Reafirmando la doctrina matrimonial y familiar de Cristo
El matrimonio ha sido a lo largo de los siglos uno de los más importantes factores de progreso de la humanidad, pues proporciona a los hijos el ambiente adecuado para su crianza, una estabilidad educativa y una formación que garantiza el crecimiento y desarrollo humano de nuestra sociedad.
por Pedro Trevijano
Me parece que la entrevista entre el Papa Francisco y el Patriarca Kyril es realmente un encuentro histórico. Ambos dirigentes han buscado en su documento conjunto subrayar los puntos comunes. Por mi formación es evidente que lo que más me ha interesado es lo referente al matrimonio y a la familia. Han dicho así:
“19. La familia es el centro natural de la vida de un ser humano y de la sociedad. Estamos preocupados por la crisis de la familia en muchos países. Los ortodoxos y los católicos, compartiendo la misma visión de la familia, están llamados a testificar acerca de la familia como de un camino hacia la santidad, que se manifiesta en la fidelidad mutua de los cónyuges, su disponibilidad para dar a luz a los niños y formarles, en la solidaridad entre las generaciones y el respeto hacia los enfermizos.
20. La familia está fundada sobre el matrimonio que es un acto libre y fiel de amor entre un hombre y una mujer. El amor fortalece su unión, les enseña a aceptar uno a otros como a un don. El matrimonio es la escuela del amor y de la fidelidad. Lamentamos que otras formas de convivencia se equiparan ahora con esta unión, y la visión de la paternidad y la maternidad como de especial vocación del hombre y de la mujer en el matrimonio, santificada por la tradición bíblica, se expulsa de la conciencia pública.
21. Hacemos un llamamiento a todos para respetar el derecho inalienable a la vida. Unos millones de bebés están privados de la propia posibilidad de aparecer a la luz. La sangre de los niños no nacidos pide a gritos a Dios que haga justicia. (Génesis 4, 10). La divulgación de la así llamada eutanasia conduce al hecho de que los ancianos y enfermos comienzan a sentirse carga excesiva para su familia y la sociedad en conjunto.”
Creo que este documento afirma unas verdades que conviene subrayar, en unos momentos en que en nombre de la ideología de género y de lo políticamente correcto se intenta combatir y destruir al matrimonio y a la familia.
Desde una óptica puramente biológica la naturaleza ha inventado la sexualidad para conservar la especie, pero esta realidad biológica adquiere forma humana en la comunidad de hombre y mujer. El misterio de la masculinidad y feminidad, los dos modos de ser de la persona humana, tiene que ver con la relación mutua, la reciprocidad sexual, el equilibrio afectivo, la comunión personal, para lo que se precisa una cierta diferencia, en la que la separación llama a la unidad y la unidad supone la separación que hace posible la comunicación y el lenguaje, pero que conlleva la unidad de naturaleza o de la carne. Las exigencias legítimas de la sexualidad, es decir la reciprocidad y la entrega mutua en armonía, se integran en un proceso de humanización. El matrimonio es una vocación que viene de Dios y es una institución necesaria para el amor de la pareja, aunque por supuesto no se puede reducir a puro ordenamiento jurídico.
El matrimonio ha sido a lo largo de los siglos uno de los más importantes factores de progreso de la humanidad, pues proporciona a los hijos el ambiente adecuado para su crianza, una estabilidad educativa y una formación que garantiza el crecimiento y desarrollo humano de nuestra sociedad. No nos olvidemos además que las dos grandes necesidades humanas son afecto y comida, y que la mayor parte de las personas resuelve la necesidad de afecto gracias a la unión matrimonial.
Pero el amor supone fidelidad. La fidelidad es indiscutiblemente un bien para el matrimonio y la familia, pero es un bien que hay que conquistar día a día, sin concesiones a la debilidad. Supone el respeto a la palabra dada y el convencimiento de que siempre que nos comprometemos a algo, y luego no lo cumplimos, provocamos sufrimiento. La infidelidad es lo contrario al amor, porque procede del engaño y provoca la desdicha.
No cabe duda de que la decisión de comprometerse “hasta que la muerte nos separe”, supone aceptar un elemento de incertidumbre y de riesgo. Pero el amor, y sobre todo el amor conyugal cristiano, impulsa a una entrega total, exclusiva y definitiva, reforzada por motivos religiosos. La fidelidad, curiosamente, supone un grado mayor de libertad, porque es menos libre una persona cuyo problema es engaño o no a mi cónyuge, que aquél que, porque ama, ni se le ocurre el adulterio. En cuanto a las otras formas de convivencia, en el Nuevo Testamente san Pablo condena claramente toda relación sexual fuera del matrimonio legítimo: adulterio (1 Cor 6,9; Rom 2,22; 7,3; 13,9), incesto (1 Cor 5,113), homosexualidad (1 Cor 6,9; Rom 1,26-27), fornicación (1 Tes 4,3; Gal 5,19) y prostitución (1 Cor 6,12-20; 10,8). ¿Y qué vamos a decir del intento de sustituir las palabras, padre y madre, o papá y mamá por progenitor A y progenitor B? Como no me gusta generalmente escribir palabras gruesas, dejo que sean Vds. los que las pongan.
Sobre el aborto dos reflexiones. Como sacerdote me he tropezado con centenares de casos en las que las madres abortistas, y más raramente sus cómplices, estaban destrozados por lo que habían hecho. Mi tarea era pedirles, para rehacerse como personas, confiar en el perdón de Dios, que iban a recibir en la absolución y procurar pasar por este mundo haciendo el bien y defendiendo la vida. La otra es algo sucedido esta misma semana: el Comité de Derechos del Niño de la ONU ha pedido a Irlanda que apruebe el aborto libre. Desde luego uno siempre aprende cosas nuevas: el ser abortado es un derecho del feto o embrión. Y es que cuando nos apartamos de Cristo, nos volvemos siervos de Satanás. Aprovecho la ocasión para decir que desconfío radicalmente de la ONU y sus organismos afines, como Amnistía Internacional, defensora del aborto y de los titiriteros.
Por último sobre la eutanasia: está claro que estoy en contra. Si voy a un hospital, quiero que me curen, no que me asesinen.
“19. La familia es el centro natural de la vida de un ser humano y de la sociedad. Estamos preocupados por la crisis de la familia en muchos países. Los ortodoxos y los católicos, compartiendo la misma visión de la familia, están llamados a testificar acerca de la familia como de un camino hacia la santidad, que se manifiesta en la fidelidad mutua de los cónyuges, su disponibilidad para dar a luz a los niños y formarles, en la solidaridad entre las generaciones y el respeto hacia los enfermizos.
20. La familia está fundada sobre el matrimonio que es un acto libre y fiel de amor entre un hombre y una mujer. El amor fortalece su unión, les enseña a aceptar uno a otros como a un don. El matrimonio es la escuela del amor y de la fidelidad. Lamentamos que otras formas de convivencia se equiparan ahora con esta unión, y la visión de la paternidad y la maternidad como de especial vocación del hombre y de la mujer en el matrimonio, santificada por la tradición bíblica, se expulsa de la conciencia pública.
21. Hacemos un llamamiento a todos para respetar el derecho inalienable a la vida. Unos millones de bebés están privados de la propia posibilidad de aparecer a la luz. La sangre de los niños no nacidos pide a gritos a Dios que haga justicia. (Génesis 4, 10). La divulgación de la así llamada eutanasia conduce al hecho de que los ancianos y enfermos comienzan a sentirse carga excesiva para su familia y la sociedad en conjunto.”
Creo que este documento afirma unas verdades que conviene subrayar, en unos momentos en que en nombre de la ideología de género y de lo políticamente correcto se intenta combatir y destruir al matrimonio y a la familia.
Desde una óptica puramente biológica la naturaleza ha inventado la sexualidad para conservar la especie, pero esta realidad biológica adquiere forma humana en la comunidad de hombre y mujer. El misterio de la masculinidad y feminidad, los dos modos de ser de la persona humana, tiene que ver con la relación mutua, la reciprocidad sexual, el equilibrio afectivo, la comunión personal, para lo que se precisa una cierta diferencia, en la que la separación llama a la unidad y la unidad supone la separación que hace posible la comunicación y el lenguaje, pero que conlleva la unidad de naturaleza o de la carne. Las exigencias legítimas de la sexualidad, es decir la reciprocidad y la entrega mutua en armonía, se integran en un proceso de humanización. El matrimonio es una vocación que viene de Dios y es una institución necesaria para el amor de la pareja, aunque por supuesto no se puede reducir a puro ordenamiento jurídico.
El matrimonio ha sido a lo largo de los siglos uno de los más importantes factores de progreso de la humanidad, pues proporciona a los hijos el ambiente adecuado para su crianza, una estabilidad educativa y una formación que garantiza el crecimiento y desarrollo humano de nuestra sociedad. No nos olvidemos además que las dos grandes necesidades humanas son afecto y comida, y que la mayor parte de las personas resuelve la necesidad de afecto gracias a la unión matrimonial.
Pero el amor supone fidelidad. La fidelidad es indiscutiblemente un bien para el matrimonio y la familia, pero es un bien que hay que conquistar día a día, sin concesiones a la debilidad. Supone el respeto a la palabra dada y el convencimiento de que siempre que nos comprometemos a algo, y luego no lo cumplimos, provocamos sufrimiento. La infidelidad es lo contrario al amor, porque procede del engaño y provoca la desdicha.
No cabe duda de que la decisión de comprometerse “hasta que la muerte nos separe”, supone aceptar un elemento de incertidumbre y de riesgo. Pero el amor, y sobre todo el amor conyugal cristiano, impulsa a una entrega total, exclusiva y definitiva, reforzada por motivos religiosos. La fidelidad, curiosamente, supone un grado mayor de libertad, porque es menos libre una persona cuyo problema es engaño o no a mi cónyuge, que aquél que, porque ama, ni se le ocurre el adulterio. En cuanto a las otras formas de convivencia, en el Nuevo Testamente san Pablo condena claramente toda relación sexual fuera del matrimonio legítimo: adulterio (1 Cor 6,9; Rom 2,22; 7,3; 13,9), incesto (1 Cor 5,113), homosexualidad (1 Cor 6,9; Rom 1,26-27), fornicación (1 Tes 4,3; Gal 5,19) y prostitución (1 Cor 6,12-20; 10,8). ¿Y qué vamos a decir del intento de sustituir las palabras, padre y madre, o papá y mamá por progenitor A y progenitor B? Como no me gusta generalmente escribir palabras gruesas, dejo que sean Vds. los que las pongan.
Sobre el aborto dos reflexiones. Como sacerdote me he tropezado con centenares de casos en las que las madres abortistas, y más raramente sus cómplices, estaban destrozados por lo que habían hecho. Mi tarea era pedirles, para rehacerse como personas, confiar en el perdón de Dios, que iban a recibir en la absolución y procurar pasar por este mundo haciendo el bien y defendiendo la vida. La otra es algo sucedido esta misma semana: el Comité de Derechos del Niño de la ONU ha pedido a Irlanda que apruebe el aborto libre. Desde luego uno siempre aprende cosas nuevas: el ser abortado es un derecho del feto o embrión. Y es que cuando nos apartamos de Cristo, nos volvemos siervos de Satanás. Aprovecho la ocasión para decir que desconfío radicalmente de la ONU y sus organismos afines, como Amnistía Internacional, defensora del aborto y de los titiriteros.
Por último sobre la eutanasia: está claro que estoy en contra. Si voy a un hospital, quiero que me curen, no que me asesinen.
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