El matrimonio en la ideología de género y en la Iglesia
Varios países occidentales, entre ellos España, tienen una legislación que quiere favorecer el individualismo más extremista, tratando de dinamitar la familia natural con unas leyes que no sólo no favorecen, sino que destruyen la estabilidad de los vínculos familiares.
por Pedro Trevijano
En la ideología de género, el matrimonio y la familia son dos modos de violencia permanente contra la mujer y por tanto instituciones a combatir. La mujer es un ser oprimido y su liberación es central para cualquier actividad de liberación. El fundamento ético de esta concepción es el relativismo y el marxismo aplicado a la sexualidad. La sexualidad, para este feminismo radical, es una relación de poder y el matrimonio es la institución de la que se ha servido el hombre para oprimir a la mujer. La lucha de clases propia del marxismo pasa a ser ahora lucha de sexos, basándose la relación entre ellos ya no en el amor, sino en el conflicto y la lucha. La revolución sexual tiene como objetivo la liberación sexual, la inhibición de todas las represiones de la sociedad contra el instinto sexual. Somos nosotros mismos los que decidimos lo que está bien y está mal.
En cuanto a la maternidad, subordina a la mujer, constituyéndola en un segundo sexo dependiente del varón para complacer el egoísmo de éste. La generación humana se reduce a una mera generación biológica, con la consecuencia de la deshumanización que conlleva el prescindir del matrimonio y de la familia.
Actualmente varios países occidentales, entre ellos España, tienen una legislación que quiere favorecer el individualismo más extremista, tratando de dinamitar la familia natural con unas leyes que no sólo no favorecen, sino que destruyen la estabilidad de los vínculos familiares, pudiendo realizarse el matrimonio entre personas del mismo sexo y pretendiendo incluso borrar de la legislación las palabras padre y madre, para sustituirlas por progenitor A y progenitor B.
Por el contrario, Jesús, en el episodio de las bodas de Caná, nos muestra su estima hacia el matrimonio (Jn 2,111), mientras que en 1 Cor 7, San Pablo no se propone un tratado sistemático sobre el matrimonio, sino sólo responder a las preguntas que se le hacen, si bien sitúa al matrimonio y su uso en la perspectiva de la fe cristiana, defendiéndolo tanto frente a los que valoran un ascetismo extremado como a los que son tentados por el libertinaje. En los versículos 2-5 Pablo afirma, y es una afirmación notable para su época, que en materia de relaciones sexuales el hombre y la mujer tienen iguales derechos, llegando incluso a fin de remachar la igualdad a citarlos alternativamente en primer lugar.
Podemos decir que en la concepción católica el matrimonio no se funda ni en la cultura, ni en la historia, ni en el poder, sino en nuestra naturaleza social. Para nosotros los derechos humanos tienen una dimensión no sólo individual, sino también social. El matrimonio arranca naturalmente de la tendencia al amor y perfeccionamiento mutuo que instintivamente sienten entre sí el hombre y la mujer. Es una realidad que implica directamente a dos personas en una relación heterosexual estable de amor mutuo que lleva a la unión íntima y a la comunión interpersonal. Amor, sexualidad y matrimonio están íntimamente conectados y relacionados.
La diferencia fundamental de un matrimonio católico de un matrimonio civil o de una unión de hecho está en la presencia divina santificando el matrimonio por medio de la gracia del sacramento. Este sacramento no es tan solo un momento puntual, sino que fundamenta la vida familiar y hace de ella un signo de salvación. Es en el sacramento donde la relación sexual alcanza su plenitud moral, religiosa y espiritual, y donde los valores humanos no son excluidos, sino realzados.
Así, la vida matrimonial se transforma en vocación, hasta el punto que es el camino más frecuentemente recorrido por los seres humanos para alcanzar la santidad. No nos olvidemos además del conocido proverbio: “Familia que reza unida, permanece unida”.
En cuanto a los hijos, son los padres los protagonistas y primeros responsables de su educación. La familia tiene la responsabilidad primordial en el cuidado y protección de los niños, y que éstos, para el pleno y armonioso cuidado de su personalidad deben crecer en el seno de una familia y en un ambiente de amor y comprensión.
Educar es comunicar que hay valores, especialmente el valor del amor, que hacen que la vida tenga sentido, tanto más cuanto que nuestra máxima aspiración, ser felices siempre, sólo podremos alcanzarla con la ayuda de la gracia divina. Entre estos valores está una religiosidad bien orientada, con la que el niño se inicia en el amor a Dios y a los demás. La familia cristiana surge del sacramento del matrimonio y es el espacio natural en el que la persona nace a la vida y a la fe. Muchos de nosotros hemos recibido nuestra fe en el seno de una familia cristiana, habiendo sido la oración familiar el germen y el inicio del diálogo de cada uno de nosotros con Dios.
En cuanto a la maternidad, subordina a la mujer, constituyéndola en un segundo sexo dependiente del varón para complacer el egoísmo de éste. La generación humana se reduce a una mera generación biológica, con la consecuencia de la deshumanización que conlleva el prescindir del matrimonio y de la familia.
Actualmente varios países occidentales, entre ellos España, tienen una legislación que quiere favorecer el individualismo más extremista, tratando de dinamitar la familia natural con unas leyes que no sólo no favorecen, sino que destruyen la estabilidad de los vínculos familiares, pudiendo realizarse el matrimonio entre personas del mismo sexo y pretendiendo incluso borrar de la legislación las palabras padre y madre, para sustituirlas por progenitor A y progenitor B.
Por el contrario, Jesús, en el episodio de las bodas de Caná, nos muestra su estima hacia el matrimonio (Jn 2,111), mientras que en 1 Cor 7, San Pablo no se propone un tratado sistemático sobre el matrimonio, sino sólo responder a las preguntas que se le hacen, si bien sitúa al matrimonio y su uso en la perspectiva de la fe cristiana, defendiéndolo tanto frente a los que valoran un ascetismo extremado como a los que son tentados por el libertinaje. En los versículos 2-5 Pablo afirma, y es una afirmación notable para su época, que en materia de relaciones sexuales el hombre y la mujer tienen iguales derechos, llegando incluso a fin de remachar la igualdad a citarlos alternativamente en primer lugar.
Podemos decir que en la concepción católica el matrimonio no se funda ni en la cultura, ni en la historia, ni en el poder, sino en nuestra naturaleza social. Para nosotros los derechos humanos tienen una dimensión no sólo individual, sino también social. El matrimonio arranca naturalmente de la tendencia al amor y perfeccionamiento mutuo que instintivamente sienten entre sí el hombre y la mujer. Es una realidad que implica directamente a dos personas en una relación heterosexual estable de amor mutuo que lleva a la unión íntima y a la comunión interpersonal. Amor, sexualidad y matrimonio están íntimamente conectados y relacionados.
La diferencia fundamental de un matrimonio católico de un matrimonio civil o de una unión de hecho está en la presencia divina santificando el matrimonio por medio de la gracia del sacramento. Este sacramento no es tan solo un momento puntual, sino que fundamenta la vida familiar y hace de ella un signo de salvación. Es en el sacramento donde la relación sexual alcanza su plenitud moral, religiosa y espiritual, y donde los valores humanos no son excluidos, sino realzados.
Así, la vida matrimonial se transforma en vocación, hasta el punto que es el camino más frecuentemente recorrido por los seres humanos para alcanzar la santidad. No nos olvidemos además del conocido proverbio: “Familia que reza unida, permanece unida”.
En cuanto a los hijos, son los padres los protagonistas y primeros responsables de su educación. La familia tiene la responsabilidad primordial en el cuidado y protección de los niños, y que éstos, para el pleno y armonioso cuidado de su personalidad deben crecer en el seno de una familia y en un ambiente de amor y comprensión.
Educar es comunicar que hay valores, especialmente el valor del amor, que hacen que la vida tenga sentido, tanto más cuanto que nuestra máxima aspiración, ser felices siempre, sólo podremos alcanzarla con la ayuda de la gracia divina. Entre estos valores está una religiosidad bien orientada, con la que el niño se inicia en el amor a Dios y a los demás. La familia cristiana surge del sacramento del matrimonio y es el espacio natural en el que la persona nace a la vida y a la fe. Muchos de nosotros hemos recibido nuestra fe en el seno de una familia cristiana, habiendo sido la oración familiar el germen y el inicio del diálogo de cada uno de nosotros con Dios.
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