Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La misericordia nos desconcierta a todos


La novedad consiste en que, en el contexto de la sobreabundancia jubilar, Francisco ha decidido conceder a todos los sacerdotes la facultad de absolver ese pecado a quienes arrepentidos de corazón pidan el perdón

por José Luis Restán

Opinión

¿Usted se siente sacudido? Lo digo por el fogoso titular del diario El País según el cual Francisco “sacude a la Iglesia con el perdón a las mujeres que hayan abortado”. Abusivo y malicioso titular, porque el Papa no ha dicho semejante cosa, sino que “el perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre”.

Se comprende que esto era demasiado para El País, sobre todo porque arruinaría la imagen de que el Papa pretende rebajar (digámoslo así) la importancia del aborto. Más moderado, La Vanguardia nos sorprende con un faldón de su portada diciendo que “el Papa anuncia el perdón a las mujeres que hayan abortado y se arrepientan”. ¡Vaya! Es un magnífico ejemplo de “no-noticia” para estudiar en las universidades, ya que las mujeres que han abortado y se arrepienten siempre han podido acceder al perdón a través del sacramento de la penitencia.

Podríamos aducir otros titulares y comentarios al hilo de la Carta de Francisco con motivo del Año Jubilar de la Misericordia, que dará comienzo la próxima solemnidad de la Inmaculada, el 8 de diciembre. Más allá de las intenciones de cada uno, lo que denotan estos comentarios es una profunda incomprensión de la naturaleza del cristianismo, que es siempre una sobreabundancia de gracia, un exceso (para nuestras medidas) del amor de Dios que toma la iniciativa, que no se contenta con readmitir al hijo pródigo sino que lo cubre de besos, le coloca un anillo y hace una fiesta por su llegada. El Jubileo es algo tremendamente sencillo, por eso sólo puede ser entendido desde una sencillez que, digámoslo claro, nos falta también a los propios católicos.

El Papa lo resume diciendo que debe ser “un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes”. Pues nada menos. Y añade algo tan tradicional (en el buen sentido, claro) como que “para vivir y obtener la indulgencia (o sea, ese perdón sobreabundante y desmedido) los fieles deben realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa como signo de su deseo de una auténtica conversión, y además deben acogerse al Sacramento de la Reconciliación y celebrar la santa Eucaristía, hacer profesión de su fe y rezar por el Papa y sus intenciones. Son todas cosas tan sencillas y elementales que más de uno se sentirá frustrado, como aquel noble sirio que se quejaba de que el profeta Eliseo sólo le hiciese bañar en el río Jordán para curar su lepra.

Francisco quiere que la misericordia que la Iglesia tiene la misión de dispensar toque a todos, también a aquellos que por situaciones diversas tienen más dificultad en cumplir estas disposiciones. Por eso se refiere a los enfermos, a los ancianos y a los encarcelados, disponiendo para ellos formas y lugares que hagan aún más sencillo y accesible el gran perdón y la gran alegría jubilar. Por ejemplo disponiendo que se pueda conseguir siguiendo la celebración de la eucaristía a través de los medios de comunicación, o en las capillas de las cárceles.

Y ciertamente es significativo que el Papa haya querido fijarse en esta Carta en quienes han participado en la tragedia del aborto (no sólo las mujeres, también familiares, médicos, etc…). Con esto Francisco no sólo no quita importancia a esta lacra, sino que la sitúa como una de las llagas de nuestro tiempo. Advierte que algunos “viven hoy el drama del aborto casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta”, pero otros, sin embargo, “viven ese momento como una derrota, aunque consideran que no tienen otro camino por dónde ir”. Francisco conoce bien (lo ha vivido de cerca como pastor) los condicionamientos que conducen a muchas mujeres a esa decisión que deja profundas cicatrices en sus vidas. Una decisión, subraya, que es siempre profundamente injusta.

Debido a la gravedad de este pecado la Iglesia establece que sean los obispos quienes tienen potestad ordinaria para absolverlo. La novedad consiste en que, en el contexto de la sobreabundancia jubilar, Francisco ha decidido conceder a todos los sacerdotes la facultad de absolver ese pecado a quienes arrepentidos de corazón pidan el perdón. Y para ello pide a los sacerdotes que se preparen “sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia”. Esta decisión de Francisco, llena de sabiduría pastoral y de inteligencia de los tiempos, me ha hecho pensar en las páginas sublimes que San Juan Pablo II dedica a las mujeres que han abortado, en la encíclica Evangelium Vitae… En fin, de esto nada se dice en los grandes medios.

¿Qué es el Jubileo, qué es la misericordia? Me ha quedado para siempre en la memoria la historia (verdadera) de un joven sacerdote que, recién ordenado, escuchaba la confesión casi desesperada de un hombre que apenas podía creer que pudiese ser perdonado, ya que había matado. Aquel cura tan inexperto se tomó un momento, y luego le respondió: “¿a cuántos?”.

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