Fe y sentencias injustas
por Pedro Trevijano
Creo que tener fe es no sólo una gracia de Dios, sino uno de los dones más grandes que podemos recibir. Es indudable que ante las grandes contrariedades que podemos encontrar en nuestra vida, pues toda persona se enfrenta con el sufrimiento, no es lo mismo abordarlo con fe que sin ella. Con razón Jesús nos advierte: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). Abordar con fe una sentencia injusta es muy duro, pero lo es mucho más sin una visión de fe.
Ante la absolución del cardenal Pell, varias personas me han dicho lo mismo: “Y ahora ¿quién devuelve al cardenal los más de cuatrocientos días que ha pasado en la cárcel? Él nos dice: “He pasado 13 meses en la cárcel por un crimen que no cometí, con una decepción tras otra. Sabía que Dios estaba conmigo, pero no sabía que trataba de hacer… Siempre fue un consuelo saber que podía ofrecer todo a Dios por algún buen propósito”. Y luego cita a Kiko Argüello para afirmar que hay una diferencia fundamental entre los temerosos de Dios y los secularistas “en el enfoque del sufrimiento. Con demasiada frecuencia, los irreligiosos quieren eliminar la causa del sufrimiento, a través del aborto, la eutanasia, o excluirla de la vista, dejando a nuestros seres queridos sin ser visitados en hogares de ancianos. Los cristianos ven a Cristo en todos los que sufren: víctimas, enfermos, ancianos, y están obligados a ayudarles”.
Supongo que para el cardenal lo peor no fue el sufrimiento físico de su estancia en la cárcel, sino el sufrimiento moral de haber perdido ante tanta gente el honor y la fama y sobre todo el pensar que era un motivo de escándalo para muchos, aunque supongo que su fe le diría que Dios escribe derecho con renglones torcidos y que su sufrimiento se asociaba con el sufrimiento de Cristo en la Cruz, porque era un sufrimiento ocasionado por las fuerzas diabólicas del mal.
Personalmente no puedo por menos de asociar el cardenal Pell con el cardenal Van Thuan, que pasó trece años en las cárceles vietnamitas sin ni siquiera ser juzgado, por el mero hecho de ser obispo católico. Van THuan escribió uno de los párrafos que más me han impactado. Es éste: “Una noche, desde el fondo de mi corazón, oí una voz que me sugería: ‘¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de hogares para estudiantes, misiones para evangelización de los no cristianos… todo eso es una obra excelente, son obras de Dios, pero ¡no son Dios! Si Dios quiere que abandones todas estas obras, poniéndolas en sus manos, hazlo pronto y ten confianza en Él. Dios hará las cosas infinitamente mejor que tú; confiará las obras a otros que son mucho más capaces que tú. ¡Tú has elegido sólo a Dios, no a sus obras!’”. Van Tuan decidió: “Voy a vivir el momento presente llenándolo de amor”.
Y evidentemente los cristianos no podemos olvidar el más clamoroso error judicial de la Historia de la Humanidad: la crucifixión de Jesucristo. Jesús nos redimió a través de su Pasión y Muerte, y por su sufrimiento nos abrió las puertas del Paraíso.
Sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano no puedo sino recomendar la carta apostólica de San Juan Pablo II Salvifici doloris. Creo que nos puede ayudar a entender el porqué del sufrimiento y su sentido salvífico. Y si sufrimos por nuestra fe, recordemos lo que nos dice San Pedro: “Si os ultrajan por el nombre de Cristo, bienaventurados vosotros” (1 Pe 4,14).
Finalmente, recuerdo lo que me dijo un sacerdote que sabía que le quedaban pocos días de vida: “A mí me importa muchísimo lo que piense de mí Dios, algo lo que yo pienso de mí, nada lo que piensen los demás”.
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