A los parlamentarios: la democracia está en peligro
Mucho me temo que bastantes de ustedes, por simple disciplina de partido, hayan escogido servir al demonio.
por Pedro Trevijano
Suele decirse que uno de los éxitos del demonio es hacernos creer que no existe. Y sin embargo, la Biblia es clara: la narración de las tentaciones de Jesús, la curación de los endemoniados, el episodio del Juicio Final, el que Jesús llame a sus enemigos hijos del diablo y tantos otros episodios nos dan la certeza de la realidad de la existencia del espíritu del mal y de su actuación en tiempos de Jesús.
Pero también sigue actuando en nuestros días. Personalmente recuerdo que, bajando la escalera de la muerte en el campo de concentración nazi de Matthausen, tuve la clara impresión de que aquello había sido el reino de Satanás, impresión que también tengo cuando veo algún reportaje sobre centros abortivos. Pero hay otro sitio donde también actúa y no parece que mucha gente se dé cuenta de ello, pues lo consideran el templo de la Democracia y la Libertad. Me refiero al Parlamento y a la actuación legislativa que se desarrolla en bastantes países como el nuestro.
Por motivos profesionales, la ley que más veces he leído en mi vida es la Ley Orgánica 2/2010 del 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo, más conocida como la Ley del Aborto. Es una ley enormemente inteligente y malvada, literalmente demoníaca, pero ¿quién era yo para decir eso en la Iglesia universal? Hasta que descubrí que había habido un cardenal que ya lo había dicho, y en un asunto como el matrimonio homosexual, de bastante menos transcendencia. Por cierto, el nombre de ese cardenal era Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.
El aborto forma parte de la ideología de género. Pero ¿cuál es el contenido de esta ideología? Esta ideología pretende subvertir totalmente los valores morales y religiosos con la abolición del matrimonio, de la familia, de la religión e incluso de la maternidad.
Este 14 de enero se ha publicado en el Boletín Oficial andaluz la «Ley para garantizar los derechos, la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBI y sus familiares en Andalucía». Por su parte sigue avanzando en el Congreso de los Diputados otra ley sobre el mismo tema de la ideología de género. La ley andaluza ya ha sido aprobada, así que los obispos del Sur de España han tenido que pronunciarse sobre ella en un comunicado de diez puntos.
Dice el nº 3: “Es una ley que excede con mucho su objetivo de combatir la discriminación. No es justo que, en nombre del bien común, se imponga una antropología y una determinada visión moral, que es de hecho una amenaza para la vida familiar, la educación y el ejercicio de la medicina. Es, por tanto, una ley que compromete la libertad de pensamiento, la libertad de conciencia, la libertad de educación y enseñanza, y la libertad religiosa. Hemos de recordar que la misión de la ley es hacer crecer la justicia y no imponer legalmente una determinada idea moral, ya que cuando un Estado quiere imponer una ideología cae en la injusticia y promueve el totalitarismo del pensamiento único.”
Y el nº 7: “Esta ley obliga a personas e instituciones a asumir y colaborar con la ideología de género en los diversos ámbitos de lo social, en la sanidad, en la educación, en el ocio, en el deporte y en la familia, sin posibilidad de discrepar ni de plantear la objeción de conciencia”. Sin derechos humanos, no hay democracia.
El primer gran error de esta ideología es el rechazo de Dios, quien simplemente no existe. Esto trae consecuencias como la negación de la Ley Natural y de la objetividad de la Verdad y del Bien, aunque curiosamente la libertad sin límites que se me ofrece tiene como primera consecuencia el libertinaje y como segunda la pérdida de mi libertad y el Estado totalitario, como muestra la Historia. Como mi sexualidad no estaría, como creemos los creyentes, al servicio del amor, sino del placer, acaba produciéndose en los secuaces de esta ideología una frustración que lleva a la infelicidad y al fracaso, como muestra el desastroso final de la mayor parte de los teóricos de esta ideología. Y es que nadie puede quebrantar impunemente las normas morales y los dictados de la conciencia. La corrupción de menores, la promiscuidad sexual, la guerra contra la procreación y el rechazo de la familia no son precisamente las vías más adecuadas para sentirse personas realizadas y alcanzar el equilibrio afectivo sexual. Incluso científicamente no hay por dónde agarrar a esta ideología, como prueba el libro Yo fui gay de Luca di Tolve, Mister Gay 1995 en Italia y que hoy dirige una asociación para ayudar a quien lo desea a fin de llegar a la heterosexualidad, cosa que cada vez logran más personas en todo el mundo.
Por ello no puedo sino compadecer a quien se pone al servicio de esta ideología. El intento de destruir a los matrimonios y familias perjudica la maduración de las personas y el desarrollo ético de las personas y de la sociedad. Es indudable que pasa factura el pensar que con mi voto he favorecido el horrible crimen del aborto, el asesinato de adultos por la eutanasia, con frecuencia contra su voluntad, y la corrupción moral de niños, jóvenes y adultos. Además, tampoco el no creyente tiene la seguridad de que Dios no exista y no haya un juicio divino al que corre el riesgo de presentarse cargado de pecados francamente graves.
En resumidas cuentas, podemos escoger entre Dios y el demonio. ¿A cuál de los dos escogemos? Como este artículo lo dedico principal, aunque no exclusivamente, a los parlamentarios, debo decir que mucho me temo que bastantes de ustedes, por simple disciplina de partido, hayan escogido servir al demonio. Pero es una pregunta que creo vale la pena dirigirla a todos: ¿por quién nos hemos decidido? Si por maldad o debilidad hemos hecho la mala elección, recordemos que el perdón de los pecados, incluso mortales, Jesús lo ha puesto a nuestra disposición si nos arrepentimos gracias al sacramento de la Penitencia, como nos recordaba hace pocos días el Papa Francisco.
Pero también sigue actuando en nuestros días. Personalmente recuerdo que, bajando la escalera de la muerte en el campo de concentración nazi de Matthausen, tuve la clara impresión de que aquello había sido el reino de Satanás, impresión que también tengo cuando veo algún reportaje sobre centros abortivos. Pero hay otro sitio donde también actúa y no parece que mucha gente se dé cuenta de ello, pues lo consideran el templo de la Democracia y la Libertad. Me refiero al Parlamento y a la actuación legislativa que se desarrolla en bastantes países como el nuestro.
Por motivos profesionales, la ley que más veces he leído en mi vida es la Ley Orgánica 2/2010 del 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo, más conocida como la Ley del Aborto. Es una ley enormemente inteligente y malvada, literalmente demoníaca, pero ¿quién era yo para decir eso en la Iglesia universal? Hasta que descubrí que había habido un cardenal que ya lo había dicho, y en un asunto como el matrimonio homosexual, de bastante menos transcendencia. Por cierto, el nombre de ese cardenal era Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.
El aborto forma parte de la ideología de género. Pero ¿cuál es el contenido de esta ideología? Esta ideología pretende subvertir totalmente los valores morales y religiosos con la abolición del matrimonio, de la familia, de la religión e incluso de la maternidad.
Este 14 de enero se ha publicado en el Boletín Oficial andaluz la «Ley para garantizar los derechos, la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBI y sus familiares en Andalucía». Por su parte sigue avanzando en el Congreso de los Diputados otra ley sobre el mismo tema de la ideología de género. La ley andaluza ya ha sido aprobada, así que los obispos del Sur de España han tenido que pronunciarse sobre ella en un comunicado de diez puntos.
Dice el nº 3: “Es una ley que excede con mucho su objetivo de combatir la discriminación. No es justo que, en nombre del bien común, se imponga una antropología y una determinada visión moral, que es de hecho una amenaza para la vida familiar, la educación y el ejercicio de la medicina. Es, por tanto, una ley que compromete la libertad de pensamiento, la libertad de conciencia, la libertad de educación y enseñanza, y la libertad religiosa. Hemos de recordar que la misión de la ley es hacer crecer la justicia y no imponer legalmente una determinada idea moral, ya que cuando un Estado quiere imponer una ideología cae en la injusticia y promueve el totalitarismo del pensamiento único.”
Y el nº 7: “Esta ley obliga a personas e instituciones a asumir y colaborar con la ideología de género en los diversos ámbitos de lo social, en la sanidad, en la educación, en el ocio, en el deporte y en la familia, sin posibilidad de discrepar ni de plantear la objeción de conciencia”. Sin derechos humanos, no hay democracia.
El primer gran error de esta ideología es el rechazo de Dios, quien simplemente no existe. Esto trae consecuencias como la negación de la Ley Natural y de la objetividad de la Verdad y del Bien, aunque curiosamente la libertad sin límites que se me ofrece tiene como primera consecuencia el libertinaje y como segunda la pérdida de mi libertad y el Estado totalitario, como muestra la Historia. Como mi sexualidad no estaría, como creemos los creyentes, al servicio del amor, sino del placer, acaba produciéndose en los secuaces de esta ideología una frustración que lleva a la infelicidad y al fracaso, como muestra el desastroso final de la mayor parte de los teóricos de esta ideología. Y es que nadie puede quebrantar impunemente las normas morales y los dictados de la conciencia. La corrupción de menores, la promiscuidad sexual, la guerra contra la procreación y el rechazo de la familia no son precisamente las vías más adecuadas para sentirse personas realizadas y alcanzar el equilibrio afectivo sexual. Incluso científicamente no hay por dónde agarrar a esta ideología, como prueba el libro Yo fui gay de Luca di Tolve, Mister Gay 1995 en Italia y que hoy dirige una asociación para ayudar a quien lo desea a fin de llegar a la heterosexualidad, cosa que cada vez logran más personas en todo el mundo.
Por ello no puedo sino compadecer a quien se pone al servicio de esta ideología. El intento de destruir a los matrimonios y familias perjudica la maduración de las personas y el desarrollo ético de las personas y de la sociedad. Es indudable que pasa factura el pensar que con mi voto he favorecido el horrible crimen del aborto, el asesinato de adultos por la eutanasia, con frecuencia contra su voluntad, y la corrupción moral de niños, jóvenes y adultos. Además, tampoco el no creyente tiene la seguridad de que Dios no exista y no haya un juicio divino al que corre el riesgo de presentarse cargado de pecados francamente graves.
En resumidas cuentas, podemos escoger entre Dios y el demonio. ¿A cuál de los dos escogemos? Como este artículo lo dedico principal, aunque no exclusivamente, a los parlamentarios, debo decir que mucho me temo que bastantes de ustedes, por simple disciplina de partido, hayan escogido servir al demonio. Pero es una pregunta que creo vale la pena dirigirla a todos: ¿por quién nos hemos decidido? Si por maldad o debilidad hemos hecho la mala elección, recordemos que el perdón de los pecados, incluso mortales, Jesús lo ha puesto a nuestra disposición si nos arrepentimos gracias al sacramento de la Penitencia, como nos recordaba hace pocos días el Papa Francisco.
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