San José, un padre para la Iglesia universal
José de Nazaret vivió momentos difíciles marcados por la incomprensión, el desarraigo, la escasez o la incertidumbre. Estas situaciones no se le ahorraron al hombre elegido por Dios como custodio y protector de su Hijo, pero ante ellas, José desplegó la obediencia de la fe, al igual que sus antepasados Abrahán o David.
La proclamación pontificia, por medio del decreto Quemadmodum Deus, tuvo lugar el 8 de diciembre de 1870, pues Pío IX quería subrayar la relación de José con su esposa, María, cuya Inmaculada Concepción se estableció como dogma 16 años antes. La misión de María y de Jesús requerían unos cuidados de esposo y de padre. El cristianismo no es una religión de solitarios. Es la religión de una familia, a cuyo frente quedó José, elevado a una dignidad que ningún hombre ha alcanzado y alcanzará en la tierra.
En aquel diciembre no habían pasado ni tres meses desde que las tropas italianas de Víctor Manuel II habían irrumpido en los Estados Pontificios para poner fin a la soberanía temporal del papado. Empezaba así una situación compleja para la Iglesia, que no encontró una solución jurídica al hecho hasta unos 60 años después; pero era también la época de proliferación de deísmos, que amenazaban no solo a la Iglesia sino también a las religiones. El racionalismo y el naturalismo habían sido previamente los semilleros que dieron lugar a ideologías enemigas del cristianismo. Sobre este particular, el Breve Inclyto Patriarcham, de 7 de julio de 1871, presentaba esta situación: «En estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos, y se ve oprimida por tan grandes calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno…». Estas dramáticas expresiones ponían de relieve la necesidad de buscar en san José un protector para la Iglesia. Se diría que Pío IX buscaba el mejor de los intercesores, como si hubiera leído a Santa Teresa, que aseguraba que el santo patriarca concede todo lo que se le pide.
El hombre justo
El primer mérito de San José es haber creído. Es fiel hijo de Abrahán y de David, y podría ser calificado, como ellos, un hombre de la promesa. Pero el calificativo que mejor define a José es el de hombre justo (Mt 1, 19). Con ese justo, Dios se relaciona por medios ordinarios como los sueños, que le sirven para tomar sus resoluciones. Sin embargo, en ningún momento piensa José que sean cosas de su imaginación. Ve en ellos la voluntad de Dios y su respuesta es ponerla en práctica. En otras ocasiones no hay sueños de por medio, sino una sencilla consideración en la presencia de Dios: José no vuelve desde Egipto a Judea porque allí reina Arquelao, hijo de Herodes, y marcha a Nazaret (Mt 2, 22). Es lo que Dios quería y esta obediencia hace a José un siervo bueno y fiel como el de la parábola de los talentos (Mt 25, 21). En este siervo obediente a Dios se fija Pío IX porque ha sabido cumplir la misión de cuidar, alimentar y custodiar a Jesús y María. Cristo ha fundado la Iglesia, María es Madre de los cristianos y José es el gran protector de la Iglesia.
En defensa del padre
Por lo demás, el patrocinio de San José está relacionado con la defensa de la familia. La unidad familiar está incompleta sin el padre, aunque lo cierto es que, a lo largo del siglo XX, y no solo por influencia de la psicología freudiana, hemos asistido a la ausencia o la minusvaloración de la figura paterna. La muerte del padre eclipsa a la vez el papel de Dios como Padre, y consecuentemente arrincona a San José. El padre es cuestionado en nombre de la autonomía individual, que muchas veces no quiere saber nada del otro y elude las responsabilidades. El resultado es un hombre solitario y con frecuencia machista, y lo malo es que ese modelo se pretende extender a la mujer, pues se presenta de modo atractivo como una vía de liberación.
San José es padre de la Iglesia, pues está muy vinculado a Cristo como su padre terreno. En el Evangelio, Felipe le recuerda a Natanael que Jesús es hijo de José de Nazaret ( Jn 1, 45 ), y las gentes de ese pueblo de Galilea lo conocen como el hijo del carpintero (Mt 13, 55). Es comprensible que los Papas hayan tenido en alta consideración a San José. Se cuenta que el nombre del patriarca es uno de los que tuvo en mente el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli antes de elegir el nombre de Juan XXIII, aunque lo descartó porque ningún Pontífice lo había llevado hasta entonces, si bien probablemente lo hiciera por humildad. En cualquier caso, otros Papas contemporáneos, grandes devotos de San José, llevaban entre sus nombres de pila el de José: Pío X, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Publicado en Alfa y Omega.
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