Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Eutanasia o suicidio asistido


La eutanasia introduce una dinámica de muerte, que resulta implacable. Revindicar el derecho a morir, cuando nuestra legislación ni tan siquiera ha sido capaz de reconocer el derecho a vivir del "nasciturus", nos encamina hacia la eutanasia impuesta.

por Monseñor José Ignacio Munilla

Opinión

Llama la atención la falta de debate social tras la aceptación a trámite en el Congreso de Diputados de la ley de eutanasia, presentada por el PSOE y aprobada con el apoyo de PNV, Podemos, ERC y PDeCAT. Lo curioso es que, mientras unos políticos propugnan la legalización de la eutanasia en respuesta a una supuesta demanda social, los expertos en cuidados paliativos -que son quienes atienden a los pacientes terminales- son los más reacios. El pronunciamiento de las asociaciones de cuidados paliativos ha sido nítido: su objetivo es ayudar a vivir con dignidad hasta la muerte. Lo que incluye, además del alivio del dolor, el control de los síntomas y el bienestar psicológico y espiritual; pero en ningún caso la eutanasia y el suicidio asistido. Estos últimos vulneran la ética médica además de socavar la relación de confianza entre el médico y el paciente.

Rafael Mota, presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, afirma: «Cuando un enfermo ingresa en cuidados paliativos te dice que así no se puede vivir. Cuando lleva un tiempo bien tratado, deja de pedir la muerte. Llevo 17 años viendo enfermos en estado terminal y sé que la gente no quiere morir; lo que no quiere es sufrir. Quiere vivir». Por su parte, Anne de la Tour, presidenta de la Asociación de Acompañamiento y Cuidados Paliativos de Francia, respondía recientemente a los 156 diputados franceses que han propuesto una ley similar: «Sería una ley escrita para los sanos, para apaciguar su miedo a un sufrimiento lejano y potencial, cuando los que están en situación real e inmediata lo que reclaman es que se cumpla la promesa de aliviar el sufrimiento, de un fin de vida que siga siendo vida hasta el final y de una muerte humana que no les quite nunca su dignidad».

Lo cierto es que la experiencia demuestra que la eutanasia termina siendo competidora de los cuidados paliativos. De hecho, en los países en los que se ha legalizado la eutanasia, disminuye la inversión en cuidados paliativos. Obviamente, es mucho más fácil recurrir al atajo del 'corredor de la muerte' que adentrarse en un acompañamiento más complejo. En nuestro contexto social, los cuidados paliativos han experimentado un avance espectacular en los últimos años, y todavía existe un gran margen para su mejora, ya que aún no están reconocidos en España como una especialidad.

La introducción de esta proposición de ley en España ha coincidido con la imposición de le eutanasia al niño británico Alfie Evans, en contra de la voluntad de sus padres. Se trata de un caso que ha abierto los ojos a una parte importante de la opinión pública europea: ¿la eutanasia es una elección libre, como afirman sus defensores, o, por el contario, en la práctica puede ser legalmente impuesta, como ha sucedido con Alfie Evans, con el pleno respaldo de los tribunales británicos y el de Estrasburgo?

Lo cierto es que la eutanasia introduce una dinámica de muerte, que resulta implacable. Revindicar el derecho a morir, cuando nuestra legislación ni tan siquiera ha sido capaz de reconocer el derecho a vivir del nasciturus, nos encamina hacia la eutanasia impuesta. Existen sobrados ejemplos en los países en cuya legislación se introdujo la eutanasia, en un primer momento, como una oferta voluntaria. Por ejemplo, es un hecho constatado que la legalización de la eutanasia en Holanda ha provocado un notable desplazamiento de ancianos a otros países de Europa, por temor a que la eutanasia les sea aplicada contra su voluntad. Tampoco está de más recordar que el primer estado del mundo en legalizar la eutanasia fue la Alemania nazi, en septiembre de 1939. En la práctica, se convirtió en un recurso bélico para que el estado pudiese deshacerse de las personas consideradas como un lastre improductivo.

A la coincidencia en el tiempo del caso Alfie Evans, se ha sumado otra: el suicidio en una clínica de Suiza del anciano científico australiano David Goodall. Antes de suicidarse con una inyección letal, pronunció una conferencia en un hotel de Basilea, donde explicó que él era partidario de que pudiéramos decidir dónde y cuándo deseamos morir. Su caso, al igual que el de Ramón Sampedro, demuestra que la reivindicación de la eutanasia como un recurso reservado para las personas que padecen una enfermedad terminal esconde otra realidad: más allá de eufemismos, lo que verdaderamente se persigue es simplemente legalizar la práctica del suicidio asistido. Y llegados a este punto, es inevitable plantearse algunas cuestiones de alto contenido filosófico y teológico.

No existe el derecho a quitarse la vida. Y esta afirmación no solo es válida para aquellos que reconocemos en Dios al autor de la vida, sino para todo ser humano que toma conciencia de que la vida precede a su propia voluntad. El ser humano es un ser social, y su obrar no está exento de responsabilidad moral hacia el conjunto de la sociedad. Como decía San Agustín: «¡Yo soy yo, pero no soy mío!».

Y, por último, es necesario hacerse la pregunta sobre dónde se funda la dignidad del ser humano. ¿Acaso el enfermo tiene menos dignidad que el sano? Creemos firmemente que la dignidad es inherente a la persona, y que ni siquiera una enfermedad como el Alzheimer puede suprimirla. Y es que, la dignidad del ser humano no estriba en su salud, sino en su pontencialidad de ser amado incondicionalmente.

Publicado en Diario Vasco.
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