Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Sánchez de Toca, el general que predijo la caída del Muro de Berlín


por Juan Sánchez Galera

Opinión

A principios del año 1989, hubo en la antigua Alemania Occidental una reunión de los diferentes representantes nacionales de los servicios de inteligencia que por entonces conformaban la OTAN.

Se trataba, como ya venía siendo habitual en ese tipo de encuentros, de intercambiar información sobre los países que se encontraban al otro lado de lo que por aquel entonces se conocía como el Telón de Acero. Y si algo quedaba claro en la reunión secreta, es que todavía había amenaza comunista para rato, y que después de cuatro décadas de Guerra Fría, el riesgo de hecatombe nuclear seguía ensombreciendo el futuro incierto de la humanidad.

Ciertamente los datos de crecimiento económico o desarrollo social en esos países poco tenían que ver con el vertiginoso auge del estado del bienestar occidental, pero también era verdad que esos parámetros consumistas eran algo que importaban un rábano en esas dictaduras socialistas. Y en este sentido, la información técnica aportada por el responsable de los servicios de inteligencia españoles esa tibia mañana de primavera no parecía en principio aportar nada nuevo, hasta se podría decir que fue una intervención gris y anodina en la que se repetían datos ya conocidos y expuestos anteriormente, por lo que el resto de compañeros escuchaban sin molestarse siquiera en ocultar sus bostezos.

Sin embargo, de repente, algo les hizo dar un respingo de sus asientos, y alguno hasta tuvo que desperezarse frotándose los ojos, cuando el representante español afirmó: "Sin embargo, otro tipo de fuentes no convencionales me hacen estar en la certeza de que el Muro de Berlín en breve no será más que un montón de escombros". Evidentemente nadie, en las últimas décadas, estaba preparado para escuchar algo así con tanta rotundidad. ¿Qué demonios podría saber el representante español, que no hubiese sabido antes la CIA de los americanos, el MI6 de los ingleses, o el Mosad judío? 

"Mis fuentes se basan en las apariciones de la Virgen María y profecías de santos, así como de fieles de reconocida piedad", sentenció finalmente el general español.

Y me imagino que mientras unos agacharon la cabeza, mirando al suelo por vergüenza ajena, otros no se molestaron lo más mínimo en disimular sus risitas entre murmulleos: "Estos españoles, tan supersticiosos papistas como siempre"...

* * * 

Esta anécdota la escuché -hará unos veinte años- de boca del que fuera antiguo compañero de ese general en eso del espionaje. En todo caso no recuerdo que me pareciese algo ridícula o siquiera medianamente descabellada la historia, pues si bien siempre he sido bastante escéptico ante esa gente que pretende reducir la religión a una especie de ridículo club de frikis obsesionados por las apariciones y sus mensajes apocalípticos, no por ello podía obviar, como creyente, que el de profecía es uno de los dones del Espíritu Santo, así como que la Biblia nos dice: "Ciertamente el Señor Dios no hace nada sin antes revelar su secreto a sus siervos los profetas" (Amós 3,7).

* * *

Los años pasaron, y esa historia quedó aparcada en mis recuerdos, como tantas otras, hasta que un día conocí a un doctor en Historia que publicaba en la misma editorial en la que acababa de salir mi último libro. A pesar de estar ya jubilado y que casi me doblaba en años, la primera impresión que me dio fue la de ser uno de esos hombres con espíritu fresco que saben hacer que te sientas a gusto a su lado, independientemente de que seas de su edad, cuarentón, o un adolescente con barba rala salteada de espinillas. 

Le faltó tiempo para invitarme a comer a su casa, en uno de esos edificios bajos del centro de Madrid, donde los relojes parecían haberse detenido un par de siglos atrás. Evidentemente sin ascensor -todavía faltaban cien años para que se inventase-, las escaleras de madera acusaban el desgaste de cinco generaciones de marqueses de Somió subiendo y bajando a un hogar donde los libros y las santas imágenes lo inundaban todo, pero con tal gusto y señorío que allí, fuera de parecer cosas viejas o desfasadas, todavía conservaban la lozanía del primer día.

A esa primera comida en su casa siguieron otras, en las que siempre María Amada -su mujer- te recibía con la elegante sencillez de quien sólo necesita demostrar que desea que te sientas allí a gusto. 

Y puede que fuese ese mismo primer día en su casa cuando le pregunté por un viejo morrión de los Tercios de Flandes que parecía hacer guardia entre los libros de una de las estanterías del salón...

"Era de un antepasado...", me comentó sin el más mínimo ápice de falsa modestia. 

A esa primera confidencia personal siguieron otras muchas. Resultaba que mi nuevo amigo no había sido historiador toda su vida, sino militar, y que tanto la carrera de historia, así como el posterior doctorado, lo había estudiado una vez jubilado, y sin dejar de atender nada menos que a sus ocho hijos. Todo en Sánchez de Toca era grande. Él mismo tenía el tamaño de un buey, como militar fue un brillante General de Brigada, como padre de familia tuvo el coraje de saber hacer feliz a su mujer y educar exquisitamente a sus ocho hijos, como historiador se convirtió en el gran referente en las librerias del Gran Capitán y de los Tercios, y como hombre de Fe tocó indefectiblemente el corazón de cuantos le conocimos.

Pero había todavía algo más, que no me contó hasta la segunda o tercera comida. Resulta que él había sido quien por primera vez había traducido del alemán al español -allá por los ochenta- La amarga Pasión de Cristo, de Ana Catalina Emmerich. Fue entonces cuando un pensamiento, en principio absurdo, se me vino a la mente: si este hombre estuvo destinado en Alemania como militar en los ochenta, y allí se dedicó a traducir a una beata con el Don de Profecía... ¿no sería éste el mismo tipo del que me había hablado Fulanito hacía años?

"¿No serías tú el general de inteligencia que en plena reunión de la OTAN, en primavera del 89, soltaste, con dos cojones, que el muro de Berlín estaba a punto de caer en base a tus estudios sobre los mensajes de las apariciones de la Virgen y Santos?", le espeté sin cortarme un pelo. 

"¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?", me respondió balbuceando, la primera y única vez que lo vi medianamente nervioso.

"No te preocupes... Me lo contó Fulanito".

"Dale un abrazo de mi parte", fue toda su respuesta, al entender que nos unía algo más que los libros.

Desde aquel día, el siglo XVI, que tan enfrascados nos había tenido hasta ese momento, dejó de ser el tema principal de nuestra conversación. Yo no tenía duda alguna de que me encontraba ante un hombre verdaderamente excepcional. Al fin y al cabo, cualquier dato del siglo XVI podría terminar encontrándolo investigando en cualquier sitio, pero todas esas cosas que él sabía no se encontraban todavía en ningún archivo o documento, porque eran cosas que todavía no habían pasado... y yo quería empaparme de todo ello antes de que el tiempo nos separase para siempre.

Para mi general -desde entonces empecé a llamarlo así-, los tiempos que nos había tocado vivir no eran motivo de pesar ni de quejas. Ciertamente era plenamente consciente de que estábamos viviendo unos tiempos de prueba horrorosos, pero él, en lugar de perder el tiempo con lamentaciones estériles de "lo mal que están las cosas", o de que "se han perdido los valores", o de que "esto va de mal en peor", se dedicaba a organizar cenáculos de oración y grupos de rezo del Santo Rosario, así como a escribir libros de historia. Seguía siendo tan militar como antes de jubilarse, pero ahora era consciente de que su nuevo puesto estaba en primerísima línea de combate, con esa fe ciega en la oración que tienen quienes saben que Dios nunca pierde batallas, y que el amor a la historia de nuestra patria es nuestra mayor garantía de futuro.

Sabía que su oración y su estudio tendrían fruto, y que este tiempo incierto pasaría, tras el cual Dios sería amado como nunca antes en la historia, y que España recuperaría el alto lugar que le corresponde. Sería como un nuevo Pentecostés, pero antes el mundo habría de purificarse. Todo comenzaría, sin aviso aparente, por el colapso del mundo que conocemos, y que creíamos indestructible...

"¿Y yo lo veré?", le pregunté con la ansiedad de un chiquillo al que le acaban de contar un cuento para que se duerma.

"Tú, puede que sí, pero yo seguro que no"...

Esa conversación fue el último recuerdo que tengo de Don José María Sánchez de Toca. Mi general falleció el 25 de marzo, víctima del coronavirus, y Nuestra Madre quiso que le acompañase en su Anunciación.

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