Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La ONU, la educación sexual y lo políticamente correcto


Lo políticamente correcto quiere dominar la escena mundial y especialmente la educación de los niños, donde hay dos problemas: quién debe dar la educación sexual y qué debe dar.

por Pedro Trevijano

Opinión

En varias ocasiones me he encontrado con noticias que no era políticamente correcto dar, sea por contrarias a la ideología de género, sea porque a esta ideología le conviene más seguir una labor silenciosa para conseguir sus objetivos de destruir la familia y corromper a los jóvenes. Entre las noticias a las que no se ha dado la publicidad que merecían están por ejemplo declaraciones de Hillary Clinton defendiendo el aborto hasta el momento del nacimiento o la necesidad de exigir a las religiones, con la ayuda de los medios coercitivos del Estado, que cambien sus dogmas, el tratar de evitar que se utilice la palabra madre, la no publicación de las estadísticas sobre cuántos varones son asesinados por sus compañeras sentimentales, que son más o menos un tercio del total de víctimas, cuántos homosexuales son víctimas de su pareja, dieciséis en 2016 en España, su bastante menor esperanza de vida, o el silencio sobre la sentencia del Tribunal de Estrasburgo de que el matrimonio homosexual no es un derecho humano fundamental, o lo sucedido el 21 de noviembre de 2017 en la ONU con el intento de una serie de países de implantar la ideología de género, quitando así a los padres buena parte de su patria potestad, incluso contra la voluntad de éstos.
 
La ONU votó así.

A favor de los padres y su patria potestad, noventa países que fueron: Afganistán, Argelia, Antigua, Azerbayán, Bahamas, Bahrein, Barbados, Bangladesh, Belarus, Benín, Bután, Botswara, Brunei, Burkina Faso, Burundi, Camerún, Africa Central, Chad, China, Comores, Congo, Costa de Marfil, Corea del Norte, Rep. Democrática Congo, Djibuti, Egipto, Eritrea, Etiopía, Gabón, Gambia, Guinea, Guinea Bisau, Guayana, India, Indonesia, Irán, Jamaica, Jordania, Kenia, Kuwait, Kirguistán, Laos, Lesoto, Libia, Madagascar, Malasia, Malí, Mauritania, Mauricio, Mozambique, Myanmar, Namibia, Nauru, Niger, Nigeria, Omán, Pakistán, Qatar, Rusia, Ruanda, Saint Kitte-Nevis, Santa Lucía, San Vicente, Samoa, Arabia Saudí, Senegal, Sierra Leona, Singapur, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Swazilandia, Siria, Tajikistán, Togo, Trinidad, Uganda, Emiratos Unidos, Tanhzania, Estados Unidos, Uzbekistán, Vanatu, Vietnam, Yemen, Zambia, Zimbawe.
 
En contra, es decir en contra que sean los padres los que eduquen a sus hijos, setenta y seis países: Albania, Andorra, Argentina, Armenia, Australia, Austria, Bélgica, Bélice, Bosnia, Brasil, Bulgaria, Canadá, Chile, Colombia, Chipre, Chequia, Dinamarca, Rep. Dominicana, Ecuador, El Salvador, Estonia, Fiji, Finlandia, Francia, Georgia, Alemania, Grecia, Guatemala, Haití, Honduras, Hungría, Islandia, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Letonia, Liechtestein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Méjico, Mónaco, Mongolia, Montenegro, Holanda, Nueva Zelanda, Panamá, Paraguay, Perú, Filipinas, Polonia, Portugal, Corea, Moldavia, Rumanía, San Marino, Serbia, Eslovenia, Eslovaquia, Suráfrica, España, Surinán, Suecia, Suiza, Tailandia, Macedonia, Timor, Turquía, Ucrania, Gran Bretaña, Uruguay, Venezuela.
 
Las abstenciones fueron ocho: Cabo Verde, Camboya, Kazakistán, Liberia, Maldivas, Nepal, Salomón, Sri Lanka.
 
No votaron diecisiete países.
 
Me ha dolido el ver cómo muchos países presuntamente cristianos, entre ellos España, donde el partido gobernante defendía no hace mucho los valores del humanismo cristiano, hoy defienden todo lo contrario, votando a favor de esa ideología diabólica y aberrante, repetidamente condenada por los Papas y la Iglesia, que es la ideología de género. Subrayo por el contrario el papel positivo que han jugado los Estados Unidos y la Santa Sede, que hicieron hincapié en el papel de los padres en la educación sexual y rechazaron el aborto como un componente de la salud sexual y reproductiva, así como los países musulmanes, que esta vez nos han dado una auténtica lección.    
 
Lo políticamente correcto quiere dominar la escena mundial y especialmente la educación de los niños, donde hay dos problemas: quién debe dar la educación sexual y qué debe dar. La Declaración de Derechos Humanos respondió al problema del quién en su artículo 26.3, que dice literalmente: “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”, pero esto hoy choca con lo que pretende la predominante ideología de género. Nunca se me olvidará la primera vez que oí a una persona decir que los padres no sabían educar, y por tanto era el Estado quien debía hacerlo. Pienso simplemente que hay que enseñar a los hijos sobre todo a amar, y por supuesto nadie ama más a sus hijos que unos padres normales.
 
Es evidente que no basta la información aséptica sobre hechos biológicos, sino que niños y niñas necesitan educación en el orden sexual, al igual que en los demás campos. Pero el intentar corromper a niños, adolescentes y jóvenes, haciéndoles esclavos de sus instintos, fomentando la promiscuidad sexual, ensalzando las relaciones homosexuales, es decir oponerse a todo lo que nos enseña la Revelación, me parece de locos. Incluso la mera instrucción sexual que prescinde de los valores y virtudes es totalmente contraproducente porque trivializa la sexualidad al no poner el sexo al servicio del amor. Las terribles consecuencias nos las dice San Pablo. “Por esto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza; de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros,  cometiendo la infamia de las relaciones y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su extravío” (Romanos 1, 26-27).
 
Por supuesto la educación sexual no es, contra lo que bastantes piensan, una simple instrucción sobre los misterios de la vida, o sobre la contracepción, o sobre cómo evitar las enfermedades venéreas, sino que debe ir dirigida hacia lo que verdaderamente importa, es decir, a ser una verdadera educación al amor.
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