El Parlamento español y el aborto
Tan solo cuatro diputados del PP, más otro que se ha abstenido, han tenido el valor de votar en contra. Es increíble que un solo individuo, Rajoy, cambie de opinión sobre el tema del aborto y arrastre tras él a casi todos sus diputados. Algo huele a podrido…
por Pedro Trevijano
El jueves 16 de julio del 2015 ha sido un día triste en la Historia de España. Se ha votado la Ley del Aborto, donde con tan solo un mínimo retoque -las menores de 16 años no podrán abortar sin consentimiento paterno- se acepta en todo lo demás la infame Ley Aído que consagra el aborto como un derecho. Tan solo cuatro diputados del PP, más otro que se ha abstenido, han tenido el valor de votar en contra.
Se trata del caso en que una cosa es lo que dice la Ley de Dios y otra lo que dice la Ley Humana. El Decálogo afirma claramente: “No matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17). En cambio en la Ley española “se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida” (art. 3-2), derecho que puede ejercitarse prácticamente libremente durante las catorce primeras semanas (art. 14), es decir bastante después que muchos padres y abuelos lleven en sus móviles la foto del niño que va a nacer. Ante esto: ¿qué dice la Iglesia?
La objeción de conciencia, ampliamente ejercitada por los mártires a lo largo de toda la Historia está explícitamente mandada en el Nuevo Testamento en el libro de Hechos 4,19 y 5,29 donde se dice : “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”.
En el Vaticano II la constitución pastoral Gaudium et Spes califica al aborto y al infanticidio de crímenes abominables (nº 51). El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral” (nº 2271). San Juan Pablo II afirma categóricamente: “Confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” (Encíclica Evangelium Vitae nº 57). Los políticos son personas que tienen responsabilidades morales y es legítimo recordárselas, tanto más cuanto que “si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres” (EV nº 90).
Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis de febrero del 2007 nº 83 dice así: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Corintios 11,27-29)”.
Este texto de San Pablo citado por el Papa dice así: “Así, pues, quien come el pan y bebe del cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación”.
Pero sobre todo leemos en el evangelio de San Mateo: “Y dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed… Entonces ellos responderán diciendo. Señor, ¿cuándo te vimos hambriento… y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso (matarlos es todavía peor, añado) con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno” (Mt 25, 41-46).
Es increíble que un solo individuo, Rajoy, cambie de opinión sobre el tema del aborto y arrastre tras él a casi todos sus diputados. Algo huele a podrido…
Monseñor Óscar Romero, beatificado en mayo de este año, dijo la víspera de su muerte: “Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre”.
Se trata del caso en que una cosa es lo que dice la Ley de Dios y otra lo que dice la Ley Humana. El Decálogo afirma claramente: “No matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17). En cambio en la Ley española “se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida” (art. 3-2), derecho que puede ejercitarse prácticamente libremente durante las catorce primeras semanas (art. 14), es decir bastante después que muchos padres y abuelos lleven en sus móviles la foto del niño que va a nacer. Ante esto: ¿qué dice la Iglesia?
La objeción de conciencia, ampliamente ejercitada por los mártires a lo largo de toda la Historia está explícitamente mandada en el Nuevo Testamento en el libro de Hechos 4,19 y 5,29 donde se dice : “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”.
En el Vaticano II la constitución pastoral Gaudium et Spes califica al aborto y al infanticidio de crímenes abominables (nº 51). El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral” (nº 2271). San Juan Pablo II afirma categóricamente: “Confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” (Encíclica Evangelium Vitae nº 57). Los políticos son personas que tienen responsabilidades morales y es legítimo recordárselas, tanto más cuanto que “si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres” (EV nº 90).
Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis de febrero del 2007 nº 83 dice así: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Corintios 11,27-29)”.
Este texto de San Pablo citado por el Papa dice así: “Así, pues, quien come el pan y bebe del cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación”.
Pero sobre todo leemos en el evangelio de San Mateo: “Y dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed… Entonces ellos responderán diciendo. Señor, ¿cuándo te vimos hambriento… y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso (matarlos es todavía peor, añado) con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno” (Mt 25, 41-46).
Es increíble que un solo individuo, Rajoy, cambie de opinión sobre el tema del aborto y arrastre tras él a casi todos sus diputados. Algo huele a podrido…
Monseñor Óscar Romero, beatificado en mayo de este año, dijo la víspera de su muerte: “Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre”.
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