Iglesia y nacionalismo
El nuevo obispo de San Sebastián se presenta con un programa que se puede decir con una sola palabra: Cristo, o si lo queremos un poco más amplio: seguir y servir a Cristo.
por Pedro Trevijano
El nombramiento de monseñor Munilla como obispo de San Sebastián ha sido diversamente acogido. Personalmente creo que el nuevo obispo de San Sebastián se presenta con un programa que se puede decir con una sola palabra: Cristo, o si lo queremos un poco más amplio: seguir y servir a Cristo y, en consecuencia, también a los demás, a todos.
El problema de la Iglesia vasca, al menos para los que la vemos desde fuera, ha sido su excesiva supeditación al nacionalismo. La condena del terrorismo de ETA ya hace mucho tiempo que se ha producido en la Iglesia, destacando entre los numerosos documentos de condena la Instrucción Pastoral de nuestra Conferencia Episcopal «Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y consecuencias», en la que se nos dice: «No se puede ser neutral ante el terrorismo. Querer serlo resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público» (nº 15), pero lo que ha sido escandaloso para nuestros fieles ha sido el silencio de la Iglesia vasca ante los excesos del nacionalismo, que no ha respetado en modo alguno los derechos de los no nacionalistas.
Cuando hay dos culturas en el mismo territorio ambas tienen derecho a expresarse, cosa que no sucede en el País Vasco, donde los letreros de las calles y poblaciones e interior de los centros culturales con frecuencia están sólo en vasco, donde es peligroso expresarte si no eres nacionalista, donde hasta para lograr un buen puesto de trabajo ha sido, espero que haya dejado de serlo, más importante ser nacionalista que un buen profesional, por lo que y no sólo por las amenazas de ETA muchos han tenido que emigrar de su tierra de toda la vida.
Además los partidos nacionalistas vascos han tratado de aprovecharse para sus fines del terrorismo y sus crímenes. Nunca se ha desmentido claramente la frase atribuida a Arzalluz: «Unos agitan el árbol y otros recogemos las nueces», o los intentos de que el peso de la ley y de la justicia no caigan sobre los dirigentes de HB. Todavía me queda por oír a los principales dirigentes nacionalistas unas palabras de solidaridad con las decenas de miles de vascos que han tenido que coger muy a su pesar el camino del exilio para evitar que les suceda algo peor. Uno no puede por menos de pensar que para la mentalidad de estos actuales dirigentes, como son votos no nacionalistas, esta gente es mejor que se vaya y así seguiremos ganando las elecciones. Esta actitud típica del régimen que ha estado gobernando el País Vasco durante unos treinta años es la propia de un nacionalismo sectario y excluyente, muy propia de un partido racista y, debo decir que con asombro de mi parte, proabortista, es decir un partido nada cristiano.
En tanto que los nacionalistas no dejan de alegar presuntos derechos políticos de etnias o territorios, pero se callan ante la sistemática violación de derechos humanos, de derechos civiles, de tantas personas. Los que tenemos sobradas pruebas de tales actuaciones es lógico que nos planteemos hasta qué punto es lícito dar el voto a unos partidos con unos dirigentes tan escasamente interesados en la defensa de los derechos humanos de los que no piensan como ellos. No hay que olvidar, como dice la Encíclica «Veritatis Splendor» de Juan Pablo II «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (nº 101).
No hay que olvidar que la Iglesia católica es, por definición, que no otra cosa significa católica, universal. Está al servicio de todos los hombres y de todas las culturas. Cuando alguien se presenta a pedir ayuda a las obras asistenciales de la Iglesia no se le pregunta por su religión o por sus ideas. Simplemente se le atiende. En las tareas de la Iglesia está evangelizar, instruir, educar, fomentando la apertura hacia los demás y prestando para ello una inestimable ayuda a las familias y a la Sociedad.
Sin embargo está claro que no se puede ni debe condenar a todo nacionalismo. «El amor a la propia nación o patria, que es necesario cultivar, puede manifestarse como una opción política nacionalista. La opción nacionalista, sin embargo, como cualquier opción política, no puede ser absoluta. Para ser legítima debe mantenerse en los límites de la moral y de la justicia, y debe evitar un doble peligro: el primero considerarse a sí misma como la única forma coherente de proponer el amor a la nación; el segundo, defender los propios valores nacionales excluyendo y menospreciando los de otras realidades nacionales o estatales. Los nacionalismos, al igual que las demás opciones políticas, deben estar ordenados al bien común de todos los ciudadanos» (Instrucción Pastoral nº 31).
Por último, desear a monseñor Munilla, que logre realizar su deseo de ser el obispo de todos los guipuzcoanos: los nacionalistas, los no nacionalistas y los que se han tenido que ir y ojalá puedan pronto volver.
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