,16)" (n. 99).

Este primado de Cristo se repite y desarrolla en el siguiente número de la encíclica: “De este modo, las criaturas de este mundo ya no se presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud” (n. 100).

Los cristianos no escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios (n. 235). He aquí otra dimensión clave para comprender la ecología cristiana.

Tal y como lo expresa Carlos Granados, la creación alcanza su sentido cuando el fruto del trabajo del hombre vuelve a Dios. Un planteamiento ecológico que no se inscriba en esta “lógica sacramental” de lo creado no podrá nunca llegar a un equilibrio sano entre el disfrute de los bienes dados y el cuidado de la creación.

Desde el punto de vista de la teología de la creación, lo que la creación aguarda, el verdadero sentido de la ecología y el verdadero sentido de la “casa común” es la definitiva manifestación del Hijo de Dios y de los hijos de Dios en la nueva creación, al final de los tiempos.

Solo cuando el hombre aprende a cuidar esa creación que es el hombre mismo, solo cuando aprende a vivir en alianza con Dios, y por tanto, en fraternidad, descubre el sentido último del cuidado de la naturaleza y de la custodia de la creación.

En la Eucaristía, la nueva alianza se vincula con el carácter sacramental de lo creado, con el pan y el vino que, a través de la Transubstanciación, se transforman en el cuerpo y la sangre de Jesucristo para convertirse en el fundamento de esta nueva alianza. Por eso podemos afirmar que el culto eucarístico es meta de la creación.

Adoración al Santísimo en el Monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona).

Adoración al Santísimo en el Monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona). Foto: Albert Cortina.

Dice Laudato Si’ que los sacramentos son un modelo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural. De este modo, a través del culto somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan a la alabanza y gloria de Dios Creador.

Según Granados, la liturgia es el lugar en el que se aprende el principio y el fundamento de la ecología: la adoración. Un planteamiento ecológico cristiano no puede olvidar este punto de vista sacramental litúrgico.

De este modo, comprender la importancia del culto, es una cuestión fundamental para una correcta comprensión de la ecología. En la liturgia es donde se aprende el cuidado de la “casa común” porque se observa como la creación es elevada y convertida en sacramento de la presencia de Dios.

Conclusión

La ecología cristiana encuentra en el sacramento eucarístico una particular condensación; los bienes de la tierra frutos del trabajo humano, se transforman en un cuerpo glorificado, mostrando así su última destinación. En el cuerpo eucarístico se anticipa la divinización de todo lo creado, se muestra su última dignidad, se manifiesta porqué la creación es digna de respeto y debe ser atendida y cuidada. Ese es el auténtico fundamento de nuestro deber en relación a la custodia de la creación.

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