¿Se puede ser laicista y demócrata?
Al no aceptar o poner en duda la existencia de Dios, el laicismo incurre en el subjetivismo y en el relativismo. Soy yo quien determina lo verdadero y bueno. Pero como lo mismo sucede a los demás, la primera víctima de esta manera de opinar es el sentido común.
por Pedro Trevijano
Podemos decir que en nuestra sociedad occidental hay dos concepciones del mundo y de la vida mutuamente enfrentadas. Por un lado está la concepción cristiana, basada en la frase de Jesucristo “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 32), también llamada iusnaturalista, y en la que se defiende la existencia de una Ley y Derecho Natural, junto con el convencimiento de la existencia de una Verdad Objetiva, de un Bien y un Mal claramente diferentes, y de unos valores eternos e inmutables. Poseemos una serie de derechos intrínsecos propios de nuestra naturaleza, que los demás, incluido el Estado, deben respetar. El derecho positivo no otorga ni da, sino reconoce derechos preexistentes.
Por el contrario la concepción relativista afirma “La Libertad nos hará verdaderos”. No hay una verdad objetiva ni reglas generales universalmente válidas. La sociedad debe construirse por la exaltación de la libertad, desarraigada de toda objetividad, desarrollando una libertad sin constricciones, en la que impera el subjetivismo. Soy yo mismo quien determina lo que es verdadero y bueno. A nivel de la sociedad, como ni Dios ni la Ley Natural existen, es el Estado y en consecuencia el positivismo jurídico quienes me conceden mis derechos.
Hoy en día prácticamente todos nos consideramos y nos sentimos orgullosos de ser demócratas. ¿Pero lo somos realmente?
Para muchos laicistas el laicismo es condición indispensable de cualquier sistema democrático, pues para ellos todo lo que no sea laicismo no es democrático, pues el pensar que hay una Verdad y un Bien objetivos imposibilita el diálogo entre las personas. Y es que con un individuo que cree estar en posesión de la Verdad el diálogo es imposible. Mi libertad es ilimitada y no puedo aceptar ninguna norma que me venga impuesta desde fuera.
Y sin embargo la Historia nos demuestra que creyentes y no creyentes podemos colaborar juntos en la defensa de la dignidad humana y de los derechos humanos, como prueba la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Los creyentes defendemos como núcleo de la democracia la protección de los derechos humanos y que todos los hombres estamos obligados a buscar la verdad, la cual “no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas” (Dignitatis Humanae nº 1). Es decir, el Bien y el Mal no son intercambiables y hay cosas que siempre estarán bien, como las obras de misericordia (cf. Mt 25,34-37), y cosas que siempre estarán mal, como el adulterio o el asesinato. Es decir, los creyentes pensamos que nuestra concepción es perfectamente compatible con la democracia, que debemos actuar con libertad, sí, pero también con responsabilidad, y que debemos respetar las opiniones y actuaciones de quien no piensa como nosotros, salvo cuando su actuación quebrante el justo orden público.
Pero creo que también nosotros podemos hacernos la pregunta contraria: ¿el laicismo es compatible con la democracia?
Al no aceptar o poner en duda la existencia de Dios, el laicismo incurre en el subjetivismo y en el relativismo. Soy yo quien determina lo verdadero y bueno. Pero como lo mismo sucede a los demás, lo que yo creo es la verdad y como lo mismo le sucede al otro, que puede pensar todo lo contrario, con lo que nos encontramos con que la primera víctima de esta manera de opinar es el sentido común. Para evitar el caos no me queda más remedio que renunciar a mi total libertad y, a fuer de buen demócrata, aceptar la voluntad popular, que se expresa por el Parlamento. Pero en el Parlamento quien manda son los partidos y todos sabemos cómo funcionan, pues los diputados y senadores están sometidos a la disciplina del partido, y ahí quien decide es la cúpula del partido, que en muchas ocasiones es una sola persona, el jefe del partido. Los demás, a obedecer, porque ni siquiera se respeta la objeción de conciencia y el que se mueve no sale en la foto, es decir no vuelve a entrar en las listas, como les ha sucedido a los diputados y senadores del PP que no aprobaron el crimen del aborto.
Pero, al menos, ¿se respetan los derechos humanos? La dificultad con que nos hemos encontrado los católicos en estas elecciones ha estado en que ni un solo partido importante respeta lo que Benedicto XVI en la Sacramentum caritatis nº 83 llamó valores fundamentales y no negociables. Creo que con lo que les he dicho les he dado datos suficientes para responder a la pregunta si se puede ser laicista y demócrata. Les ruego respondan a esta pregunta. Personalmente pienso que es posible que en algún caso sí, pero lo más frecuente es caer incluso en el totalitarismo.
Por el contrario la concepción relativista afirma “La Libertad nos hará verdaderos”. No hay una verdad objetiva ni reglas generales universalmente válidas. La sociedad debe construirse por la exaltación de la libertad, desarraigada de toda objetividad, desarrollando una libertad sin constricciones, en la que impera el subjetivismo. Soy yo mismo quien determina lo que es verdadero y bueno. A nivel de la sociedad, como ni Dios ni la Ley Natural existen, es el Estado y en consecuencia el positivismo jurídico quienes me conceden mis derechos.
Hoy en día prácticamente todos nos consideramos y nos sentimos orgullosos de ser demócratas. ¿Pero lo somos realmente?
Para muchos laicistas el laicismo es condición indispensable de cualquier sistema democrático, pues para ellos todo lo que no sea laicismo no es democrático, pues el pensar que hay una Verdad y un Bien objetivos imposibilita el diálogo entre las personas. Y es que con un individuo que cree estar en posesión de la Verdad el diálogo es imposible. Mi libertad es ilimitada y no puedo aceptar ninguna norma que me venga impuesta desde fuera.
Y sin embargo la Historia nos demuestra que creyentes y no creyentes podemos colaborar juntos en la defensa de la dignidad humana y de los derechos humanos, como prueba la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Los creyentes defendemos como núcleo de la democracia la protección de los derechos humanos y que todos los hombres estamos obligados a buscar la verdad, la cual “no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas” (Dignitatis Humanae nº 1). Es decir, el Bien y el Mal no son intercambiables y hay cosas que siempre estarán bien, como las obras de misericordia (cf. Mt 25,34-37), y cosas que siempre estarán mal, como el adulterio o el asesinato. Es decir, los creyentes pensamos que nuestra concepción es perfectamente compatible con la democracia, que debemos actuar con libertad, sí, pero también con responsabilidad, y que debemos respetar las opiniones y actuaciones de quien no piensa como nosotros, salvo cuando su actuación quebrante el justo orden público.
Pero creo que también nosotros podemos hacernos la pregunta contraria: ¿el laicismo es compatible con la democracia?
Al no aceptar o poner en duda la existencia de Dios, el laicismo incurre en el subjetivismo y en el relativismo. Soy yo quien determina lo verdadero y bueno. Pero como lo mismo sucede a los demás, lo que yo creo es la verdad y como lo mismo le sucede al otro, que puede pensar todo lo contrario, con lo que nos encontramos con que la primera víctima de esta manera de opinar es el sentido común. Para evitar el caos no me queda más remedio que renunciar a mi total libertad y, a fuer de buen demócrata, aceptar la voluntad popular, que se expresa por el Parlamento. Pero en el Parlamento quien manda son los partidos y todos sabemos cómo funcionan, pues los diputados y senadores están sometidos a la disciplina del partido, y ahí quien decide es la cúpula del partido, que en muchas ocasiones es una sola persona, el jefe del partido. Los demás, a obedecer, porque ni siquiera se respeta la objeción de conciencia y el que se mueve no sale en la foto, es decir no vuelve a entrar en las listas, como les ha sucedido a los diputados y senadores del PP que no aprobaron el crimen del aborto.
Pero, al menos, ¿se respetan los derechos humanos? La dificultad con que nos hemos encontrado los católicos en estas elecciones ha estado en que ni un solo partido importante respeta lo que Benedicto XVI en la Sacramentum caritatis nº 83 llamó valores fundamentales y no negociables. Creo que con lo que les he dicho les he dado datos suficientes para responder a la pregunta si se puede ser laicista y demócrata. Les ruego respondan a esta pregunta. Personalmente pienso que es posible que en algún caso sí, pero lo más frecuente es caer incluso en el totalitarismo.
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