Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

¿Política de Partido o Religión?


Creo que no es la Religión el opio del pueblo, sino la Política cuando defiende valores descabellados. Y como dice Benedicto XVI, la Iglesia «ni puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia».

por Pedro Trevijano

Opinión

En mi último artículo «Curso Caliente», he recibido el siguiente reproche: «La santa ira es pecadora. Don Pedro: cada día disparata usted más. El Gobierno no tiene ningún motivo para ver si sus proyectos de ley se conforman con el evangelio del domingo siguiente. Y, perdone que se lo diga, no es usted quien para juzgar si Zapatero y su señora educan bien a sus hijas. Su artículo no va de religión sino de política, y quizá su puesto no esté en un presbiterio sino en el PP».
 
Creo que mi mejor defensa son estas palabras de Benedicto XVI, de su Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis», escrita el 22 de Febrero del 2007, es decir bastante antes de la campaña electoral del 2008, en la que por cierto, en el programa electoral del PSOE no se hablaba del aborto. Dice así Benedicto XVI: «El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de la educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado» (nº 83).
 
Si en el evangelio del domingo 26, está Marcos 9,42, con la durísima frase de Jesús contra los que escandalizan a los pequeños y dado que matarles es mucho peor, el Gobierno me lo puso fácil para que yo y otros muchos predicásemos contra ese crimen abominable que es el aborto, y conste que la expresión crimen abominable no es mía, sino del Concilio Vaticano II, con lo que se pueden ustedes suponer lo que pienso de la categoría moral de todos los que apoyan el aborto, incluidos por supuesto, nuestros gobernantes y políticos, sean del Partido que sean. Si además en tu vida has tenido que bregar en multitud de ocasiones contra los efectos del síndrome postaborto, comprenderán que lo último que puedo pensar sobre quienes favorecen el aborto es que son buena gente. Es indudable que los valores que el Sr. Zapatero trata de realizar son exactamente los contrarios de los que defiende el Papa.
 
Sobre que no soy quien para juzgar si Zapatero y su señora educan bien a sus hijas, le diré que quien no es quien para pseudoeducar a los niños, adolescentes y jóvenes españoles es el señor presidente del Gobierno. La educación, especialmente en valores, pertenece a los padres, siendo esto un derecho humano fundamental, no al Estado que no es quien para imponer cualquier tipo de valores y mucho menos contra la voluntad de los padres esa estupidez increíble que es la ideología de género. A mí no me toca educar a las hijas de Zapatero, de acuerdo. Pero cuando veo un chico o una chica claro que puedo opinar si me parece que está bien o mal educado y me duele que su padre no haya impedido que sus hijas y sobre todo él, representante de España, hayan hecho el ridículo mundial.
 
Y sobre el bien común a nuestro presidente del Gobierno se le llena la boca hablando de los humildes y necesitados. Si no estuviera la Iglesia y sus obras asistenciales, no quiero ni pensar lo que pasaría con esta crisis, especialmente tras esta subida de impuestos, como la subida del IVA, un impuesto claramente regresivo que afecta fundamentalmente a las clases medias y bajas. No creo sea mucho pedir menos despilfarro y más seriedad. Por supuesto que todos, empezando por los cristianos, hemos de ser más solidarios, puesto que hay mucha gente que lo está pasando muy mal.
 
En resumen, creo que me he mantenido en un plano religioso y sacerdotal. Como dice el Concilio Vaticano II, en su «Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros», nº 4: «La predicación sacerdotal, que en las circunstancias actuales del mundo resulta no raras veces dificilísima, para que mejor mueva a las almas de los oyentes no debe exponer la palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio». Creo que no es la Religión el opio del pueblo, sino la Política cuando defiende valores descabellados. Y como dice Benedicto XVI en el número 89 del documento arriba citado, la Iglesia «ni puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia».
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