En Shangai, el mismo drama de hace dos mil años
La verdad es que los nuevos mandarines capital-comunistas no engañan. Al referirse a la campaña de derribo de cruces, uno de sus funcionarios ha explicado que se trata de dejar claro que no hay nada por encima del Partido. Pero la realidad es testaruda.
por José Luis Restán
En esta Navidad no deberíamos olvidarnos de China, desde donde llegan, como siempre, señales contradictorias para la Iglesia: un paso adelante y dos atrás. El diálogo con la Santa Sede se mantiene por canales subterráneos, y algún fruto parece aflorar, como el vía libre para alguna ordenación episcopal aprobada por el Papa. Frágiles avances en todo caso, y mientras tanto, algunas autoridades provinciales prosiguen su campaña para derribar las cruces de las iglesias, y permanecen en prisión varios obispos por su manifiesta fidelidad al Papa.
Un caso singular es el del obispo de Shangai, Tadeus Ma Daqin, arrestado el mismo día de su ordenación episcopal por negarse a participar en la Asociación de Católicos Patrióticos, el organismo que el régimen usa para controlar a la Iglesia. Shangai es la única diócesis donde no se ha podido abrir la Puerta Santa del Año de la misericordia, porque su obispo permanece retenido e impedido para ejercer su ministerio. Parece que el régimen quiere construir en torno a la figura del joven obispo un “casus belli”, una suerte de “Línea Maginot” para que los católicos (Vaticano incluido) comprendan que no está dispuesto a ceder el control de los asuntos eclesiales. ¿En qué condiciones deja esto al ansiado diálogo? La pregunta habría que dirigirla a los curtidos diplomáticos de la Santa Sede, que con el dossier chino tienen un interesante ejercicio de ascesis y paciencia.
Tan acostumbrados estamos a los rascacielos de las modernas ciudades costeras chinas, a sus bancos que prestan a occidente y compran nuestra deuda pública, a sus numerosos turistas que ya nos llegan con liquidez apreciable en sus bolsillos, que parece de ciencia ficción todo lo que rodea al obispo Ma Daqin. El régimen se muestra enrabietado con este obispo rebelde (una especie de David que se atreve con el Goliat pequinés) y ha decidido tratar de reeducarlo a través de cursos exprés de marxismo durante su arresto. Es la vieja técnica empleada con los opositores, aunque ahora un poco descafeinada. Afortunadamente no lo han trasladado a un campo de trabajos forzados sino que recibe sus clases en arresto domiciliario. Patético pero cierto.
Algunas fuentes revelan que el Gobierno, en su grotesca fantasía totalitaria, ha ofrecido al obispo su rehabilitación si acepta presidir la Asociación Católica Patriótica en Shangai. Evidentemente esta gente no entiende, o no quiere entender. La respuesta del joven pastor ha sido cortante, y recuerda a la de los primeros cristianos ante los funcionarios imperiales: “Prefiero que me dejéis morir”. Y naturalmente, sus carceleros han decidido prolongar su periodo de reflexión, a ver si se ablanda.
La verdad es que los nuevos mandarines capital-comunistas no engañan. Al referirse a la campaña de derribo de cruces, uno de sus funcionarios ha explicado que se trata de dejar claro que no hay nada por encima del Partido. Pero la realidad es testaruda, y el joven obispo reproduce, en cierto modo, la de aquel estudiante en pie frente a los tanques en Tiananmen. Ma Daqin es un testimonio vivo de la fe apostólica en este siglo XXI, en la periferia china, que pretende ser nuevo centro del mundo. Ya lo es en buena parte de África y de América. Un católico de Shangai ha escrito en su blog: “podéis recortar su libertad pero no disminuir su fe; podéis demoler nuestras iglesias pero Dios reconstruirá su templo en nuestros corazones”. Yo me pregunto si en el resto de la Iglesia nos damos cuenta de lo que está pasando.
© PáginasDigital.es
Un caso singular es el del obispo de Shangai, Tadeus Ma Daqin, arrestado el mismo día de su ordenación episcopal por negarse a participar en la Asociación de Católicos Patrióticos, el organismo que el régimen usa para controlar a la Iglesia. Shangai es la única diócesis donde no se ha podido abrir la Puerta Santa del Año de la misericordia, porque su obispo permanece retenido e impedido para ejercer su ministerio. Parece que el régimen quiere construir en torno a la figura del joven obispo un “casus belli”, una suerte de “Línea Maginot” para que los católicos (Vaticano incluido) comprendan que no está dispuesto a ceder el control de los asuntos eclesiales. ¿En qué condiciones deja esto al ansiado diálogo? La pregunta habría que dirigirla a los curtidos diplomáticos de la Santa Sede, que con el dossier chino tienen un interesante ejercicio de ascesis y paciencia.
Tan acostumbrados estamos a los rascacielos de las modernas ciudades costeras chinas, a sus bancos que prestan a occidente y compran nuestra deuda pública, a sus numerosos turistas que ya nos llegan con liquidez apreciable en sus bolsillos, que parece de ciencia ficción todo lo que rodea al obispo Ma Daqin. El régimen se muestra enrabietado con este obispo rebelde (una especie de David que se atreve con el Goliat pequinés) y ha decidido tratar de reeducarlo a través de cursos exprés de marxismo durante su arresto. Es la vieja técnica empleada con los opositores, aunque ahora un poco descafeinada. Afortunadamente no lo han trasladado a un campo de trabajos forzados sino que recibe sus clases en arresto domiciliario. Patético pero cierto.
Algunas fuentes revelan que el Gobierno, en su grotesca fantasía totalitaria, ha ofrecido al obispo su rehabilitación si acepta presidir la Asociación Católica Patriótica en Shangai. Evidentemente esta gente no entiende, o no quiere entender. La respuesta del joven pastor ha sido cortante, y recuerda a la de los primeros cristianos ante los funcionarios imperiales: “Prefiero que me dejéis morir”. Y naturalmente, sus carceleros han decidido prolongar su periodo de reflexión, a ver si se ablanda.
La verdad es que los nuevos mandarines capital-comunistas no engañan. Al referirse a la campaña de derribo de cruces, uno de sus funcionarios ha explicado que se trata de dejar claro que no hay nada por encima del Partido. Pero la realidad es testaruda, y el joven obispo reproduce, en cierto modo, la de aquel estudiante en pie frente a los tanques en Tiananmen. Ma Daqin es un testimonio vivo de la fe apostólica en este siglo XXI, en la periferia china, que pretende ser nuevo centro del mundo. Ya lo es en buena parte de África y de América. Un católico de Shangai ha escrito en su blog: “podéis recortar su libertad pero no disminuir su fe; podéis demoler nuestras iglesias pero Dios reconstruirá su templo en nuestros corazones”. Yo me pregunto si en el resto de la Iglesia nos damos cuenta de lo que está pasando.
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