Juntos por la espalda
No sólo es la estrategia electoral del presidente Sánchez: en nuestra sociedad sobra azúcar y sentimentalismo por todos los bordes, incluidos los íntimos. La cursilería alrededor del matrimonio es de hiperglucemia también, como estaremos de acuerdo tras San Valentín. Que haya que "quererse como novios" cuando uno lleva veinte años casados es el complejo de Peter Pan conyugal.
De casados, hay que quererse como casados. Tiene otro encanto y más proteínas que azúcares. Alguna vez pensé que la última palabra sobre el particular la había dicho el conde de Saint-Exupéry: "Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección". Está muy bien su llamada a salir de la etapa de embobamiento mutuo a la etapa de un proyecto común. Sin embargo, Saint-Exupéry dijo la penúltima palabra, porque amar también es mirar juntos cada cual en distinta dirección.
Me preocupa mucho una propuesta profesional de profundas implicaciones familiares y se la consulto (de nuevo) a mi mujer, que contesta: "Tengo muchas dudas… con los zapatos para la primera comunión de Carmencita". O al revés, que también pasa y así los de la paridad se quedan tranquilos antes de que acabe el párrafo: me cuenta un dilema en su trabajo, y yo estoy dándole vueltas obsesivas a la lavadora de casa que ha llegado a la pre-obsolescencia. Le hablo de la película que vimos ayer y ella me contesta con las extraescolares del niño. Planifico la mañana del lunes y ella se preocupa por la tarde del domingo. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero los amables lectores ya se hacen una idea, y los casados más.
Es un encanto antirromántico, pero encanto, además de la gracia de esas conversaciones surrealistas, que oídas desde fuera parecerían una escena del teatro del absurdo. Lo importante es lo que demuestran: la realidad es tan grande que, para abarcarla, los cónyuges tienen que luchar espalda contra espalda, como en esas películas de mosqueteros rodeados por los hombres del cardenal. No ve uno claramente dónde, cómo y a qué se enfrenta el otro, pero da por sentado que le está salvando el pellejo.
Dicho lo cual, el conde Saint-Exupéry y yo concordamos en que el amor es más grande incluso que la realidad y que en él hay un tiempo para mirarse a los ojos, um, aún, otro para mirar juntos en una dirección y en otra y en otra; y otros muchos para mirar cada cual en direcciones contrarias. Y vuelta a empezar.
Publicado en Diario de Cádiz.