Evangelizar es nuestra revolución
Comunicar el tesoro de la fe es la tarea para la que hemos sido llamados, y no hay nada que pueda cambiar el mundo tan profundamente como eso. Palabra de Francisco, llamada a descolocar a quienes pretenden ideologizar la fe, desde la izquierda y desde la derecha
por José Luis Restán
Francisco acuña frases como relámpagos que atrapan la atención y señalan el centro de gravedad de su predicación. De la intensa etapa ecuatoriana, la primera de su primer viaje a la América de habla hispana, me quedo con estas dos: “la familia necesita hoy este milagro”, y “evangelizar, esa es nuestra revolución, nuestro más profundo y constante grito”. En efecto, entre tantas perspectivas (todas necesarias) han despuntado en las palabras del Papa la pasión por la familia y por la evangelización.
La primera gran homilía de este viaje, y no por casualidad, estuvo dedicada a la familia, a la belleza de su vocación y misión pero también a las heridas que porta consigo en este momento de la historia. El marco fue la ciudad de Guayaquil y Francisco no dudó en hacer referencia a la gran cita del próximo Sínodo de los obispos, que busca “madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar”. La homilía había arrancado del pasaje evangélico de las bodas de Caná y el Papa quiso fijarse primero en María, que está atenta a las necesidades de los novios, no se enfrasca en su mundo, no comenta ni murmura, y se da cuenta de que falta el vino, signo de alegría, de amor, de abundancia. ¡En cuántas familias falta hoy ese vino!: rupturas matrimoniales, desconexión con los hijos, abandono de los ancianos… Francisco ha querido mirar todas esas heridas, de las que ha venido hablando en múltiples intervenciones a lo largo de los últimos meses.
Y calibrando la magnitud de los problemas, ha querido recordar que María no acudió al mayordomo que servía en las bodas de Caná, sino que presentó directamente la dificultad de los esposos a su Hijo: “Ella nos enseña a poner a nuestras familias en manos de Dios”. No es una salida piadosa por la tangente, como pensarán algunos. Sabemos que Jesús, a instancias de su Madre, adelantó “su hora” y transformó el agua en un vino mucho mejor que el que se había servido hasta el momento. “La familia hoy necesita de este milagro”, dijo el Papa. Me ha recordado aquellas palabras de Jesús a sus discípulos sobre el matrimonio: “para vosotros es imposible, no para Dios”.
Notemos que en ningún momento el Papa ha rebajado el horizonte del matrimonio y de la familia que Jesús desplegó frente al escepticismo y los apaños de unos y de otros. Pero al mismo tiempo ha tenido esa mirada llena de misericordia hacia los que se atascan (nos atascamos) en el camino. Y ha sido preciosa la firme certeza con que el Sucesor de Pedro ha hablado a las familias, asegurándoles que el mejor de los vinos, como en Caná, está por ser tomado, aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario. Es preciso tener paciencia y esperanza, y hacer como María: rezar, actuar, abrir el corazón…
El segundo momento que ha centrado la visita a Ecuador tuvo lugar en el Parque del Bicentenario, en Quito, lugar de fuertes resonancias para la historia de este país. Francisco abordó aquí su gran tema de la Iglesia en salida, que busca al hombre en las encrucijadas de su existencia, tal vez muy alejadas de la propuesta cristiana. De nuevo ha recordado que la evangelización no consiste en hacer proselitismo (una caricatura de la evangelización) sino en “atraer con nuestro testimonio a los alejados, acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios en la Iglesia… a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: El Señor también te llama a ser parte de tu pueblo y lo hace con gran respeto y amor”.
Junto a esa perspectiva de la misión como testimonio ofrecido a la libertad del otro, destaca otra línea-fuerza: que la misión de la Iglesia coindice con su identidad como pueblo en camino, que tiene la vocación de incorporar en su marcha a todas las naciones de la tierra. Y cuanto más intensa es la comunión entre nosotros, advirtió Francisco citando a San Juan Pablo II, tanto más se ve favorecida la misión. Poner a la Iglesia “en estado de misión”, reclama en primer lugar “recrear la comunión entre nosotros”. Una comunión que no se fundamenta en tener los mismos gustos, las mismas inquietudes, los mismos talentos. Si somos hermanos es porque Dios nos ha creado y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, porque nos ha dado el Espíritu de su Hijo Jesús, que nos ha rescatado con su sangre… Recordemos que la Iglesia no es una ONG.
Esa unidad misteriosa es la salvación que realiza Dios y que anuncia gozosamente la Iglesia. Por eso, concluyó el Papa, “evangelizar es nuestra revolución”. Comunicar el tesoro de la fe es la tarea para la que hemos sido llamados, y no hay nada que pueda cambiar el mundo tan profundamente como eso. Palabra de Francisco, llamada a descolocar a quienes pretenden ideologizar la fe, desde la izquierda y desde la derecha.
© PáginasDigital.es
La primera gran homilía de este viaje, y no por casualidad, estuvo dedicada a la familia, a la belleza de su vocación y misión pero también a las heridas que porta consigo en este momento de la historia. El marco fue la ciudad de Guayaquil y Francisco no dudó en hacer referencia a la gran cita del próximo Sínodo de los obispos, que busca “madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar”. La homilía había arrancado del pasaje evangélico de las bodas de Caná y el Papa quiso fijarse primero en María, que está atenta a las necesidades de los novios, no se enfrasca en su mundo, no comenta ni murmura, y se da cuenta de que falta el vino, signo de alegría, de amor, de abundancia. ¡En cuántas familias falta hoy ese vino!: rupturas matrimoniales, desconexión con los hijos, abandono de los ancianos… Francisco ha querido mirar todas esas heridas, de las que ha venido hablando en múltiples intervenciones a lo largo de los últimos meses.
Y calibrando la magnitud de los problemas, ha querido recordar que María no acudió al mayordomo que servía en las bodas de Caná, sino que presentó directamente la dificultad de los esposos a su Hijo: “Ella nos enseña a poner a nuestras familias en manos de Dios”. No es una salida piadosa por la tangente, como pensarán algunos. Sabemos que Jesús, a instancias de su Madre, adelantó “su hora” y transformó el agua en un vino mucho mejor que el que se había servido hasta el momento. “La familia hoy necesita de este milagro”, dijo el Papa. Me ha recordado aquellas palabras de Jesús a sus discípulos sobre el matrimonio: “para vosotros es imposible, no para Dios”.
Notemos que en ningún momento el Papa ha rebajado el horizonte del matrimonio y de la familia que Jesús desplegó frente al escepticismo y los apaños de unos y de otros. Pero al mismo tiempo ha tenido esa mirada llena de misericordia hacia los que se atascan (nos atascamos) en el camino. Y ha sido preciosa la firme certeza con que el Sucesor de Pedro ha hablado a las familias, asegurándoles que el mejor de los vinos, como en Caná, está por ser tomado, aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario. Es preciso tener paciencia y esperanza, y hacer como María: rezar, actuar, abrir el corazón…
El segundo momento que ha centrado la visita a Ecuador tuvo lugar en el Parque del Bicentenario, en Quito, lugar de fuertes resonancias para la historia de este país. Francisco abordó aquí su gran tema de la Iglesia en salida, que busca al hombre en las encrucijadas de su existencia, tal vez muy alejadas de la propuesta cristiana. De nuevo ha recordado que la evangelización no consiste en hacer proselitismo (una caricatura de la evangelización) sino en “atraer con nuestro testimonio a los alejados, acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios en la Iglesia… a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: El Señor también te llama a ser parte de tu pueblo y lo hace con gran respeto y amor”.
Junto a esa perspectiva de la misión como testimonio ofrecido a la libertad del otro, destaca otra línea-fuerza: que la misión de la Iglesia coindice con su identidad como pueblo en camino, que tiene la vocación de incorporar en su marcha a todas las naciones de la tierra. Y cuanto más intensa es la comunión entre nosotros, advirtió Francisco citando a San Juan Pablo II, tanto más se ve favorecida la misión. Poner a la Iglesia “en estado de misión”, reclama en primer lugar “recrear la comunión entre nosotros”. Una comunión que no se fundamenta en tener los mismos gustos, las mismas inquietudes, los mismos talentos. Si somos hermanos es porque Dios nos ha creado y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, porque nos ha dado el Espíritu de su Hijo Jesús, que nos ha rescatado con su sangre… Recordemos que la Iglesia no es una ONG.
Esa unidad misteriosa es la salvación que realiza Dios y que anuncia gozosamente la Iglesia. Por eso, concluyó el Papa, “evangelizar es nuestra revolución”. Comunicar el tesoro de la fe es la tarea para la que hemos sido llamados, y no hay nada que pueda cambiar el mundo tan profundamente como eso. Palabra de Francisco, llamada a descolocar a quienes pretenden ideologizar la fe, desde la izquierda y desde la derecha.
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