Solos
por Carmen Cabeza
Simón frecuenta la puerta de mi parroquia. Se acerca a los feligreses esperando una ayuda, pero nunca es insistente ni inoportuno. Andará por los setenta y cojea ligeramente, pero tiene un aspecto agradable, diría que en su juventud fue un hombre guapo, siempre educado y respetuoso.
Hace un par de años dejó de venir y pensé que le había pasado lo irremediable. Tres meses después reapareció con un aspecto magnífico: el pelo y la barba bien cortados, la cara más rellena, buen estado físico y bien vestido, con ropa limpia y más que digna. Me contó que le habían operado de la cadera y que había pasado la convalecencia en una residencia. Me quedé muy contenta al saber que por fin estaba bien organizado y atendido pero mi alegría duró poco. No llevaba bien el orden y la rutina de la residencia con horarios y normas que cumplir. Le gusta su independencia y a pesar de los inconvenientes y dificultades que supone malvivir prefiere esa libertad.
Pasará la Nochebuena en casa de su hijo, no se entienden bien, pero mantienen el contacto en Navidad. Allí estará caliente, cenará cosas ricas y tendrá compañía, pero no le apetece nada. Lo cuenta con un tono entre resignado y comprensivo, siente que es lo correcto, lo que hay que hacer, aunque sea con desgana. Simón es un buen hombre con una situación complicada de la que quizá no sea responsable, que se conforma con sus circunstancias y se adapta a lo que hay.
María Francisca vino desde Chile hace muchos años como servicio doméstico, está jubilada hace tiempo y vive sola en una habitación alquilada. Lleva tiempo con tratamientos para su cáncer y está muy frágil. Aquí recibe una atención médica que no podría tener en su país y el equipo que la lleva la trata con un cariño excepcional.
Cuando se le complicó la enfermedad y tuvo que enfrentarse a una terapia dura hablamos de la posibilidad de que ingresara en una residencia donde no estuviera sola y pudieran cuidarla. Ella tuvo claro que no. “Estoy siempre con la Santísima Virgen y con nuestro Señor”, me dijo y continuó viviendo en su cuartito soleado y lleno de cosas que le recuerdan a Chile, siendo dueña y señora de su tiempo y de su difícil existencia. Se organiza en función de cómo haya ido el tratamiento, durmiendo cuando puede conciliar el sueño, comiendo intermitentemente cosas ligeras que pueda digerir y saliendo a la iglesia cercana cuando se encuentra bien.
Está muy contenta porque lleva varias semanas sin terapia y ha recobrado fuerzas, con lo cual ha podido ir al retiro de Adviento, algo que deseaba fervientemente. Porque lo que llena la vida de María Francisca es su relación con el Señor, cuando se encuentra bien le agradece continuamente ese bienestar, cuando le va mal se acoge a Él con confianza y espera pacientemente hasta que la cosa mejora. Si su salud se lo permite pasará la Nochebuena con una amiga de su parroquia que es una santa y que tiene un marido compasivo y comprensivo.
Hay quien vive la Navidad como una carga, como una obligación familiar que está deseando que termine. Da igual lo estupendos que sean los menús o lo caros que sean los regalos. No les gusta la celebración, no aguantan al cuñado y les fastidia el esfuerzo que les pueda suponer tanta reunión. En año nuevo se oyen en las oficinas los comentarios de alivio por haber pasado el trago. Aunque hayan coincidido con otros, en realidad han estado solos.
Otras personas, sin embargo, se siguen asombrando de la maravilla de este nacimiento. Igual que los pastores de Belén, se sienten atraídas por la luz que irradia el pesebre y en sus corazones resuena el canto celestial de los ángeles dando gloria a Dios. Su sencillez y humildad les permiten arrodillarse con gozo ante ese Niño que nace para todos, pero que no todos son capaces de reconocer. Disfrutan de una alegría profunda e incomparable, de una compañía que nunca les deja solos.
¡Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! Feliz Navidad.