Don Marcelo
Cuando Don Marcelo llegó a Toledo la situación del seminario era de decaimiento, como muchos en aquellos años. Pues bien, en poco tiempo remontó la debilidad y adquirió un vigor admirable.
Basta el nombre para que los vallisoletanos y en general los españoles con cierta edad y conocimiento de la Iglesia sepamos a quién nos referimos. Ocupó un lugar destacado en nuestra historia durante varios decenios. Hoy quiero recordar a Don Marcelo, porque el día 16 de enero se cumplen 100 años de su nacimiento en Villanubla.
El cardenal Marcelo González Martín (1918-2004) dejó como legado principal para la Iglesia española el esplendoroso Seminario de Toledo.
En la parroquia se conserva el báculo pastoral donado por él que yo he utilizado para presidir la Eucaristía. Es para nosotros motivo de orgullo honrar su memoria. Fue hijo eminente de nuestra provincia, de nuestra diócesis y miembro de nuestro presbiterio diocesano.
Unas fechas para precisar su itinerario: ordenado presbítero en Valladolid el 29 de junio de 1941 después de terminar los estudios en Comillas; obispo de Astorga de 1961 a 1966; arzobispo de Barcelona desde 1966 hasta 1972, años turbulentos tanto en el orden eclesial del postconcilio como político, durante los cuales el rechazo inicial se mantuvo con dureza hasta el final. Fue trasladado al arzobispado de Toledo, donde desplegó sus dotes extraordinarias de pastor. Murió el 25 de agosto de 2004.
Yo tuve particular relación con Don Marcelo siendo obispo de Palencia, ya que en vacaciones vivía en Fuentes de Nava, donde él y su hermana Angelita tenían una casa. Recuerdo con honda gratitud el ánimo que me transmitió en la celebración del inicio de mi ministerio episcopal en la catedral de Bilbao. Siempre experimenté su afecto y apoyo.
Deseo subrayar tres aspectos de la actividad de Don Marcelo, que me parecen sobresalientes.
Fue delegado arzobispal de Cáritas Diocesana desde 1941 hasta 1961. Fundó el Patronato de San Pedro Regalado para obras sociales; la impronta caritativo-social de la fe le caracterizó siempre. En sintonía con esta veta apostólica fue elegido por los obispos para diversos encargos en la Conferencia Episcopal.
Fue un orador excelente, hasta el punto de que muchos iban a escucharle los domingos en la catedral. Armonizó la elocuencia del predicador, el atractivo de la belleza literaria en el decir, la adaptación a la capacidad receptiva de los contenidos por parte de los oyentes que sosegadamente y sin esfuerzo seguían la exposición, la potencia de la voz y los recursos para suscitar y sostener la atención del auditorio. Tuve la oportunidad de escucharle en bastantes ocasiones, sobre todo en Ávila.
Un tercer aspecto de su largo ministerio episcopal es el siguiente: cuando Don Marcelo llegó a Toledo la situación del seminario era de decaimiento, como muchos en aquellos años. Pues bien, en poco tiempo remontó la debilidad y adquirió un vigor admirable, acertando en la elección de los formadores y acompañando de cerca al seminario. Pronto la sólida formación teológico-espiritual, la intensa pastoral vocacional que ha continuado los años siguientes, la serenidad en la vida cotidiana de los seminaristas, el entusiasmo por el ministerio sacerdotal, hicieron que de muchos lugares recibiera candidatos el Seminario de Toledo. Es comprensible que varios presbíteros formados en aquel seminario hayan recibido el ministerio episcopal.
Durante muchos años presidió la fiesta de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús en el Carmelo de la Encarnación de Ávila. Quien fue capellán del monasterio desde el año 1966 hasta el final de su ministerio por motivos de enfermedad, Don Nicolás González, tuvo el acierto de reunir en un volumen las 27 homilías pronunciadas por Don Marcelo en esa fiesta celebrada el 26 de agosto (Cardenal González Martín, Véante mis ojos. Santa Teresa para los cristianos de hoy, Edibesa, Madrid, 2003). El libro fue prologado por el cardenal Antonio Cañizares, obispo de Ávila desde el año 1992; más tarde sería sucesor de Don Marcelo en Toledo y continúa presidiendo la fiesta de la Transverberación. Merece la pena leer las homilías, y, si el lector escuchó predicar a Don Marcelo, podrá entre líneas oír el eco de su voz. En cada homilía apreciamos cómo la memoria de Santa Teresa proporciona luz para enfocar la vida cristiana, la situación de la Iglesia y otros acontecimientos de la sociedad.
¿En qué consistió y qué significa la Transverberación del corazón de Santa Teresa de Jesús? En El Libro de la vida (29, 13) narra la visión de un ángel con un dardo de fuego atravesándole el corazón; es una visión de orden espiritual. La gracia del dardo aconteció por primera vez hacia el año 1560. “Me dejaba toda abrasada en el amor de Dios”. En el retablo de la capilla de la Transverberación se encuentra un cuadro que es copia del grupo escultórico de Gian Lorenzo Bernini Éxtasis de Santa Teresa, que se encuentra en la iglesia de Santa María della Vittoria en Roma, de patetismo barroco e intensidad dramática.
Esta representación de Santa Teresa aparece también en la basílica subterránea de Lourdes. ¿Por qué no poner mejor para recordar a Santa Teresa en el santuario mariano el retrato auténtico pintado por Fray Juan de la Miseria, en lugar del cuadro de gran teatralidad imaginativa del Bernini?
En todo caso, en la iglesia del convento de la Encarnación hay una capilla denominada de la Transverberación; es un hecho de carácter místico que experimentó la Santa varias veces y que recuerda en diversos escritos.
El dardo viene de Dios por un ángel; no es producto de su imaginación. Le causa al mismo tiempo “dolor grandísimo” y “suavidad excesiva”. Este “episodio cumbre” significa que “la presencia de Cristo se ha unificado, concentrado y desbordado” en la experiencia intensa del amor de Teresa (Tomás Álvarez). Desea morir para ver al Señor y gozar eternamente de su presencia. El amor se le convierte en surtidor de deseos que la distancia en su pleno cumplimiento hace inefablemente doloroso.
Con frecuencia Don Marcelo lo recuerda: “Ya es tiempo de verte, mi Amado” (p. 163). “El Señor se deja adorar por los hombres que le aman” (p. 226). “Quiero llegar a la cumbre del amor hasta la muerte” (p. 232). El dardo que hirió el corazón de Teresa le dio valor para afrontar todos los trabajos y pruebas de la vida (cf. p. 245).
Celebramos con gratitud los cien años del nacimiento de Don Marcelo. ¡Qué Dios le premie su vida entregada y fecunda!
El cardenal Marcelo González Martín (1918-2004) dejó como legado principal para la Iglesia española el esplendoroso Seminario de Toledo.
En la parroquia se conserva el báculo pastoral donado por él que yo he utilizado para presidir la Eucaristía. Es para nosotros motivo de orgullo honrar su memoria. Fue hijo eminente de nuestra provincia, de nuestra diócesis y miembro de nuestro presbiterio diocesano.
Unas fechas para precisar su itinerario: ordenado presbítero en Valladolid el 29 de junio de 1941 después de terminar los estudios en Comillas; obispo de Astorga de 1961 a 1966; arzobispo de Barcelona desde 1966 hasta 1972, años turbulentos tanto en el orden eclesial del postconcilio como político, durante los cuales el rechazo inicial se mantuvo con dureza hasta el final. Fue trasladado al arzobispado de Toledo, donde desplegó sus dotes extraordinarias de pastor. Murió el 25 de agosto de 2004.
Yo tuve particular relación con Don Marcelo siendo obispo de Palencia, ya que en vacaciones vivía en Fuentes de Nava, donde él y su hermana Angelita tenían una casa. Recuerdo con honda gratitud el ánimo que me transmitió en la celebración del inicio de mi ministerio episcopal en la catedral de Bilbao. Siempre experimenté su afecto y apoyo.
Deseo subrayar tres aspectos de la actividad de Don Marcelo, que me parecen sobresalientes.
Fue delegado arzobispal de Cáritas Diocesana desde 1941 hasta 1961. Fundó el Patronato de San Pedro Regalado para obras sociales; la impronta caritativo-social de la fe le caracterizó siempre. En sintonía con esta veta apostólica fue elegido por los obispos para diversos encargos en la Conferencia Episcopal.
Fue un orador excelente, hasta el punto de que muchos iban a escucharle los domingos en la catedral. Armonizó la elocuencia del predicador, el atractivo de la belleza literaria en el decir, la adaptación a la capacidad receptiva de los contenidos por parte de los oyentes que sosegadamente y sin esfuerzo seguían la exposición, la potencia de la voz y los recursos para suscitar y sostener la atención del auditorio. Tuve la oportunidad de escucharle en bastantes ocasiones, sobre todo en Ávila.
Un tercer aspecto de su largo ministerio episcopal es el siguiente: cuando Don Marcelo llegó a Toledo la situación del seminario era de decaimiento, como muchos en aquellos años. Pues bien, en poco tiempo remontó la debilidad y adquirió un vigor admirable, acertando en la elección de los formadores y acompañando de cerca al seminario. Pronto la sólida formación teológico-espiritual, la intensa pastoral vocacional que ha continuado los años siguientes, la serenidad en la vida cotidiana de los seminaristas, el entusiasmo por el ministerio sacerdotal, hicieron que de muchos lugares recibiera candidatos el Seminario de Toledo. Es comprensible que varios presbíteros formados en aquel seminario hayan recibido el ministerio episcopal.
Durante muchos años presidió la fiesta de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús en el Carmelo de la Encarnación de Ávila. Quien fue capellán del monasterio desde el año 1966 hasta el final de su ministerio por motivos de enfermedad, Don Nicolás González, tuvo el acierto de reunir en un volumen las 27 homilías pronunciadas por Don Marcelo en esa fiesta celebrada el 26 de agosto (Cardenal González Martín, Véante mis ojos. Santa Teresa para los cristianos de hoy, Edibesa, Madrid, 2003). El libro fue prologado por el cardenal Antonio Cañizares, obispo de Ávila desde el año 1992; más tarde sería sucesor de Don Marcelo en Toledo y continúa presidiendo la fiesta de la Transverberación. Merece la pena leer las homilías, y, si el lector escuchó predicar a Don Marcelo, podrá entre líneas oír el eco de su voz. En cada homilía apreciamos cómo la memoria de Santa Teresa proporciona luz para enfocar la vida cristiana, la situación de la Iglesia y otros acontecimientos de la sociedad.
¿En qué consistió y qué significa la Transverberación del corazón de Santa Teresa de Jesús? En El Libro de la vida (29, 13) narra la visión de un ángel con un dardo de fuego atravesándole el corazón; es una visión de orden espiritual. La gracia del dardo aconteció por primera vez hacia el año 1560. “Me dejaba toda abrasada en el amor de Dios”. En el retablo de la capilla de la Transverberación se encuentra un cuadro que es copia del grupo escultórico de Gian Lorenzo Bernini Éxtasis de Santa Teresa, que se encuentra en la iglesia de Santa María della Vittoria en Roma, de patetismo barroco e intensidad dramática.
Esta representación de Santa Teresa aparece también en la basílica subterránea de Lourdes. ¿Por qué no poner mejor para recordar a Santa Teresa en el santuario mariano el retrato auténtico pintado por Fray Juan de la Miseria, en lugar del cuadro de gran teatralidad imaginativa del Bernini?
En todo caso, en la iglesia del convento de la Encarnación hay una capilla denominada de la Transverberación; es un hecho de carácter místico que experimentó la Santa varias veces y que recuerda en diversos escritos.
El dardo viene de Dios por un ángel; no es producto de su imaginación. Le causa al mismo tiempo “dolor grandísimo” y “suavidad excesiva”. Este “episodio cumbre” significa que “la presencia de Cristo se ha unificado, concentrado y desbordado” en la experiencia intensa del amor de Teresa (Tomás Álvarez). Desea morir para ver al Señor y gozar eternamente de su presencia. El amor se le convierte en surtidor de deseos que la distancia en su pleno cumplimiento hace inefablemente doloroso.
Con frecuencia Don Marcelo lo recuerda: “Ya es tiempo de verte, mi Amado” (p. 163). “El Señor se deja adorar por los hombres que le aman” (p. 226). “Quiero llegar a la cumbre del amor hasta la muerte” (p. 232). El dardo que hirió el corazón de Teresa le dio valor para afrontar todos los trabajos y pruebas de la vida (cf. p. 245).
Celebramos con gratitud los cien años del nacimiento de Don Marcelo. ¡Qué Dios le premie su vida entregada y fecunda!
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