España y su descristianización
En España, hasta hace poco, la transmisión de la fe contaba con un gran apoyo sociológico. El ambiente social, la escuela y las tradiciones populares eran transmisores de una visión creyente de la vida. Pero hoy se puede decir que se ha perdido casi totalmente esta primera evangelización en nuestra sociedad.
por Pedro Trevijano
En la oración de la misa del día de Santiago se reza esto: “Por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos”. Ante una oración así, no puedo sino preguntarme: ¿será así?
A primera vista, el panorama no parece muy halagador. Nuestras iglesias están llenas en general de gente mayor y no se ve, aunque haya excepciones brillantes, mucha gente joven. Incluso recuerdo el comentario de una persona de mediana edad, viendo la salida de misa: “Los abuelos salen de misa”. Me viene a la mente lo que sucedía en la Rusia soviética: a la Iglesia sólo iban los mayores, los ya jubilados, pero los mayores siguieron yendo a la Iglesia durante más de setenta años, y sospecho que no eran los mismos que al principio de la Revolución.
En España, hasta hace poco, la transmisión de la fe contaba con un gran apoyo sociológico. El ambiente social, la escuela y las tradiciones populares eran transmisores de una visión creyente de la vida. Pero hoy se puede decir que se ha perdido casi totalmente esta primera evangelización en nuestra sociedad, e incluso muchos matrimonios, por no hablar de los otros tipos de relaciones, no transmiten ya los valores religiosos y evangélicos, por lo que domina una cultura no cristiana que pone su énfasis en el hombre mismo, en su autonomía moral, en el dominio del mundo por la ciencia y la técnica, en el disfrute inmediato de todo, en una vida exclusivamente pagana y terrena.
Nuestra sociedad es indudable que está muy afectada por la descristianización. Relativismo e ideología de género campan a sus anchas con una juventud que ha recibido una educación desastrosa, en la que se ha pretendido abolir el esfuerzo y el ejercitar la memoria, con lo que la cabeza está vacía y se ha olvidado eso de que la inteligencia es el arte de relacionar las cosas entre sí, y que lo que merece la pena casi siempre exige sacrificio. En cuanto a las universidades, muchas de ellas son víctimas de la endogamia a la hora de la renovación del profesorado. Por otra parte, de vez en cuando se oyen frases como “las únicas iglesias que iluminan son las que arden”, y prácticamente nunca se oye decirles a estos analfabestias desde sus partidos y sectores afines que no sean burros y, en cuanto a sus contrarios, los partidos de derechas, se callan en nombre de lo políticamente correcto, porque a unos y otros la cultura les importa muy poco.
La libertad sexual extrema que defiende la ideología de género, en nombre de la neutralidad y la objetividad -¡ellos, que combaten que haya valores objetivos!- se opone abiertamente a los valores cristianos y, favorecidos por la presión tanto del ambiente como de los medios de comunicación, tratan de inculcar determinadas normas, más fuertes precisamente por ser tácitas, como “la virginidad está desfasada”; “no tener vida sexual a los diecisiete años es anormal”; “todas las formas de sexualidad son normales”; “si no haces lo que todo el mundo, eres un raro”; “el matrimonio es retrógrado”... lo que hace que muchos de nuestros jóvenes piensen que una salida nocturna tiene que terminar en la cama con el primero o primera que esté dispuesto a ello. Estamos ante una auténtica prostitución, eso sí, amateur, porque lo hacen gratis y sin cobrar. Pero la ideología de género no se detiene ahí, sino que afirma abiertamente y sin ni siquiera preocuparse en disimular que su objetivo es ni más ni menos que destruir la maternidad, el matrimonio, la familia, la solidaridad entre las generaciones, la naturaleza del sexo; y, por si fuera poco, pretende hacer ilegal cualquier opinión que no coincida con la suya.
Las consecuencias de estos disparates estatales son gravísimas: muchos jóvenes se dejan llevar por estas ideas y son incapaces de contraer un matrimonio estable y fundar una familia, puesto que no conocen el sentido de la palabra fidelidad ni en consecuencia nunca alcanzan la madurez precisa para poder contraer matrimonio. Ello va a suponer la continuación del descenso del número de hijos, lo que significa no sólo un descenso de población, sino un tremendo vacío religioso y moral. Pero como a los relativistas y los partidarios de la ideología del género lo que les mueve es el odio a la Iglesia católica, y sólo ven lo inmediato, se apoyan en dictaduras como la de Irán, aunque allí los derechos de las mujeres brillan por su ausencia y los homosexuales son ahorcados. La realidad, sin embargo, nos dice que aun en estos tiempos en los que se intenta descaradamente desde la legislación destruir a la familia, el matrimonio y la familia siguen siendo aún hoy la respuesta más adecuada a las necesidades afectivas, sexuales y sociales del varón y de la mujer, y así lo señalan el sentido común y cualquier estadística seria.
Desde luego los que creemos en Dios, en Jesucristo, en la Iglesia y en España no podemos perder la esperanza, porque la esperanza es lo específico del cristiano. Creo que la solución es sencillamente la recristianización. En este punto no puedo por menos de acordarme de las palabras de Jesús a Pablo en Corinto: “No temas, sigue hablando… porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hech 18, 9). No dudo que hay mucha gente admirable y profundamente cristiana, así como padres dispuestos a tomarse en serio la educación de sus hijos, y a quienes no les duele sacrificarse por ellos y además piensan que Dios es mucho más poderoso que Satanás.
A primera vista, el panorama no parece muy halagador. Nuestras iglesias están llenas en general de gente mayor y no se ve, aunque haya excepciones brillantes, mucha gente joven. Incluso recuerdo el comentario de una persona de mediana edad, viendo la salida de misa: “Los abuelos salen de misa”. Me viene a la mente lo que sucedía en la Rusia soviética: a la Iglesia sólo iban los mayores, los ya jubilados, pero los mayores siguieron yendo a la Iglesia durante más de setenta años, y sospecho que no eran los mismos que al principio de la Revolución.
En España, hasta hace poco, la transmisión de la fe contaba con un gran apoyo sociológico. El ambiente social, la escuela y las tradiciones populares eran transmisores de una visión creyente de la vida. Pero hoy se puede decir que se ha perdido casi totalmente esta primera evangelización en nuestra sociedad, e incluso muchos matrimonios, por no hablar de los otros tipos de relaciones, no transmiten ya los valores religiosos y evangélicos, por lo que domina una cultura no cristiana que pone su énfasis en el hombre mismo, en su autonomía moral, en el dominio del mundo por la ciencia y la técnica, en el disfrute inmediato de todo, en una vida exclusivamente pagana y terrena.
Nuestra sociedad es indudable que está muy afectada por la descristianización. Relativismo e ideología de género campan a sus anchas con una juventud que ha recibido una educación desastrosa, en la que se ha pretendido abolir el esfuerzo y el ejercitar la memoria, con lo que la cabeza está vacía y se ha olvidado eso de que la inteligencia es el arte de relacionar las cosas entre sí, y que lo que merece la pena casi siempre exige sacrificio. En cuanto a las universidades, muchas de ellas son víctimas de la endogamia a la hora de la renovación del profesorado. Por otra parte, de vez en cuando se oyen frases como “las únicas iglesias que iluminan son las que arden”, y prácticamente nunca se oye decirles a estos analfabestias desde sus partidos y sectores afines que no sean burros y, en cuanto a sus contrarios, los partidos de derechas, se callan en nombre de lo políticamente correcto, porque a unos y otros la cultura les importa muy poco.
La libertad sexual extrema que defiende la ideología de género, en nombre de la neutralidad y la objetividad -¡ellos, que combaten que haya valores objetivos!- se opone abiertamente a los valores cristianos y, favorecidos por la presión tanto del ambiente como de los medios de comunicación, tratan de inculcar determinadas normas, más fuertes precisamente por ser tácitas, como “la virginidad está desfasada”; “no tener vida sexual a los diecisiete años es anormal”; “todas las formas de sexualidad son normales”; “si no haces lo que todo el mundo, eres un raro”; “el matrimonio es retrógrado”... lo que hace que muchos de nuestros jóvenes piensen que una salida nocturna tiene que terminar en la cama con el primero o primera que esté dispuesto a ello. Estamos ante una auténtica prostitución, eso sí, amateur, porque lo hacen gratis y sin cobrar. Pero la ideología de género no se detiene ahí, sino que afirma abiertamente y sin ni siquiera preocuparse en disimular que su objetivo es ni más ni menos que destruir la maternidad, el matrimonio, la familia, la solidaridad entre las generaciones, la naturaleza del sexo; y, por si fuera poco, pretende hacer ilegal cualquier opinión que no coincida con la suya.
Las consecuencias de estos disparates estatales son gravísimas: muchos jóvenes se dejan llevar por estas ideas y son incapaces de contraer un matrimonio estable y fundar una familia, puesto que no conocen el sentido de la palabra fidelidad ni en consecuencia nunca alcanzan la madurez precisa para poder contraer matrimonio. Ello va a suponer la continuación del descenso del número de hijos, lo que significa no sólo un descenso de población, sino un tremendo vacío religioso y moral. Pero como a los relativistas y los partidarios de la ideología del género lo que les mueve es el odio a la Iglesia católica, y sólo ven lo inmediato, se apoyan en dictaduras como la de Irán, aunque allí los derechos de las mujeres brillan por su ausencia y los homosexuales son ahorcados. La realidad, sin embargo, nos dice que aun en estos tiempos en los que se intenta descaradamente desde la legislación destruir a la familia, el matrimonio y la familia siguen siendo aún hoy la respuesta más adecuada a las necesidades afectivas, sexuales y sociales del varón y de la mujer, y así lo señalan el sentido común y cualquier estadística seria.
Desde luego los que creemos en Dios, en Jesucristo, en la Iglesia y en España no podemos perder la esperanza, porque la esperanza es lo específico del cristiano. Creo que la solución es sencillamente la recristianización. En este punto no puedo por menos de acordarme de las palabras de Jesús a Pablo en Corinto: “No temas, sigue hablando… porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hech 18, 9). No dudo que hay mucha gente admirable y profundamente cristiana, así como padres dispuestos a tomarse en serio la educación de sus hijos, y a quienes no les duele sacrificarse por ellos y además piensan que Dios es mucho más poderoso que Satanás.
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