Perdiendo complejos
por Pedro Trevijano
Con relativa frecuencia me encuentro con gente cristiana que me dice: “Cuando me encuentro en un ambiente no favorable a la Iglesia, me gustaría acudir en su defensa, pero no me atrevo, porque no estoy preparada”.
¿Qué tiene que hacer esta persona? Pues muy sencillo: prepararse. Pero prepararse ¿cómo? Aprendiendo y estudiando. Para muchos, su formación religiosa termina cuando hacen la confirmación, en plena adolescencia, y se da a partir de ese momento una diferencia cada vez mayor entre mi formación humana, que prosigue, y mi formación religiosa, que al permanecer estancada, no sólo no avanza, sino que con frecuencia retrocede.
Y como esto es una verdad en la Iglesia universal, y mucho más verdad en la Iglesia española, el Papa Francisco ha pedido que el tercer domingo del Tiempo Ordinario, es decir el domingo pasado, sea el domingo especialmente dedicado a la Palabra de Dios.
Creo no equivocarme si pienso que lo que el Papa pretende al establecer este día dedicado a la Palabra de Dios es convencernos de la necesidad que los católicos tenemos de conocerla. La Sagrada Escritura no es algo que pertenezca al pasado, sino que es una Palabra que se dirige hoy a nosotros, que vale para todos los tiempos, que nos enseña el sentido de la vida y nos ilumina con su luz, de tal modo que, siguiéndola, sabemos que vamos por el buen camino.
El fin principal del Antiguo Testamento fue preparar la venida de Cristo, y aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, hemos de recibir sus libros con devoción, porque contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y su sabiduría salvadora acerca del hombre (cf. Concilio Vaticano II, constitución dogmática Dei Verbum, nº 15).
En cuanto al Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador. La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Los otros libros del Nuevo Testamento están también inspirados por el Espíritu Santo y en ellos resuena, como en el resto de la Sagrada Escritura, la voz del Espíritu. Toda la Escritura, y en especial el Nuevo Testamento es una guía luminosa sobre cómo hemos de vivir nuestra vida. Siempre he pensado que no tengo ni idea de cómo será el mundo dentro de diez mil años, pero si sigue existiendo, desde luego habrá personas que inspiren su vida en la meditación de la Sagrada Escritura.
Por eso, porque nos apoyamos en Dios y en la Iglesia fundada por Cristo, tenemos la certeza que estamos en el camino recto. Pero ello no obsta para que cada uno de nosotros tenga que preguntarse hasta qué punto conozco la Sagrada Escritura y qué es lo que hago para formarme en ella. Con demasiada frecuencia tenemos una ignorancia supina que abarca a casi todos sus aspectos de la religión que profesamos.
Recuerdo en este punto lo que un padre no creyente, Jean Jaurés, uno de los prohombres del socialismo francés, fundador del periódico L´Humanité, decía a su hijo, que le pedía no ir a clase de Religión: “Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y eso no lo serían sin un estudio serio de la religión… ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?... Hay que confesarlo: la religión está Íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta”.
Creo firmemente que tener fe es una gracia, pero también una enorme suerte, pero hagamos lo que hay que hacer, es decir rezar y formarse para que nuestra fe cada día se acreciente, y en lo cultural, cuando oigo idioteces como “las únicas iglesias que iluminan son las que arden”, no puedo por menos de pensar la cantidad de obras artísticas destruidas por los salvajes sin fe.
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