Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Müller en España


El desafío de una sociedad plural, tantas veces alejada de la Iglesia, no puede conducirla a rebajar o edulcorar el mensaje de salvación en aras de una visión presuntamente compasiva, ya que la misericordia va intrínsecamente unida a la llamada a la conversión.

por José Luis Restán

Opinión

El cardenal Gerhard Müller, prefecto de la Doctrina de la Fe, ha recorrido varias ciudades españolas para presentar el libro-entrevista Informe sobre la esperanza, fruto de un amplio diálogo con el director de la BAC, Carlos Granados. Müller es una de las voces más significativas de la Iglesia, por su ministerio y por su propio empaque teológico. Eso explica la gran expectación que ha despertado su periplo por España, que va más allá del contenido del libro. Se esperaban sus opiniones sobre varios temas de candente actualidad, sobre todo una vez que se han difundido diversas caricaturas, más finas o más groseras, que le presentan como antagonista del Papa Francisco, e incluso como cabeza de una conspiración de purpurados involucionistas. La fantasía da para mucho.

Conviene refrescar algunos rasgos de este alemán fornido, que creció en una familia de obreros industriales del Palatinado. Cuando Benedicto XVI le llamó a Roma, para presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe, no faltaron voces de sospecha que le calificaban de filo-protestante o filo-progresista. Por deformar que no quede. Ahora, sin embargo, otros le sitúan al frente de la caverna. Desde luego Müller no ha sido nunca un involucionista, prueba de ello es esta afirmación en su primera entrevista como prefecto, concedida a L’Osservatore Romano: “En Jesús Dios ha dicho y dado todo, pero dado que Él es un tesoro inagotable, el Espíritu Santo jamás termina de revelar y de actualizar su misterio… por ello la obra de Cristo y de la Iglesia no retrocede nunca, sino que siempre progresa”. Además, en el pensamiento y la sensibilidad de Müller siempre ha estado muy presente la dimensión social de la fe cristiana, que le ha llevado a un intenso diálogo crítico con las diversas expresiones de la Teología de la Liberación. Completemos el cuadro diciendo que estamos ante un hombre que no elude la batalla y no tiene pelos en la lengua. Lo demostró mientras fue obispo de Ratisbona, y lo ha demostrado en los casi cuatro años que lleva como prefecto.

El Papa Francisco ha mantenido a Müller en su puesto durante estos tres años. No estaba obligado a hacerlo, tampoco sabemos qué sucederá en el futuro. Es verdad que, por ejemplo, Francisco ha llamado a otro cardenal-teólogo como Schönborn para presentar su Exhortación sobre la familia, Amoris Laetitia. No es nada extraño. En todo caso es evidente que al Papa le gusta jugar con diversos palos de la baraja. También sabemos que Francisco detesta el ambiente cortesano y prefiere a su lado hombres leales y francos, aunque no siempre le den la razón. Así lo ha explicado en numerosas ocasiones. Puedo imaginarme a Müller protagonizando un choque de trenes, pero no participando en conspiraciones palaciegas. Lo que tiene que decir (tenga razón o se equivoque) lo dice siempre claro y de frente. Así lo hizo durante los debates sinodales, en los que también supo alcanzar fórmulas compartidas con otros colegas como Marx, Kasper o el mencionado Schönborn. Creo sinceramente que Francisco estima este modo de proceder, y desea contar con colaboradores que no practican el halago sino que viven el celo por la verdad y el amor, juntos e inseparables.

En Valencia, Oviedo y Madrid, Müller ha desarrollado su pensamiento y se ha sometido sin filtros a las preguntas de los periodistas. Se ve que lo suyo no es la ironía, pero ha tirado de ella para responder a la supuesta enemistad con Francisco que algunos le adjudican. “El Papa ha leído mi libro y le ha gustado mucho”, ha respondido, para añadir que Francisco es un verdadero don del Espíritu para la Iglesia en este momento histórico. Y ha pedido que nadie contraponga de manera retorcida a los últimos papas, y que no caigamos en la tentación (siempre latente) de ideologizar la fe: “No somos bautizados en una ideología conservadora o progresista, somos bautizados en la Iglesia”. La tesis central de su libro es que la esperanza cristiana es la única que puede conferir la seguridad que tanto anhela el hombre de nuestro tiempo. Por eso la Iglesia tiene que volcarse en evangelizar. El desafío de una sociedad plural, tantas veces alejada de la Iglesia, no puede conducirla a rebajar o edulcorar el mensaje de salvación en aras de una visión presuntamente compasiva, ya que la misericordia va intrínsecamente unida a la llamada a la conversión.

Müller subraya que la Iglesia es madre y maestra, y en esa permanente tensión debe desenvolver su misión: debe conjugar la firmeza en el anuncio de los contenidos de la fe y sus consecuencias morales, con la cercanía pastoral y la ternura en el arduo camino de la existencia cotidiana, especialmente con aquellas personas que viven situaciones de grave dificultad. Personas a las que la Iglesia debe acoger, integrar, y ofrecer sin descanso la misericordia de Dios. Y como tantas veces ha subrayado el propio Francisco, su prefecto de la fe nos ha recordado que el centro de la vida eclesial no es la reforma de la curia o de las finanzas vaticanas, sino la conversión a Cristo y su comunicación al mundo.
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