Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Nuestra Señora de Fátima


El lla­ma­do se­cre­to de Fá­ti­ma tie­ne tres par­tes. La pri­me­ra gira en torno a la vi­sión del In­fierno y la se­gun­da se re­fie­ra a la de­vo­ción al In­ma­cu­la­do Co­ra­zón de Ma­ría. La ter­ce­ra par­te, que no ha sido des­ve­la­da has­ta hace poco tiem­po, tie­ne como pa­la­bra cla­ve "Pe­ni­ten­cia, pe­ni­ten­cia, pe­ni­ten­cia".

por Cardenal Ricardo Blázquez

Opinión

El día 13 de mayo de 1917, en Cova de Iría, en la al­dea de Al­jus­trel (Por­tu­gal), tuvo lu­gar la apa­ri­ción de la San­tí­si­ma Vir­gen a tres pas­tor­ci­tos: Lu­cía, de diez años, Fran­cis­co, de ocho, y Ja­cin­ta, de sie­te. El Papa Juan Pa­blo II, que ha­bía atri­bui­do a la in­ter­ce­sión es­pe­cial de la Vir­gen el so­bre­vi­vir al aten­ta­do pa­de­ci­do en la pla­za de San Pe­dro de Roma el 13 de mayo de 1981, de­cla­ró bea­tos a Ja­cin­ta y Fran­cis­co el 13 de mayo del año 2000, en el mis­mo lu­gar de las apa­ri­cio­nes, du­ran­te su pe­re­gri­na­ción al san­tua­rio de Fá­ti­ma. El pró­xi­mo 13 de mayo se­rán ca­no­ni­za­dos por el Papa Fran­cis­co en su vi­si­ta a Fá­ti­ma con mo­ti­vo del cen­te­na­rio de la pri­me­ra apa­ri­ción.

Fáti­ma pasó de ser un lu­gar des­co­no­ci­do a la aten­ción de la Igle­sia ca­tó­li­ca como ha­bía ocu­rri­do con Lour­des a par­tir de las apa­ri­cio­nes de la Vir­gen Ma­ría a Ber­na­det­te Sou­bi­rous, el 11 de fe­bre­ro de 1858, en la gru­ta de Mas­sa­bie­lle. Ocu­pa­ron un pues­to re­le­van­te dos rin­co­nes ig­no­tos por sen­dos acon­te­ci­mien­tos so­bre­na­tu­ra­les.

Un ras­go co­mún a las apa­ri­cio­nes de la Vir­gen Ma­ría re­co­no­ci­das por la Igle­sia en la épo­ca mo­der­na, es el ha­ber te­ni­do como ele­gi­dos a ni­ños, po­bres e ig­no­ran­tes. En me­dio de la his­to­ria con­vul­sa de la hu­ma­ni­dad Ma­ría se hace pre­sen­te como foco de es­pe­ran­za a tra­vés de lo que no cuen­ta para con­fun­dir a lo que cuen­ta. “Lo dé­bil del mun­do ha es­co­gi­do Dios para hu­mi­llar lo po­de­ro­so” (1 Cor. 1, 27). Es una ley evan­gé­li­ca que pro­lon­ga las con­di­cio­nes del na­ci­mien­to del Hijo de Dios, Me­sías de Is­rael y Sal­va­dor de la hu­ma­ni­dad, en un es­ta­blo a las afue­ras de Be­lén (cf. Lc. 2, 1112). Je­sús ben­di­ce al Pa­dre por­que los mis­te­rios de su Reino los es­con­de a los sa­bios y en­ten­di­dos y los re­ve­la a los pe­que­ños (cf. Mt. 11, 25). Al­jus­trel está a poca dis­tan­cia del lu­gar de las apa­ri­cio­nes de la Vir­gen. Hace va­rios de­ce­nios tuve la opor­tu­ni­dad de co­no­cer el pue­blo y vi­si­tar la casa de la fa­mi­lia de Lu­cía, que se con­ser­va como era en­ton­ces. Todo muy sen­ci­llo y pe­que­ño; a la puer­ta es­ta­ba sen­ta­da una her­ma­na de la vi­den­te, una mu­jer an­cia­na de pue­blo, de fa­mi­lia po­bre, sin ai­res de or­gu­llo por la sin­gu­la­ri­dad de la her­ma­na a quien se le apa­re­ció la Vir­gen, que aún vi­vía como re­li­gio­sa car­me­li­ta con­tem­pla­ti­va. El cie­lo ha to­ca­do a la tie­rra y sin con­ver­tir­la en un pa­la­cio ha sem­bra­do en ella se­mi­llas de sal­va­ción. La Vir­gen Ma­ría no ol­vi­da a sus hi­jos en pe­li­gro y por los ca­mi­nos ca­rac­te­rís­ti­cos del Evan­ge­lio abre puer­tas de es­pe­ran­za.

En la ora­ción co­lec­ta de la me­mo­ria li­túr­gi­ca de la Bie­na­ven­tu­ra­da Vir­gen Ma­ría de Fá­ti­ma se re­su­me el men­sa­je de las apa­ri­cio­nes en los si­guien­tes tér­mi­nos “per­se­ve­rar en la pe­ni­ten­cia y en la ora­ción en fa­vor de la sal­va­ción del mun­do”. Ma­ría nos re­mi­te a la in­vi­ta­ción del Se­ñor: “Con­ver­tíos y creed en el Evan­ge­lio” (cf. Mc. 1, 15), in­clu­yen­do la in­ten­ción mi­sio­ne­ra en fa­vor de la hu­ma­ni­dad. Es con­ve­nien­te que no nos dis­trai­ga­mos en in­ter­pre­ta­cio­nes apo­ca­líp­ti­cas del “se­cre­to” de Fá­ti­ma, sino que nos di­ri­ja­mos adon­de Ma­ría orien­tó a los dis­cí­pu­los de Je­sús des­de el prin­ci­pio en las bo­das de Caná: “Ha­ced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

El lla­ma­do se­cre­to de Fá­ti­ma tie­ne tres par­tes. La pri­me­ra gira en torno a la vi­sión del In­fierno y la se­gun­da se re­fie­ra a la de­vo­ción al In­ma­cu­la­do Co­ra­zón de Ma­ría. La ter­ce­ra par­te, que no ha sido des­ve­la­da has­ta hace poco tiem­po, tie­ne como pa­la­bra cla­ve “Pe­ni­ten­cia, pe­ni­ten­cia, pe­ni­ten­cia”.

Las dos pri­me­ras par­tes se cen­tran en la sal­va­ción de las al­mas. La alu­sión al in­fierno está en or­den a la sal­va­ción. Cuan­do Te­re­sa de Je­sús en el Li­bro de la Vida (cap. 32, 1-9) ha­bla  de la vi­sión del in­fierno, la in­ter­pre­ta como apre­mian­te lla­ma­da a de­jar la fri­vo­li­dad, a to­mar en se­rio su san­ti­fi­ca­ción y a preo­cu­par­se de la sal­va­ción de to­dos. El re­ver­so del cie­lo es el in­fierno; la gran­de­za in­men­sa de la sal­va­ción se mide tam­bién por el abis­mo in­con­men­su­ra­ble de la per­di­ción. La mi­se­ri­cor­dia de Dios abre to­dos los días de­lan­te de no­so­tros las puer­tas del cie­lo. No po­de­mos ol­vi­dar, si no que­re­mos ex­tra­viar­nos por la su­per­fi­cia­li­dad, que la per­di­ción de­fi­ni­ti­va es po­si­bi­li­dad real de nues­tra li­ber­tad. Dios nos creó sin pe­dir­nos per­mi­so, pero no nos sal­va­rá sin nues­tra res­pues­ta li­bre y hu­mil­de. La sal­va­ción es un en­cuen­tro de la gra­cia de Dios y el sí del hom­bre.

Es opor­tuno que a la luz del Evan­ge­lio des­cu­bra­mos el sen­ti­do de la de­vo­ción al In­ma­cu­la­do Co­ra­zón de Ma­ría muy pre­sen­te en la se­gun­da par­te del se­cre­to de Fá­ti­ma. El co­ra­zón de Ma­ría es la sede de la fe y de la me­di­ta­ción de la Pa­la­bra de Dios. Fue Ma­ría oyen­te y re­cep­ti­va ante las pa­la­bras y los he­chos de Je­sús que la des­bor­da­ban. No los re­cha­zó, sino los me­di­tó bus­can­do con la luz del Es­pí­ri­tu el sen­ti­do de la Pa­la­bra. Ma­ría y José que­da­ban a ve­ces des­con­cer­ta­dos ante la hon­du­ra de la re­ve­la­ción di­vi­na. De Ma­ría dice ex­pre­sa­men­te el Evan­ge­lio: “Su ma­dre con­ser­va­ba todo esto en su co­ra­zón” (Jc. 2, 51). Ma­ría, mu­jer cre­yen­te y re­fle­xi­va, fue ma­du­ran­do en su in­te­rior lo que de­cía y ha­cía Je­sús. Ma­ría, de co­ra­zón in­ma­cu­la­do y fiel, lim­pio y cre­yen­te, es para no­so­tros mo­de­lo de es­cu­cha y asi­mi­la­ción de la Pa­la­bra de Dios.

La pa­la­bra cla­ve de la ter­ce­ra par­te del se­cre­to de Fá­ti­ma , se­gún co­men­tó el car­de­nal Joseph Rat­zin­ger, aho­ra Papa emé­ri­to, que ter­mi­na de cum­plir 90 años, es el tri­ple gri­to: “¡Pe­ni­ten­cia, Pe­ni­ten­cia, Pe­ni­ten­cia!”. Ha­bla de la ur­gen­cia de la pe­ni­ten­cia, de la con­ver­sión y de la fe. De una con­ver­sa­ción con Lu­cía, Rat­zin­ger de­du­jo que el ob­je­ti­vo de to­das las apa­ri­cio­nes era cre­cer siem­pre más y más en la fe, en la es­pe­ran­za y en la ca­ri­dad.

Ter­mi­na­mos con unas pa­la­bras im­pre­sio­nan­tes del Papa San Juan Pa­blo II, pro­nun­cia­das el año 2000 ante 1.500 obis­pos de todo el mun­do, el día 8 de oc­tu­bre des­pués de re­cor­dar el día an­te­rior a la Reina del Ro­sa­rio, cuya ora­ción re­co­men­dó in­sis­ten­te­men­te la Vir­gen en Fá­ti­ma: “La hu­ma­ni­dad está en una en­cru­ci­ja­da. Y, una vez más, la sal­va­ción está sólo y en­te­ra­men­te, oh Vir­gen San­ta, en Je­sús. Haz que por el es­fuer­zo de to­dos, las ti­nie­blas no pre­va­lez­can so­bre la luz. A ti, au­ro­ra de la sal­va­ción, con­fia­mos nues­tro ca­mino en el nue­vo mi­le­nio, para que bajo tu guía to­dos los hom­bres des­cu­bran a Cris­to, luz del mun­do y úni­co Sal­va­dor”.

Que­ri­dos ami­gos, acom­pa­ñe­mos con la ora­ción y la es­cu­cha al Papa Fran­cis­co en su pe­re­gri­na­ción a Fá­ti­ma. Este rin­cón de Por­tu­gal se ha con­ver­ti­do en púl­pi­to des­de el que es anun­cia­do el Evan­ge­lio de la fe y de la con­ver­sión, de la luz y de la paz, de la es­pe­ran­za y el amor. En me­dio de la hu­ma­ni­dad Ma­ría nos lla­ma a la fra­ter­ni­dad de to­dos re­co­no­cien­do a Dios como Crea­dor y Pa­dre.
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