Un fruto de la canonización de Santa Teresa
por Arturo Díaz
Nos disponemos a vivir un nuevo Año Jubilar Teresiano, cuyo comienzo se adelantará –por concesión especial del Papa– al 12 de marzo, estando prevista su clausura el 15 octubre de 2023. El motivo que ha propiciado esta ampliación es una efemérides muy especial: el IV Centenario de la Canonización de Santa Teresa.
Durante este jubileo sin duda habrá celebraciones, eventos, conferencias, publicaciones… pero quizá se nos podría pasar por alto un fruto de esta canonización que tenemos muy a mano en Ávila, y del que podemos disfrutar cada vez que entramos en la iglesia del Monasterio de La Encarnación: se trata de la Capilla de la Transverberación. Pero remontémonos al origen mismo de la fiesta.
Cuando Santa Teresa muere el 15 de octubre de 1582, su fama de santidad estaba muy extendida, hasta tal punto que parece hubiera podido ser declarada santa por clamorosa vox populi, pero el Concilio de Trento (1563) dispuso la necesidad de procesos para la canonización al estilo de los jurídicos que, mediante una información exhaustiva, aseguraran las virtudes del presunto santo. Evidentemente, estos procesos llevan su tiempo, y más en aquel entonces.
No obstante, la tan extendida fama de santidad de Santa Teresa propició que, en tan solo cuarenta años fuera elevada a los altares por el Papa Gregorio XV, junto a otros gigantes de la santidad, tres de ellos también españoles: San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro labrador y San Felipe Neri. Era el 12 de marzo de 1622.
Canonizados el 12 de marzo de 1622: de izquierda a derecha: San Isidro, Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Tras esta fecha memorable, la devoción por Santa Teresa irá en aumento. Como fruto maduro de la misma, surge la iniciativa en la Comunidad de La Encarnación de construir una capilla sobre lo que fue la celda en la que vivió nada menos que 27 años. No tardaron en ponerla en marcha: las obras podrán iniciarse tan solo 6 años después, en 1628. Y durante las mismas, tuvo lugar un suceso singular…
Un día, durante la limpieza que siguió a una jornada de trabajo, una voz fue escuchada: “Locus in quo stas, terra sancta est”. Quien la oyó, no comprendía latín. Sobrecogida, tuvo que ir a preguntar el significado de lo escuchado. Cuando todo se supo, la impresión fue tan fuerte que se quiso dejar constancia de lo sucedido mediante una inscripción grabada en el suelo que dice así: “La tierra que pisas es santa. Palabras oídas en la edificación de esta capilla, que dio principio en el año de 1628”. Ciertamente hubo de ser grande el impacto que esta experiencia supuso para quienes trabajaban en el proyecto de levantar esa capilla.
Aun así, la realización de este sueño no será fácil, pues va a fallecer quien iba asumir la mayor parte de los gastos de la construcción, don Francisco Márquez de Gaceta, el entonces obispo de Ávila. Esto hará que la obra quede prácticamente parada (salvo pequeños avances realizados gracias a limosnas que las carmelitas irán consiguiendo) hasta 1706, en que podrá reanudarse gracias a otro obispo, esta vez el de Salamanca, don Francisco Calderón de la Barca, quien será un gran benefactor de la misma al haberle concedido Santa Teresa el favor que le pedía.
Finalmente, tras casi cien años de esfuerzos por ver cumplido el sueño de tener una capilla en el lugar donde vivió Santa Teresa, se inaugurará el 16 de mayo de 1717 una capilla de cruz griega, con amplia cúpula y grandes vitrales que llenan de luminosidad ese espacio sagrado.
Ya acercándonos a nuestro tiempo, en 1966, con el envío por parte de Santa Maravillas de Jesús de ocho carmelitas descalzas al Monasterio de La Encarnación, se realizaron obras de mantenimiento y restauración en todo el edificio, pues presentaba un estado en muchos casos ruinoso. Al acondicionar la Capilla de la Transverberación para el uso diario de la Comunidad de carmelitas, se descubrió de forma inesperada una parte de la celda que habitó Santa Teresa, situada en la parte izquierda del presbiterio. En los dos pisos de la misma se encontró el suelo original de ladrillos de barro, estando en el superior todavía intacta la chimenea que servía como cocina y calefacción para los duros fríos del invierno abulense. Al calor de esa lumbre baja, uno podría fácilmente imaginar a la Santa rodeada de jóvenes impetuosas y soñadoras queriendo llevar adelante la Reforma que finalmente emprendieron, cuyo punto de arranque uno puede encontrar aquí.
Hoy todos nosotros gozamos de ese lugar tan especial. Somos herederos de quienes, bajo el fulgor de la canonización de Santa Teresa en 1622, consiguieron con esfuerzo y tesón hacer realidad dicha capilla, levantada en el lugar en el que Santa Teresa recibió tantas gracias divinas. Bien hicieron en darle como título “De la Transverberación”, porque su corazón en más de una ocasión se vio traspasado por el amor divino, lo que ella bien relata en su autobiografía, en el capítulo 29.
Ahora quizá deberíamos preguntarnos, en este Jubileo Teresiano, qué es lo que nosotros dejamos a las siguientes generaciones; qué es lo que nosotros estamos construyendo con nuestras vidas. Ciertamente el tiempo jubilar nos tiene que animar a tomar decisiones en aspectos concretos, a la luz de lo que hoy vemos como fruto de esta canonización.
Que Santa Teresa en su Año Jubilar nos mueva a todos, como siempre ha sabido hacer, para que nuestras vidas den tales frutos que puedan legarse a las generaciones venideras.
El padre Arturo Díaz, LC es el capellán del Monasterio de la Encarnación.