Hoy es Navidad
Asistimos a expresiones de un laicismo radical, que quisiera borrar a Dios del mapa, de la convivencia, de las expresiones culturales. Es una aberración.
Se trata de una de las fiestas más importantes del calendario cristiano, que ha impregnado el tejido social y las costumbres de nuestros ambientes. El que nace Niño en Belén es el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho verdadero hombre en el seno de María Virgen. Y viene para hacernos hijos de Dios, para hacernos hermanos unos de otros, viene para traernos la paz con perdón abundante para nuestras vidas redimidas. Todo ello es motivo de gran alegría, y por eso hacemos fiesta.
En nuestra sociedad descristianizada, se va evaporando el motivo hondo de la Navidad. Algunos políticos no saben qué hacer, otros toman medidas que ofenden a los cristianos. En una sociedad con profundas raíces cristianas no se puede arrancar sin hacer daño todo lo referente a la fe cristiana. Asistimos a expresiones de un laicismo radical, que quisiera borrar a Dios del mapa, de la convivencia, de las expresiones culturales. Es una aberración. A nadie se le obliga a creer y nadie tiene que molestarse por que otros tengan fe. La verdadera aconfesionalidad consiste en admitir a todos, fomentando incluso lo que es de cada uno y de cada grupo en el respeto de la convivencia. Nunca la aconfesionalidad es ataque, abuso de autoridad para suprimir expresiones que son de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso ya no es aconfesionalidad, sino militancia laicista y ataque a los creyentes. La religión es mucho más tolerante que la militancia atea. Por eso, por mucho que se empeñen en ignorarlo o suprimirlo, Navidad es Navidad, no es el solsticio de invierno. Navidad es Jesucristo que nace de María virgen.
Ahora bien, la verdadera reivindicación de la Navidad consiste en vivirla y mostrarla a quienes no la viven, respetando a todos. Hemos de reconocer entre los cristianos que, si nos quedamos en lo puramente externo, habremos vaciado nuestro corazón de lo más bonito que se celebra en estos días: el encuentro con Jesús, que viene a salvarnos. Cada uno de nosotros necesita esa salvación para salir de los enredos del pecado y del egoísmo. Nuestros contemporáneos necesitan esa salvación que trae Jesús. Nuestro mundo necesita al Príncipe de la paz, que nos restaura en la relación con Dios y con los demás.
En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure. Celebramos Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. No adoréis a nadie más que a Él. Nos preparamos a Navidad con una buena confesión, que nos deje bien dispuestos para este encuentro.
Navidad es María, la virgen madre del Niño que nace en Belén. La persona humana más importante de la historia, una mujer sencilla y humilde, dispuesta a servir, entregada de lleno a la misión encomendada. ¡Cómo nos enseña María a vivir la Navidad verdadera! Y junto a ella, José su esposo, verdadero padre (no-biológico) de Jesús, que se ocupa de su familia, la protege, le da cobijo.
He aquí la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Un hogar inspirador y protector para la familia cristiana. Navidad es la fiesta de la familia, donde se refuerzan los lazos del amor, donde cada uno se siente querido gratuitamente, el nido donde los esposos (varón y mujer) se complementan y se ayudan, el hogar donde nacen los hijos y crecen sanos alimentados por el amor fiel de sus padres.
Navidad es la fiesta de la solidaridad de unos con otros. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se ha unido de alguna manera con cada hombre (Gaudium et Spes 22) y ha establecido lazos de unión de unos con otros. Es más fuerte lo que nos une con cada persona, que lo que pudiera separarnos. Jesucristo ha compartido con nosotros su vida divina, en actitud de humildad y servicio al hacerse hombre, para que nosotros prolonguemos ese amor fraterno, cuidando especialmente de los más necesitados. Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial, sino la que brota de nuestra más profunda unión con Cristo.
A todos os deseo una santa y feliz Navidad. Si vivimos la Navidad de corazón, de verdad, en nuestra familia, en nuestra parroquia, la Navidad transformará el mundo, transformando nuestros corazones.
En nuestra sociedad descristianizada, se va evaporando el motivo hondo de la Navidad. Algunos políticos no saben qué hacer, otros toman medidas que ofenden a los cristianos. En una sociedad con profundas raíces cristianas no se puede arrancar sin hacer daño todo lo referente a la fe cristiana. Asistimos a expresiones de un laicismo radical, que quisiera borrar a Dios del mapa, de la convivencia, de las expresiones culturales. Es una aberración. A nadie se le obliga a creer y nadie tiene que molestarse por que otros tengan fe. La verdadera aconfesionalidad consiste en admitir a todos, fomentando incluso lo que es de cada uno y de cada grupo en el respeto de la convivencia. Nunca la aconfesionalidad es ataque, abuso de autoridad para suprimir expresiones que son de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso ya no es aconfesionalidad, sino militancia laicista y ataque a los creyentes. La religión es mucho más tolerante que la militancia atea. Por eso, por mucho que se empeñen en ignorarlo o suprimirlo, Navidad es Navidad, no es el solsticio de invierno. Navidad es Jesucristo que nace de María virgen.
Ahora bien, la verdadera reivindicación de la Navidad consiste en vivirla y mostrarla a quienes no la viven, respetando a todos. Hemos de reconocer entre los cristianos que, si nos quedamos en lo puramente externo, habremos vaciado nuestro corazón de lo más bonito que se celebra en estos días: el encuentro con Jesús, que viene a salvarnos. Cada uno de nosotros necesita esa salvación para salir de los enredos del pecado y del egoísmo. Nuestros contemporáneos necesitan esa salvación que trae Jesús. Nuestro mundo necesita al Príncipe de la paz, que nos restaura en la relación con Dios y con los demás.
En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure. Celebramos Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. No adoréis a nadie más que a Él. Nos preparamos a Navidad con una buena confesión, que nos deje bien dispuestos para este encuentro.
Navidad es María, la virgen madre del Niño que nace en Belén. La persona humana más importante de la historia, una mujer sencilla y humilde, dispuesta a servir, entregada de lleno a la misión encomendada. ¡Cómo nos enseña María a vivir la Navidad verdadera! Y junto a ella, José su esposo, verdadero padre (no-biológico) de Jesús, que se ocupa de su familia, la protege, le da cobijo.
He aquí la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Un hogar inspirador y protector para la familia cristiana. Navidad es la fiesta de la familia, donde se refuerzan los lazos del amor, donde cada uno se siente querido gratuitamente, el nido donde los esposos (varón y mujer) se complementan y se ayudan, el hogar donde nacen los hijos y crecen sanos alimentados por el amor fiel de sus padres.
Navidad es la fiesta de la solidaridad de unos con otros. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se ha unido de alguna manera con cada hombre (Gaudium et Spes 22) y ha establecido lazos de unión de unos con otros. Es más fuerte lo que nos une con cada persona, que lo que pudiera separarnos. Jesucristo ha compartido con nosotros su vida divina, en actitud de humildad y servicio al hacerse hombre, para que nosotros prolonguemos ese amor fraterno, cuidando especialmente de los más necesitados. Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial, sino la que brota de nuestra más profunda unión con Cristo.
A todos os deseo una santa y feliz Navidad. Si vivimos la Navidad de corazón, de verdad, en nuestra familia, en nuestra parroquia, la Navidad transformará el mundo, transformando nuestros corazones.
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