La lucha contra la ideología de género
La ideología de género es hija del relativismo y del marxismo. Con tan ilustres antepasados no es fácil que pueda dar a nadie lecciones ni de tolerancia ni de democracia.
por Pedro Trevijano
Por ideología entendemos un conjunto de ideas que caracterizan un pensamiento. La ideología de género es hija del relativismo y del marxismo. Con tan ilustres antepasados no es fácil que pueda dar a nadie lecciones ni de tolerancia ni de democracia. Pero veámoslo.
Desde el relativismo se afirma que el pensar que hay una Verdad y un Bien objetivos imposibilita el diálogo sincero entre personas, porque quien piensa así tiene unos prejuicios que le impiden pensar libremente, sin querer darse cuenta de que con ello llegan a la conclusión de que quien no piensa como ellos no es demócrata. Estamos por tanto ante el pensamiento único obligatorio, es decir ante el totalitarismo que no respeta derechos humanos tan elementales como la libertad religiosa, de conciencia, de opinión y de expresión.
En cuanto al marxismo, es una ideología totalitaria causante de la muerte de unos cien millones de personas. Su dictadura del proletariado no es ciertamente algo democrático.
La ideología de género, según el Papa Francisco, “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer” (exhortación apostólica Amoris Laetitia nº 56); pretende la “deconstrucción jurídica de la familia” (AL 53); “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL 251); “la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente… La educación sexual debe ayudar a aceptar el propio cuerpo” (AL 285), aunque sin olvidar que “tampoco se puede ignorar que en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos que tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura, las experiencias vividas, la formación recibida, las influencias de amigos, familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas que exigen un esfuerzo de adaptación. Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido. Por eso es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso” (AL 286).
No es sólo el Papa Francisco, también San Juan Pablo II y Benedicto XVI han denunciado la incompatibilidad absoluta entre ser católico y defender la ideología de género.
Y no es sólo la familia, la masculinidad y la feminidad los que están en peligro. Nunca antes hubo una ideología que pretendiera destruir la identidad de género del hombre y de la mujer y todo criterio ético de comportamiento sexual. Se pretende que una persona use su propio cuerpo y el de los demás para satisfacer su apetito sexual y no para expresar el amor personal.
La ideología de género, apoyada por poderosos lobbys como el del aborto o el LGTBI, los partidos políticos mayoritarios en el Congreso de los Diputados, organizaciones internacionales como la ONU, la Unesco, el parlamento europeo y un conjunto de fundaciones multimillonarias tratan de imponernos, ya desde la escuela o con severas multas, este modo de pensar. A lo largo de la Historia muchas culturas han perecido por la degeneración moral. Pero que esta degeneración haya sido impuesta a los pueblos por sus gobernantes... eso sí es una novedad. Para las personas que creen en los valores morales, cada vez hay más gente que no se siente representada por los partidos políticos que están en el poder. Esto se traduce en la desafección política de tantos votantes que se preguntan auténticamente angustiados a quién dar el voto.
¿Qué hemos de hacer para frenar estas aberraciones? Simplemente, que cada uno haga lo que pueda para conseguir derrotar esta ideología diabólica. Todos podemos rezar y luego que cada uno haga lo que pueda.
Personalmente hablo con frecuencia sobre este tema en los sermones, he publicado un libro Relativismo e ideología de género en la editorial Voz de Papel, y luego en mis artículos intento abrir los ojos a la gente. Creo también en la eficacia del boca a boca. Todos podemos hacer algo.
Desde el relativismo se afirma que el pensar que hay una Verdad y un Bien objetivos imposibilita el diálogo sincero entre personas, porque quien piensa así tiene unos prejuicios que le impiden pensar libremente, sin querer darse cuenta de que con ello llegan a la conclusión de que quien no piensa como ellos no es demócrata. Estamos por tanto ante el pensamiento único obligatorio, es decir ante el totalitarismo que no respeta derechos humanos tan elementales como la libertad religiosa, de conciencia, de opinión y de expresión.
En cuanto al marxismo, es una ideología totalitaria causante de la muerte de unos cien millones de personas. Su dictadura del proletariado no es ciertamente algo democrático.
La ideología de género, según el Papa Francisco, “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer” (exhortación apostólica Amoris Laetitia nº 56); pretende la “deconstrucción jurídica de la familia” (AL 53); “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL 251); “la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente… La educación sexual debe ayudar a aceptar el propio cuerpo” (AL 285), aunque sin olvidar que “tampoco se puede ignorar que en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos que tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura, las experiencias vividas, la formación recibida, las influencias de amigos, familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas que exigen un esfuerzo de adaptación. Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido. Por eso es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso” (AL 286).
No es sólo el Papa Francisco, también San Juan Pablo II y Benedicto XVI han denunciado la incompatibilidad absoluta entre ser católico y defender la ideología de género.
Y no es sólo la familia, la masculinidad y la feminidad los que están en peligro. Nunca antes hubo una ideología que pretendiera destruir la identidad de género del hombre y de la mujer y todo criterio ético de comportamiento sexual. Se pretende que una persona use su propio cuerpo y el de los demás para satisfacer su apetito sexual y no para expresar el amor personal.
La ideología de género, apoyada por poderosos lobbys como el del aborto o el LGTBI, los partidos políticos mayoritarios en el Congreso de los Diputados, organizaciones internacionales como la ONU, la Unesco, el parlamento europeo y un conjunto de fundaciones multimillonarias tratan de imponernos, ya desde la escuela o con severas multas, este modo de pensar. A lo largo de la Historia muchas culturas han perecido por la degeneración moral. Pero que esta degeneración haya sido impuesta a los pueblos por sus gobernantes... eso sí es una novedad. Para las personas que creen en los valores morales, cada vez hay más gente que no se siente representada por los partidos políticos que están en el poder. Esto se traduce en la desafección política de tantos votantes que se preguntan auténticamente angustiados a quién dar el voto.
¿Qué hemos de hacer para frenar estas aberraciones? Simplemente, que cada uno haga lo que pueda para conseguir derrotar esta ideología diabólica. Todos podemos rezar y luego que cada uno haga lo que pueda.
Personalmente hablo con frecuencia sobre este tema en los sermones, he publicado un libro Relativismo e ideología de género en la editorial Voz de Papel, y luego en mis artículos intento abrir los ojos a la gente. Creo también en la eficacia del boca a boca. Todos podemos hacer algo.
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