Como corderos en medio de lobos
Las dificultades para la evangelización vienen más de dentro que de fuera, vienen de nuestra tibieza o mediocridad para vivir el Evangelio, vienen del poco fuelle con el que afrontamos la tarea. Jesús nos lo advierte, no nos engañemos.
La frase es fuerte, “mirad que os envío como corderos en medio de lobos”. La dijo Jesús cuando envió a sus discípulos a anunciar el Evangelio. Y no se refiere sólo a los apóstoles (a los obispos y presbíteros, hoy), sino al grupo más amplio de los evangelizadores, a los setenta y dos.
Jesús señala unas pautas para la tarea evangelizadora, a la que él nos envía. Primero, oración. “Rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies”, porque las vocaciones las da el Señor, él es quien llama para trabajar en su viña, y a él hemos de pedirle que no nos falten evangelizadores, testigos del Evangelio en nuestro tiempo. La oración nos sitúa en un nivel superior, en el que percibimos que para Dios nada hay imposible. Y en la oración Dios nos va diciendo cuál debe ser nuestra colaboración a todos los niveles.
Después, austeridad: “No llevéis talega, ni alforja ni sandalias”. Ligeros de equipaje, para ser más libres y estar más disponibles. A veces pensamos que la maleta ha de ir llena, “por si acaso”. Jesús contradice esa tendencia. Cuantos menos medios, mejor, para que se vea que la obra es suya y que el fruto no es proporcionado a nuestro esfuerzo, sino a la eficacia de su gracia. “Llevamos este tesoro en vasijas de barro”. Nos cuesta la misma vida entender este principio tan evangélico, pero hasta que no lo entendemos y hasta que no nos ponemos a practicarlo, no producimos fruto. Algo tendrá la pobreza cuando Jesús la bendice. Ha habido santos que lo han entendido muy pronto, y han producido frutos muy tempranos: Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, etc.
Portadores de paz. El evangelizador no siembra discordia, sino que es portador de la paz de Dios para los hombres. A quien quiere recibirla, se le da. A quien no, él se lo pierde. El evangelizador es siempre portador de paz para todos. Y sabe que su testimonio será rechazado en muchas ocasiones. Por eso, dice Jesús: “Os envío como corderos en medio de lobos”. ¿Qué hace un lobo con un cordero? Se lo come y se queda tan ancho. Pues eso sucede con los evangelizadores, los que llevan la paz, los que anuncian a Jesucristo y su Evangelio. Están expuestos a ser rechazados, calumniados, marginados, e incluso a ser eliminados. La historia está llena de ejemplos continuos, que no faltan en nuestros días.
Pero la evangelización se ha abierto paso así, a base de persecuciones, a base de fortaleza que viene de Dios ante las dificultades, a base de mártires que no matan a nadie, sino que padecen el martirio amando y bendiciendo, a base de perdón que devuelve bien por mal, que vence el mal a fuerza debien. El Evangelio se ha abierto camino regando la cosecha con sangre abundante de mártires, semilla de nuevos cristianos. Y ha dado mucho fruto, ahí están los resultados.
Por eso, san Pablo proclama con sano orgullo: “Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6,14).
Hay épocas en que las circunstancias ambientales favorecen la evangelización y hay otras épocas en las que la evangelización es rechazada frontalmente. En uno y en otro caso, se trata de anunciar a Cristo con obras y palabras, porque sólo en él hay salvación, sólo él es el redentor del hombre, no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados. En definitiva, las dificultades para la evangelización vienen más de dentro que de fuera, vienen de nuestra tibieza o mediocridad para vivir el Evangelio, vienen del poco fuelle con el que afrontamos la tarea. Jesús nos lo advierte, no nos engañemos. Vayamos adelante con la fuerza del Señor. La eficacia está garantizada, si ponemos los medios que Jesús nos propone.
Jesús señala unas pautas para la tarea evangelizadora, a la que él nos envía. Primero, oración. “Rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies”, porque las vocaciones las da el Señor, él es quien llama para trabajar en su viña, y a él hemos de pedirle que no nos falten evangelizadores, testigos del Evangelio en nuestro tiempo. La oración nos sitúa en un nivel superior, en el que percibimos que para Dios nada hay imposible. Y en la oración Dios nos va diciendo cuál debe ser nuestra colaboración a todos los niveles.
Después, austeridad: “No llevéis talega, ni alforja ni sandalias”. Ligeros de equipaje, para ser más libres y estar más disponibles. A veces pensamos que la maleta ha de ir llena, “por si acaso”. Jesús contradice esa tendencia. Cuantos menos medios, mejor, para que se vea que la obra es suya y que el fruto no es proporcionado a nuestro esfuerzo, sino a la eficacia de su gracia. “Llevamos este tesoro en vasijas de barro”. Nos cuesta la misma vida entender este principio tan evangélico, pero hasta que no lo entendemos y hasta que no nos ponemos a practicarlo, no producimos fruto. Algo tendrá la pobreza cuando Jesús la bendice. Ha habido santos que lo han entendido muy pronto, y han producido frutos muy tempranos: Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, etc.
Portadores de paz. El evangelizador no siembra discordia, sino que es portador de la paz de Dios para los hombres. A quien quiere recibirla, se le da. A quien no, él se lo pierde. El evangelizador es siempre portador de paz para todos. Y sabe que su testimonio será rechazado en muchas ocasiones. Por eso, dice Jesús: “Os envío como corderos en medio de lobos”. ¿Qué hace un lobo con un cordero? Se lo come y se queda tan ancho. Pues eso sucede con los evangelizadores, los que llevan la paz, los que anuncian a Jesucristo y su Evangelio. Están expuestos a ser rechazados, calumniados, marginados, e incluso a ser eliminados. La historia está llena de ejemplos continuos, que no faltan en nuestros días.
Pero la evangelización se ha abierto paso así, a base de persecuciones, a base de fortaleza que viene de Dios ante las dificultades, a base de mártires que no matan a nadie, sino que padecen el martirio amando y bendiciendo, a base de perdón que devuelve bien por mal, que vence el mal a fuerza debien. El Evangelio se ha abierto camino regando la cosecha con sangre abundante de mártires, semilla de nuevos cristianos. Y ha dado mucho fruto, ahí están los resultados.
Por eso, san Pablo proclama con sano orgullo: “Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6,14).
Hay épocas en que las circunstancias ambientales favorecen la evangelización y hay otras épocas en las que la evangelización es rechazada frontalmente. En uno y en otro caso, se trata de anunciar a Cristo con obras y palabras, porque sólo en él hay salvación, sólo él es el redentor del hombre, no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados. En definitiva, las dificultades para la evangelización vienen más de dentro que de fuera, vienen de nuestra tibieza o mediocridad para vivir el Evangelio, vienen del poco fuelle con el que afrontamos la tarea. Jesús nos lo advierte, no nos engañemos. Vayamos adelante con la fuerza del Señor. La eficacia está garantizada, si ponemos los medios que Jesús nos propone.
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