Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El molinero francés que cambió la vida de San Vicente de Paúl


Aquel hombre tenía fama de honrado y virtuoso entre sus convecinos, y es probable que Vicente de Paúl pensara que su confesión sería breve y, en cierto modo, "rutinaria". Sin embargo, el sacerdote se llevó una sorpresa.

por Antonio R. Rubio Plo

Opinión

Los santos y las iglesias de Francia representan una pequeña semilla cristiana en una tierra en la que el laicismo y la indiferencia, ligada al desconocimiento, parecen predominar desde hace más de dos siglos. Si nos quedamos en las apariencias externas, seremos incapaces de apreciar esa riqueza. A este respecto, deberíamos tener en cuenta estas reflexiones del nuncio Roncalli en Francia, recogidas en su Diario del alma, que son una invitación a no dejarnos llevar de efusiones verbales nacidas de juicios apresurados y de una fe poco sólida: «Un silencio dulce y sin dureza: unas palabras benévolas inspiradas por la clemencia y la indulgencia harán mucho más bien que ciertas afirmaciones, aunque hayan sido hechas en confianza».
 
Hace poco tuve ocasión de apreciar la riqueza espiritual francesa en la iglesia parisina de Saint Nicholas des Champs, en una capilla dedicada a San Vicente de Paúl, en la que se recordaba en una placa a Santa Luisa de Marillac, cofundadora de las Hijas de la Caridad, que en el domingo de Pentecostés de 1623 tuvo allí mismo la experiencia de sentirse confirmada en su futura vocación religiosa. Un ejemplo de cómo Dios inspira en el interior del templo, aunque también lo hace en las circunstancias ordinarias de la vida.
 
La confesión del molinero
Así le sucedió a san Vicente de Paúl un 25 de enero de 1617, día en que pronunció una homilía en Folleville, cerca de Amiens. Sus palabras fueron una llamada de atención a un auditorio de campesinos a los que apremiaba a confesarse. Esta apelación a reconciliarse con Dios no partía de ningún rígido moralismo. Por el contrario, era la consecuencia de una experiencia vivida recientemente: el molinero de Gannes, un pueblo cercano, había pedido confesarse por encontrarse gravemente enfermo. Aquel hombre tenía fama de honrado y virtuoso entre sus convecinos, y es probable que Vicente de Paúl pensara que su confesión sería breve y, en cierto modo, rutinaria. Sin embargo, el sacerdote se llevó una sorpresa cuando el moribundo solicitó hacer una confesión general. Llegó entonces el momento de revelar una serie de pecados graves, ocultos durante años a causa de una vergüenza transformada en un peso abrumador. Este episodio cambiará por completo el rumbo de la vida de nuestro santo. En vísperas de la fiesta de la conversión de San Pablo, Vicente de Paúl también se convierte tras unos años de dudas y sufrimientos personales, una auténtica noche oscura de su alma.
 
Fueron, en especial los años de París, donde tuvo la dirección espiritual y la protección del sacerdote Pierre de Bérulle, hombre de gran ascendencia en la corte y fundador de los oratorianos en Francia. Bérulle recomendó a Vicente como capellán de la familia Gondi, unos banqueros florentinos establecidos en el país. Se diría que así se cumplían las aspiraciones de un joven clérigo, destinado a ser un humilde pastor en las Landas. La carrera eclesiástica, con sus beneficios correspondientes, le sacaba de la existencia oscura y trabajada de los campesinos para acercarle a ambientes nobiliarios con una vida mucho más amable. ¿Se repetiría la historia de tantos campesinos que, a lo largo de los siglos, eligieron el estado eclesiástico como un modo de mejorar su condición social y económica? Con Bérulle se había empapado de una espiritualidad cristocéntrica, en la que la vida cristiana implica una participación en la Vida del Verbo encarnado. Ahora, tras la confesión del molinero de Gennes, llegaba otro paso más, en el que la mirada de Vicente de Paúl se dirigía a aquellos en los que apenas había reparado: los pobres, los campesinos…
 
Había que llegar a las almas necesitadas
En los dominios de la familia Gondi imperaba una miseria material y moral. ¿Bastaba con la atención espiritual al matrimonio Gondi y su hijo, o era más urgente ocuparse de unos 8000 campesinos necesitados de catequesis y sacramentos? Si el molinero no había llevado una vida recta, pese a su prestigio social, ¿cuál sería la situación de unos campesinos desatendidos en sus necesidades espirituales y materiales? Muchas almas se perderían si alguien no les llevara el fuego ardiente de la caridad, acompañada siempre de la alegría, porque una alegría indescriptible fue la experimentada por el molinero al verse libre de sus remordimientos.
 
La vida de Vicente de Paúl cambió para siempre en aquel enero de 1617, y es preciso reconocer que también influyó el interés de la señora de Gondi, que comprendió que las atenciones espirituales del capellán no solo serían para su familia. Había que llegar a otras almas más necesitadas y por eso brindó su apoyo a Vicente. Este, por su parte, se olvidó de la estrecha mentalidad de no complicarse la vida y disfrutar de las rentas de un cargo eclesiástico. Ahora le apremiaba la caridad de Cristo, signo distintivo de todo cristiano. Bien podrían aplicarse a San Vicente de Paúl estas palabras del Papa Francisco: «Ejerzan con alegría y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo, con el único anhelo de gustar a Dios, y no a ustedes mismos. Sean pastores, no funcionarios. Sean mediadores, no intermediarios».

Publicado en Alfa y Omega.
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