Problemas para la educación, hoy
El actual sistema educativo, con todos mis respetos, parece que no está teniendo en cuenta satisfactoriamente esta situación; tampoco la ha tenido el anterior sistema educativo del que es mera prolongación y culminación del actual
Algunos hablan de anomía moral en los jóvenes; preocupan socialmente fenómenos como la violencia juvenil callejera, entre pandillas, y aun en la misma escuela; el creciente consumo de drogas y de pastillas de diseño, los embarazos prematuros, los abortos en edades muy tempranas... ¿Con qué tiene que ver todo esto? Tiene que ver, a mí entender, con muchas cosas. Tiene que ver con el deterioro de la familia, el no apoyo a la familia, con la que, en expresión del Papa Francisco, parece que haya una guerra mundial, tiene que ver con la educación o no educación que han recibido, con la trivialización de la sexualidad y el pansexualismo envolvente con todos los intereses que están en medio, con la difusión de ciertas formas de vida y pensamiento, con teorías e ideologías, como, por ejemplo, la de género, con muchas cosas.
Seamos claros y no vayamos con miramientos: hay algo, o mucho, en la sociedad y en lo que se les ofrece a los niños y jóvenes con lo que se hace con los jóvenes o con los mismos niños que, lo queramos o no, no nos atrevemos a reconocer. Ellos reflejan la situación humana y moral en la que viven.
Este panorama, no de modo exclusivo pero sí de manera importante, tiene que ver con la educación y la enseñanza. Basta visitar las aulas y los colegios e institutos, hablar con maestros y profesores, tener conversaciones con los padres o relacionarse amistosa y confiadamente con los adolescentes y jóvenes, para percatarse de la gravedad de la situación (que conste que quiero y valoro mucho a los jóvenes, que confío mucho en ellos, que espero mucho de ellos, que los comprendo, que reconozco en ellos un potencial humano fabuloso y un corazón muy grande).
Los jóvenes, de una manera u otra, aunque no estén muy seguros, buscan que haya un sentido para la vida o que la vida tenga sentido. La escuela, el sistema educativo, no les ofrece respuesta a esta búsqueda fundamental, al contrario, más bien la ignora u oculta detrás de un predominio en la enseñanza de la razón instrumental y calculadora. Ni «la movida, ni el botellón» les ofrecen solución a lo que buscan; no pueden darla ni la darán nunca; les ofrece un sucedáneo y una falsedad, como tantos otros sucedáneos y falsedades que se les ofrecen desde no pocas instancias.
Mientras no se den las respuestas verdaderas y adecuadas a sus búsquedas, esperanzas y anhelos más hondos, no se habrá avanzado lo sufi ciente. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la organización y ordenación de la misma, la cultura imperante, es la Iglesia, son ellos mismos incluso, los que han de ofrecer la respuesta: ofrecer la verdad del hombre que ellos andan buscando, lo que les puede hacer felices de verdad y vivir con esperanza, lo que les puede conducir a ser libres y a descubrir la inmensa grandeza de ser hombre, la dignidad de todo ser humano, el bien del hombre, lo que les ayude a aprender el sentido hondo que tienen palabras como «paz, amor, justicia», lo que les llene y les arranque de la cultura del vacío o del nihilismo ambiental y de los sucedáneos, o del «cáncer» mortal del relativismo y de su dictadura.
El actual sistema educativo, con todos mis respetos, parece que no está teniendo en cuenta satisfactoriamente esta situación; tampoco la ha tenido el anterior sistema educativo del que es mera prolongación y culminación del actual. Por supuesto que una de las grandes preocupaciones de la enseñanza hoy debe ser el fracaso escolar en los aspectos cognitivos para poder vivir en una «sociedad del conocimiento».
No voy yo a restar ninguna importancia a esta noble preocupación o a este loable interés. Pero el fracaso más hondo está en algo más fundamental y originario: está en la educación de la persona, en la que no debería faltar la respuesta a las grandes preguntas insoslayables e irreprimibles sobre el hombre, sobre su sentido, sobre su destino, sobre la verdad última, sobre el ser personal de cada uno. Sin esto no hay formación moral, ni formación para la convivencia; sencillamente, no hay formación humana. Sin esto no hay educación, sin esto no hay hombre, no hay persona.
El actual sistema educativo no lo hace adecuadamente. No se entiende que estas cuestiones no entren ni en la preocupación ni en el debate público. Sin embargo, este es el quicio del futuro. Por esto abordo este tema, que es de una importancia humana, social y pastoral decisiva. Y, por ello, con todo respeto a convicciones ajenas, en libertad, me atrevo a ofrecer algunas refl exiones, según entiendo las cosas, que tratan precisamente de responder a la provocación que supone educar verdaderamente en el momento actual.
© La Razón
Seamos claros y no vayamos con miramientos: hay algo, o mucho, en la sociedad y en lo que se les ofrece a los niños y jóvenes con lo que se hace con los jóvenes o con los mismos niños que, lo queramos o no, no nos atrevemos a reconocer. Ellos reflejan la situación humana y moral en la que viven.
Este panorama, no de modo exclusivo pero sí de manera importante, tiene que ver con la educación y la enseñanza. Basta visitar las aulas y los colegios e institutos, hablar con maestros y profesores, tener conversaciones con los padres o relacionarse amistosa y confiadamente con los adolescentes y jóvenes, para percatarse de la gravedad de la situación (que conste que quiero y valoro mucho a los jóvenes, que confío mucho en ellos, que espero mucho de ellos, que los comprendo, que reconozco en ellos un potencial humano fabuloso y un corazón muy grande).
Los jóvenes, de una manera u otra, aunque no estén muy seguros, buscan que haya un sentido para la vida o que la vida tenga sentido. La escuela, el sistema educativo, no les ofrece respuesta a esta búsqueda fundamental, al contrario, más bien la ignora u oculta detrás de un predominio en la enseñanza de la razón instrumental y calculadora. Ni «la movida, ni el botellón» les ofrecen solución a lo que buscan; no pueden darla ni la darán nunca; les ofrece un sucedáneo y una falsedad, como tantos otros sucedáneos y falsedades que se les ofrecen desde no pocas instancias.
Mientras no se den las respuestas verdaderas y adecuadas a sus búsquedas, esperanzas y anhelos más hondos, no se habrá avanzado lo sufi ciente. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la organización y ordenación de la misma, la cultura imperante, es la Iglesia, son ellos mismos incluso, los que han de ofrecer la respuesta: ofrecer la verdad del hombre que ellos andan buscando, lo que les puede hacer felices de verdad y vivir con esperanza, lo que les puede conducir a ser libres y a descubrir la inmensa grandeza de ser hombre, la dignidad de todo ser humano, el bien del hombre, lo que les ayude a aprender el sentido hondo que tienen palabras como «paz, amor, justicia», lo que les llene y les arranque de la cultura del vacío o del nihilismo ambiental y de los sucedáneos, o del «cáncer» mortal del relativismo y de su dictadura.
El actual sistema educativo, con todos mis respetos, parece que no está teniendo en cuenta satisfactoriamente esta situación; tampoco la ha tenido el anterior sistema educativo del que es mera prolongación y culminación del actual. Por supuesto que una de las grandes preocupaciones de la enseñanza hoy debe ser el fracaso escolar en los aspectos cognitivos para poder vivir en una «sociedad del conocimiento».
No voy yo a restar ninguna importancia a esta noble preocupación o a este loable interés. Pero el fracaso más hondo está en algo más fundamental y originario: está en la educación de la persona, en la que no debería faltar la respuesta a las grandes preguntas insoslayables e irreprimibles sobre el hombre, sobre su sentido, sobre su destino, sobre la verdad última, sobre el ser personal de cada uno. Sin esto no hay formación moral, ni formación para la convivencia; sencillamente, no hay formación humana. Sin esto no hay educación, sin esto no hay hombre, no hay persona.
El actual sistema educativo no lo hace adecuadamente. No se entiende que estas cuestiones no entren ni en la preocupación ni en el debate público. Sin embargo, este es el quicio del futuro. Por esto abordo este tema, que es de una importancia humana, social y pastoral decisiva. Y, por ello, con todo respeto a convicciones ajenas, en libertad, me atrevo a ofrecer algunas refl exiones, según entiendo las cosas, que tratan precisamente de responder a la provocación que supone educar verdaderamente en el momento actual.
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