Monseñor Aguer, un pastor teólogo como Dios manda
Aguer es un obispo teólogo. Ahora me explico. Movido por el celo apostólico, vela por sus ovejas y, a tiempo y a destiempo, les anuncia a Jesucristo, la Verdad que salva, y denuncia el error y las malas costumbres para que los hijos de Dios no se vuelvan a las tinieblas siguiendo los dictámenes de la mentalidad del mundo.
Al contemplar la vida de un pastor como monseñor Héctor Rubén Aguer, arzobispo emérito de La Plata, uno enseguida recuerda a esos obispos teólogos que cristianizaban el mundo pagano durante los primeros siglos de la Iglesia. Pienso en Agustín de Hipona, en Ambrosio de Milán, en Hilario de Poitiers, en Basilio Magno y en Juan Crisóstomo, entre otros.
En el panorama de la Iglesia en la Argentina, un hombre cristiano como Aguer resulta relevante, de modo obligado y justamente merecido, como un sacerdote cien por cien que, ya desde pequeño, supo destacarse por su formación humanista. Conocedor y estudioso de la mejor tradición filosófica en la línea de Platón a la vez que de Aristóteles, y teológica, en íntima colaboración con la filosófica, como es la representada por Santo Tomás de Aquino, y abierto con buen criterio a los aportes del pensamiento moderno y contemporáneo; saboreador de la Sacra Scriptura en sus idiomas originales; frecuentador y difusor de la vida artística, literaria y musical universal, nadie puede permanecer indiferente ante su figura.
Héctor Aguer ha sido obispo auxiliar de Buenos Aires (1992-1998) y obispo coadjutor y arzobispo de La Plata (1998-2018). El 24 de mayo presentó su renuncia al Papa, al cumplir 75 años.
Dije arriba que Aguer es un obispo teólogo. Ahora me explico. Movido por el celo apostólico, vela por sus ovejas y, a tiempo y a destiempo, les anuncia a Jesucristo, la Verdad que salva, y denuncia el error y las malas costumbres para que los hijos de Dios no se vuelvan a las tinieblas siguiendo los dictámenes de la mentalidad del mundo. Obispo teólogo, agrego, porque sabe, según el Corazón de Cristo, dar razones de la fe verdadera y argumenta a favor de los misterios divinos mediante el obsequio de la inteligencia para servir a la Palabra hecha carne.
En una entrevista que me concedió generosamente en medio de sus afanes apostólicos, cuando le pregunté con cuál de los Apóstoles se identificaba, me respondió: “Yo admiro especialmente a San Pablo, cuyas cartas leo asiduamente en su original griego; siempre encuentro un sabor nuevo, una riqueza insospechada”.
Efectivamente, monseñor Aguer es de la misma estirpe que el Apóstol de los gentiles y en una Argentina cada vez más pagana. Si hay algo que lo caracteriza es la parresía de la fe, es decir, la libertad para hablar que procede de la constancia de ánimo y de la firme persuasión de la verdad, concepto que él mismo explica, en la línea del Nuevo Testamento, en un trabajo antológico sobre las encíclicas de San Juan Pablo II: Parresía de la fe, audacia de la razón.
Propios y ajenos saben de la parresía de este imitador de San Pablo al momento de predicar el Evangelio de Jesucristo. Movido por la auténtica caridad y sin disimulo ni temores, llama a las cosas por su nombre. ¿Molesta? Sí, claro. En realidad, nos molestamos los fieles cristianos, clérigos incluidos, que no soportamos la predicación de la doctrina verdadera. ¿Sacude? Sí, por supuesto. Sacude la modorra burguesa que sufrimos, al menos en la República Argentina, los católicos comodones que estamos muy bien instalados en este mundo y nos conformamos con la predicación de un Evangelio “políticamente correcto” ad usum en que al aborto se lo llama “interrupción del embarazo”, a la fornicación “amor libre y responsable” y tantos otros eufemismos a la carta de un cristianismo blandengue que no convierte a nadie. ¿Será porque no molesta ni sacude?
En respuesta a otra de las preguntas que le hice, señaló: “El ministerio del obispo no se parece en nada al de un funcionario, es un hecho espiritual”. Más adelante puntualizó: “Obispo viene de un término griego que puede traducirse centinela; su tarea es advertir, señalar qué está bien y qué está mal, no sólo en el plano religioso sino también en el cultural y el social, que no pueden emanciparse de la verdad y la justicia. Trato de ser prudente en mis manifestaciones; ahora bien, la prudencia no debe confundirse con un encogimiento medroso, ni con el cálculo, ni con un equilibrio irenista para no disgustar a nadie”.
Renuevo, una vez más, mi agradecimiento y reconocimiento a monseñor Aguer. Dios existe y es retribuidor de buenos y castigador de malos. Aguer está entre los primeros y lo ayuda, para esto, tener que pasar por muchas tribulaciones y, así, entrar en el Reino de los Cielos.
Monseñor Aguer fue, es y seguirá faro para cada uno de nosotros en el ocaso de la República Argentina. Como la Virgen, "silenti opere", a la vez que no pudiendo ni debiendo esconder la lámpara debajo del celemín.
Entrevista de Germán Masserdotti a monseñor Héctor Aguer en Religión en Libertad
Parte I: Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, evoca su formación y destaca la importancia de Santo Tomás
Parte II: Monseñor Aguer: «Detrás de los intentos de confusión se perfila la figura del Padre de la Mentira»
En el panorama de la Iglesia en la Argentina, un hombre cristiano como Aguer resulta relevante, de modo obligado y justamente merecido, como un sacerdote cien por cien que, ya desde pequeño, supo destacarse por su formación humanista. Conocedor y estudioso de la mejor tradición filosófica en la línea de Platón a la vez que de Aristóteles, y teológica, en íntima colaboración con la filosófica, como es la representada por Santo Tomás de Aquino, y abierto con buen criterio a los aportes del pensamiento moderno y contemporáneo; saboreador de la Sacra Scriptura en sus idiomas originales; frecuentador y difusor de la vida artística, literaria y musical universal, nadie puede permanecer indiferente ante su figura.
Héctor Aguer ha sido obispo auxiliar de Buenos Aires (1992-1998) y obispo coadjutor y arzobispo de La Plata (1998-2018). El 24 de mayo presentó su renuncia al Papa, al cumplir 75 años.
Dije arriba que Aguer es un obispo teólogo. Ahora me explico. Movido por el celo apostólico, vela por sus ovejas y, a tiempo y a destiempo, les anuncia a Jesucristo, la Verdad que salva, y denuncia el error y las malas costumbres para que los hijos de Dios no se vuelvan a las tinieblas siguiendo los dictámenes de la mentalidad del mundo. Obispo teólogo, agrego, porque sabe, según el Corazón de Cristo, dar razones de la fe verdadera y argumenta a favor de los misterios divinos mediante el obsequio de la inteligencia para servir a la Palabra hecha carne.
En una entrevista que me concedió generosamente en medio de sus afanes apostólicos, cuando le pregunté con cuál de los Apóstoles se identificaba, me respondió: “Yo admiro especialmente a San Pablo, cuyas cartas leo asiduamente en su original griego; siempre encuentro un sabor nuevo, una riqueza insospechada”.
Efectivamente, monseñor Aguer es de la misma estirpe que el Apóstol de los gentiles y en una Argentina cada vez más pagana. Si hay algo que lo caracteriza es la parresía de la fe, es decir, la libertad para hablar que procede de la constancia de ánimo y de la firme persuasión de la verdad, concepto que él mismo explica, en la línea del Nuevo Testamento, en un trabajo antológico sobre las encíclicas de San Juan Pablo II: Parresía de la fe, audacia de la razón.
Propios y ajenos saben de la parresía de este imitador de San Pablo al momento de predicar el Evangelio de Jesucristo. Movido por la auténtica caridad y sin disimulo ni temores, llama a las cosas por su nombre. ¿Molesta? Sí, claro. En realidad, nos molestamos los fieles cristianos, clérigos incluidos, que no soportamos la predicación de la doctrina verdadera. ¿Sacude? Sí, por supuesto. Sacude la modorra burguesa que sufrimos, al menos en la República Argentina, los católicos comodones que estamos muy bien instalados en este mundo y nos conformamos con la predicación de un Evangelio “políticamente correcto” ad usum en que al aborto se lo llama “interrupción del embarazo”, a la fornicación “amor libre y responsable” y tantos otros eufemismos a la carta de un cristianismo blandengue que no convierte a nadie. ¿Será porque no molesta ni sacude?
En respuesta a otra de las preguntas que le hice, señaló: “El ministerio del obispo no se parece en nada al de un funcionario, es un hecho espiritual”. Más adelante puntualizó: “Obispo viene de un término griego que puede traducirse centinela; su tarea es advertir, señalar qué está bien y qué está mal, no sólo en el plano religioso sino también en el cultural y el social, que no pueden emanciparse de la verdad y la justicia. Trato de ser prudente en mis manifestaciones; ahora bien, la prudencia no debe confundirse con un encogimiento medroso, ni con el cálculo, ni con un equilibrio irenista para no disgustar a nadie”.
Renuevo, una vez más, mi agradecimiento y reconocimiento a monseñor Aguer. Dios existe y es retribuidor de buenos y castigador de malos. Aguer está entre los primeros y lo ayuda, para esto, tener que pasar por muchas tribulaciones y, así, entrar en el Reino de los Cielos.
Monseñor Aguer fue, es y seguirá faro para cada uno de nosotros en el ocaso de la República Argentina. Como la Virgen, "silenti opere", a la vez que no pudiendo ni debiendo esconder la lámpara debajo del celemín.
Entrevista de Germán Masserdotti a monseñor Héctor Aguer en Religión en Libertad
Parte I: Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, evoca su formación y destaca la importancia de Santo Tomás
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