Confesión y dirección espiritual
por Pedro Trevijano
Aunque actualmente los consejeros psicológicos realizan tareas que antes eran propias de los directores espirituales, éstos sin embargo siguen teniendo un importante papel.
La confesión es un encuentro privilegiado del alma con Dios a través de su ministro. Lo ideal sería hacerla en un diálogo que permitiera discernir bien la situación de las almas, las raíces de sus faltas y los medios empleados o no para extirparlas. Convendría instruir sobre la vida espiritual, el modo de progresar en las virtudes o, por el contrario, las actitudes a cambiar. Hay también que animar contra el desaliento y ayudar a los angustiados que no ven avances en su vida espiritual, tratando igualmente de evitar la rutina. Por ello sería bueno que la confesión se juntara con la dirección espiritual, y esta conveniencia es precisamente mayor cuando se trata de personas que intentan seguir más fielmente a Cristo.
Todo esto hay que tenerlo presente para evitar el esperar que nuestras simples confesiones nos aporten necesariamente una luz capaz de orientar nuestra conducta, o el creer que el director que nos da un consejo o aviso lo hace con la misma autoridad absoluta que adopta su palabra en la absolución, cuando actúa como instrumento de Cristo.
Es importante tener un confesor fijo a quien recurrir habitualmente; éste, llegado a ser así también director espiritual, sabrá indicar a cada uno el camino a seguir para responder generosamente a la llamada a la santidad. Confesarse con un confesor que nos conoce puede hacer más fácil al penitente saber lo que Dios espera de él.
La dirección espiritual es un ponerse a la escucha de las indicaciones del Espíritu Santo, en un cierto contexto espiritual y psicológico. Más concretamente se llama dirección espiritual al esfuerzo de búsqueda de las directrices del Espíritu Santo, que un cristiano realiza con la ayuda de un director. La dirección espiritual es, desde luego, algo distinto al psicoanálisis, pues lo que el director y el dirigido buscan, en la obediencia a la Palabra de Dios y en la oración, es que sea el Espíritu Santo el que dirija nuestra vida según su voluntad.
La dirección espiritual suele ser más eficaz cuando utiliza el método no directivo, que consiste en que el director sobre todo escucha y generalmente no interviene de manera autoritaria, para dejar así a su dirigido encontrar por su propia reflexión, con la ayuda de la gracia, cuáles son las directrices del Espíritu. En efecto, sólo al interesado corresponde decidir por sí mismo lo que debe hacer. El hombre adulto, en efecto, excepto el caso de enfermedad psíquica como los escrúpulos, es personalmente responsable de lo que hace y no puede en consecuencia apelar a la obediencia para verse libre de sus responsabilidades. El parecer de un buen director no puede pretender más que orientar en la evolución de la vida espiritual a los que recurren a sus consejos y de ordinario preferirá el consejo al mandato, intentando además fomentar la autonomía de la razón.
El recurrir a un director o padre espiritual es totalmente legítimo, como lo es el recurrir a un educador para el progreso en la madurez personal. La dirección espiritual no tiene nada que ver con una visión patológica del ser humano, puesto que lo que intenta es dar orientaciones para la vida normal, procurando ayudar al individuo al "hallazgo del yo", a fin de que pueda dar más libremente su respuesta de fe. En consecuencia la dirección espiritual se dirige a lo humano, pero para ponerlo al servicio de Dios. La ciencia, experiencia y objetividad de un sacerdote pueden ser un importante apoyo, pues es difícil ver bien lo que nos concierne personalmente, y, como se dice ordinariamente, cuatro ojos ven más que dos.
Pero esto no impide que sólo cada uno de nosotros se halle en el punto exacto en el que convergen los signos múltiples, complementarios y con frecuencia tenues, con los que Dios nos indica y nos precisa día a día cuál es su voluntad sobre nosotros y cómo por consiguiente nos es posible responder a su amor. Al dirigido le toca, pues, decidir, aun teniendo en cuenta el papel de su director. No obstante esto, no hemos de poner la dirección espiritual al mismo nivel de los consejos simplemente humanos, pues entre el penitente o dirigido y el sacerdote se encuentra, aunque invisible, Cristo; si bien el director espiritual ha de procurar permitir que Cristo se manifieste a través suyo, pues su modo de ser puede constituir también un cierto obstáculo entre el penitente y Cristo. Pero normalmente es muy bueno tener junto a nosotros un confidente escogido no sólo por sus afinidades y simpatías humanas, sino porque representa a Dios y a su Iglesia, con la autoridad del ministro que puede consolar, exhortar y perdonar, pudiendo así evitarse muchas angustias y problemas.
En las confesiones corrientes el sacerdote ha de añadir algunas palabras o consejos que ayuden al penitente a salir más dispuesto a progresar en la vida espiritual de lo que estaba cuando inició la confesión. A menudo tendremos penitentes habituales que nos consultarán sus problemas y pedirán de nosotros una cierta dirección espiritual. Otras veces encontraremos personas que nos solicitan como directores de conciencia.
Hay también gente que más que tener un director espiritual fijo, procura aconsejarse de varias personas en sus problemas espirituales. Las revisiones de vida y otros medios semejantes pueden ser para la vida de fe de estas personas ayudas eficaces.
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