Dios Padre misericordioso
En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio. Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.
Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.
El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados. Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.
Solo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo.
Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro. El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente. Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.
Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “En tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así. Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.
Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.
El tiempo de cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros. Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia.
Publicado en Diócesis de Córdoba.
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