Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La obediencia


En la formación de nuestra conciencia la Iglesia y su Magisterio tienen algo que decirnos, pues no se trata de acomodar la voluntad de Dios a la nuestra, sino nuestra voluntad a la voluntad de Dios.

por Pedro Trevijano

Opinión

Vamos a tocar un tema vidrioso, pero que no se debe esquivar: el de la obediencia. ¿Qué sentido tiene obedecer?

Para empezar, el tema de la obediencia puede hacer referencia a campos y situaciones muy distintas, como pueden ser familia, escuela, sociedad e Iglesia.

En la familia es indiscutible que el modo de obedecer se va transformando con el tiempo. Por supuesto debemos a nuestros padres y abuelos agradecimiento, cariño, respeto y una obediencia que va cambiando en sus modos concretos. De niño, aunque a veces hiciéramos lo que nos daba la gana, la dependencia de los padres era absoluta. Poco a poco se va consiguiendo una autonomía en la que queremos cada vez más libertad y a los padres les corresponde el papel de freno. Pero tanto ellos como los hijos sabemos perfectamente que va a llegar un momento en el que uno se independiza de los padres y empieza su vida de adulto, tal vez iniciando una nueva familia. El vínculo con la familia original va a quedar ordinariamente reducido a los lazos del afecto y en ocasiones a una ayuda que puede ser primero de los padres hacia los hijos y luego, ordinariamente ya en su vejez, de los hijos hacia ellos, aunque con frecuencia la deuda que tenemos con nuestros mayores queda en buena parte impagada, si bien a nuestra vez vamos a hacer con los que nos suceden lo que nuestros mayores hicieron con nosotros.

En la escuela tenemos el deber no sólo de estudiar, sino de obedecer y respetar a los profesores de tal modo que contribuyamos a que en clase se pueda dar la clase. Aunque a algunos les sean fáciles los estudios y sepan que van a aprobar, o precisamente por eso todavía más, no tienen derecho a fastidiar ni al profesor ni a los compañeros de tal modo que les haga más difícil el aprender. Es intolerable que quien quiera estudiar tenga que hacerlo en un clima no propicio, de auténtica rebelión en las aulas. El compañerismo no debe extenderse a quienes practican la violencia y en consecuencia revientan a todos.

En cuanto a la sociedad, está claro que en nuestros países democráticos hay que tratar de ser buenos ciudadanos. Tenemos que cooperar con las autoridades civiles en el bien de la sociedad. Cuando llegue el momento tendremos que ejercitar responsablemente el derecho al voto, que es también un deber, y pagar los impuestos, que, por otra parte, son cada día más difíciles de evadir. Recuerdo que alguien me preguntó en qué ponía el patriotismo. Le contesté que en no llevarse el dinero a Suiza. Por supuesto que, como somos ciudadanos y no simples súbditos, tenemos el derecho y, a veces el deber, de informarnos, defender lo que nos parece justo y oponernos a lo que creemos está mal.

Con respecto a la Iglesia todos los seres humanos, en cuanto dotados de razón y de voluntad libre, es decir en cuanto personas responsables, estamos obligados a buscar la verdad, especialmente en lo que se refiere a Dios y a la Iglesia, y una vez que la conocemos, debemos practicarla y ordenar nuestra vida según sus exigencias. Tenemos el deber de obedecer a Dios y sus normas, pero recordemos también que hacer la voluntad de Dios no nos aliena y sus leyes son para que nos realicemos como personas. Resulta paradójico, pero es así: obedeciendo a Dios es como vamos a ser personas libres, pues lo que hace Dios es indicarnos por dónde tenemos que ir si queremos ser libres. Desobedecer a Dios es, por tanto, desviarnos de nuestro camino de realización. Es algo muy parecido a quien quiere realizar un viaje y pretende llegar a su destino, pero sin tener en cuenta ni el trazado de la carretera, ni las leyes, ni las señales de tráfico. Esa persona es indiscutible que, como mínimo, no va a tener un buen viaje y que lo más probable es que no llegue a su meta. Dios nos da a conocer su voluntad por medio de la Iglesia y de nuestra conciencia, a la que ciertamente tenemos el deber de seguir; pero precisamente por eso tenemos el deber de formarla, deber del que nadie está dispensado.

En la formación de nuestra conciencia la Iglesia y su Magisterio tienen algo que decirnos, pues no se trata de acomodar la voluntad de Dios a la nuestra, sino nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Debemos tener muy claro que la obediencia es una virtud cristiana, que parte de una motivación de fe, en la que lo decisivo son tus propias convicciones y no dejarnos llevar por la corriente, por lo que no podemos renunciar a nuestra responsabilidad personal ni a nuestra conciencia, que debe ser siempre nuestro criterio de actuación, ya que tenemos que llegar a ser personas maduras, libres y responsables, incapaces de manipular a nadie, pero también a las que no se pueda manipular.

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