La conversión en la predicación de Jesús
La conversión es lo que nos permite pasar de lo negativo de nuestras faltas a la realización positiva de nuevas posibilidades. El Evangelio es un mensaje de esperanza anunciado a la humanidad pecadora. Supone conocidas las reglas fundamentales de la vida moral, así como una cierta conciencia de pecado.
por Pedro Trevijano
No cabe duda que la enseñanza moral de Jesús converge hacia la frase: "El reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en el evangelio"(Mc 1,15). Con la venida de Cristo la historia ha llegado a un punto culminante en el que las relaciones entre Dios y los hombres se colocan a un nuevo nivel en el que las grandes decisiones morales no pueden esquivarse y los hombres tienen que dar una respuesta a Dios. La respuesta por Él deseada es nuestra conversión.
La palabra "convertíos" merece una atención especial: supone que aquellos a quienes se dirige han hecho el mal y deben reorientar su vida. Para ello es necesario ver en qué lugar las cosas han empezado a ir mal y cuáles son los verdaderos valores en función de los cuales debemos reorientarnos.
La conversión es lo que nos permite pasar de lo negativo de nuestras faltas a la realización positiva de nuevas posibilidades. El Evangelio es un mensaje de esperanza anunciado a la humanidad pecadora. Supone conocidas las reglas fundamentales de la vida moral, así como una cierta conciencia de pecado, pero no se apoya sobre ella sino para transformarla desde el interior y hacer pasar a los pecadores de la angustia a la esperanza. Y es que lo específico del cristianismo es la esperanza, con el convencimiento de la victoria final del Bien sobre el Mal, incluso en estos días en que no hay ni un solo diputado capaz de dar la cara contra el aborto y los laicistas de Podemos nos sorprenden cada día con una nueva estupidez, como las cabalgatas con las Reinas Magas, o la Virgen madre soltera.
El paso de lo negativo a lo positivo es lo que el Evangelio llama el perdón de los pecados. No nos olvidemos el papel inmenso que el perdón juega no sólo en la enseñanza de Jesús, sino también en su comportamiento.
Los preceptos de Cristo ponen en evidencia nuestra necesidad de perdón y nos empujan hacia la inagotable misericordia de Dios, que es quien nos lo ofrece. El perdón no es solamente un bálsamo saludable para la conciencia inquieta, sino que indica también la venida hacia nosotros del Reino de Dios. En su enseñanza moral el perdón y la reconciliación alcanzan tal intensidad que es imposible pasarlos por alto.
A esto se refiere la petición del Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12); de esto habla la parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,23-35) y se presupone en la sentencia sobre no juzgar (Mt 7,2-5; Lc 6,37). La insistencia con que se urge el perdón a los demás, a reconciliarse con ellos (Mt 5,25; Lc 12,58) brota directamente de la predicación de Jesús sobre un Dios dispuesto siempre a perdonar (Lc 7,41-50), cosa que Él también hizo en su conducta personal (Lc 23,34).
A través de Jesús podemos y debemos aprender la pedagogía seguida por Dios a lo largo de la Historia de la Salvación. Una pedagogía que está hecha a la vez de exigencia en el planteamiento contundente de los ideales y de condescendencia práctica, de acuerdo con la fragilidad humana. La historia bíblica en materia matrimonial y social es un ejemplo de esta misteriosa pedagogía de Dios: "Por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más" (1 Cor 3,1-2).
Una característica típica de la moral cristiana es su universalismo, es decir su suposición de que la salvación no se limita a un pequeño grupo, sino que está dirigida a todos. Ésta es incluso una de las razones del choque entre Jesús y los fariseos: Jesús ve en el hombre un ser libre y capaz de decisiones personales, funda una Iglesia universal y por ello su enseñanza está contra unas normas demasiado estrechas, como las de los fariseos (cf. Mt 12,114), que tienen como resultado encerrar al hombre en grupos excesivamente particulares, y le llevan además al convencimiento de que ha realizado plenamente la voluntad de Dios simplemente porque ha cumplido con las prescripciones de unas leyes morales.
De este modo los preceptos revisten también un aspecto nuevo, pues ya no son solamente centros de referencia para juzgar nuestra conducta, sino jalones indicadores del camino que debemos recorrer a la busca del Reino de Dios. Ello no obsta para que los preceptos del Nuevo Testamento sean para nosotros un programa moral que debemos aplicar. El Evangelio de San Mateo reúne lo esencial de estos preceptos en el Sermón de la Montaña, sitio escogido para sugerir un paralelismo con la Ley de Moisés en el Sinaí.
La palabra "convertíos" merece una atención especial: supone que aquellos a quienes se dirige han hecho el mal y deben reorientar su vida. Para ello es necesario ver en qué lugar las cosas han empezado a ir mal y cuáles son los verdaderos valores en función de los cuales debemos reorientarnos.
La conversión es lo que nos permite pasar de lo negativo de nuestras faltas a la realización positiva de nuevas posibilidades. El Evangelio es un mensaje de esperanza anunciado a la humanidad pecadora. Supone conocidas las reglas fundamentales de la vida moral, así como una cierta conciencia de pecado, pero no se apoya sobre ella sino para transformarla desde el interior y hacer pasar a los pecadores de la angustia a la esperanza. Y es que lo específico del cristianismo es la esperanza, con el convencimiento de la victoria final del Bien sobre el Mal, incluso en estos días en que no hay ni un solo diputado capaz de dar la cara contra el aborto y los laicistas de Podemos nos sorprenden cada día con una nueva estupidez, como las cabalgatas con las Reinas Magas, o la Virgen madre soltera.
El paso de lo negativo a lo positivo es lo que el Evangelio llama el perdón de los pecados. No nos olvidemos el papel inmenso que el perdón juega no sólo en la enseñanza de Jesús, sino también en su comportamiento.
Los preceptos de Cristo ponen en evidencia nuestra necesidad de perdón y nos empujan hacia la inagotable misericordia de Dios, que es quien nos lo ofrece. El perdón no es solamente un bálsamo saludable para la conciencia inquieta, sino que indica también la venida hacia nosotros del Reino de Dios. En su enseñanza moral el perdón y la reconciliación alcanzan tal intensidad que es imposible pasarlos por alto.
A esto se refiere la petición del Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12); de esto habla la parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,23-35) y se presupone en la sentencia sobre no juzgar (Mt 7,2-5; Lc 6,37). La insistencia con que se urge el perdón a los demás, a reconciliarse con ellos (Mt 5,25; Lc 12,58) brota directamente de la predicación de Jesús sobre un Dios dispuesto siempre a perdonar (Lc 7,41-50), cosa que Él también hizo en su conducta personal (Lc 23,34).
A través de Jesús podemos y debemos aprender la pedagogía seguida por Dios a lo largo de la Historia de la Salvación. Una pedagogía que está hecha a la vez de exigencia en el planteamiento contundente de los ideales y de condescendencia práctica, de acuerdo con la fragilidad humana. La historia bíblica en materia matrimonial y social es un ejemplo de esta misteriosa pedagogía de Dios: "Por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más" (1 Cor 3,1-2).
Una característica típica de la moral cristiana es su universalismo, es decir su suposición de que la salvación no se limita a un pequeño grupo, sino que está dirigida a todos. Ésta es incluso una de las razones del choque entre Jesús y los fariseos: Jesús ve en el hombre un ser libre y capaz de decisiones personales, funda una Iglesia universal y por ello su enseñanza está contra unas normas demasiado estrechas, como las de los fariseos (cf. Mt 12,114), que tienen como resultado encerrar al hombre en grupos excesivamente particulares, y le llevan además al convencimiento de que ha realizado plenamente la voluntad de Dios simplemente porque ha cumplido con las prescripciones de unas leyes morales.
De este modo los preceptos revisten también un aspecto nuevo, pues ya no son solamente centros de referencia para juzgar nuestra conducta, sino jalones indicadores del camino que debemos recorrer a la busca del Reino de Dios. Ello no obsta para que los preceptos del Nuevo Testamento sean para nosotros un programa moral que debemos aplicar. El Evangelio de San Mateo reúne lo esencial de estos preceptos en el Sermón de la Montaña, sitio escogido para sugerir un paralelismo con la Ley de Moisés en el Sinaí.
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