Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La Penitencia y su sentido cristiano


A pesar de que pecado y perdón son algo muy humano, son también realidades teológicas que hay que entender a la luz de la fe, esa fe que nos pide que no aislemos el sacramento de la penitencia del conjunto del misterio cristiano.

por Pedro Trevijano

Opinión

El sentido cristiano de la Penitencia nos dice que, aun habiendo pecado, es decir, fallando en su respuesta al amor de Dios, el hombre puede sin embargo seguir encontrándose con Dios: "Será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia" (Lc 15,7). Y es que Dios es así: hasta el pecado se hace ocasión de un amor mayor entre la criatura y Dios. "Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de la Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la conversión" (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1446).

En la celebración de este sacramento la Iglesia experimenta la misericordia del Dios que perdona y acoge siempre al hijo que vuelve con un corazón contrito y humillado (Sal 51,19). Ello nos lleva por una parte a no minusvalorar las consecuencias del pecado y por otra a no desesperar ante la gravedad de nuestras culpas. A pesar de que pecado y perdón son algo muy humano, son también realidades teológicas que hay que entender a la luz de la fe, esa fe que nos pide que no aislemos el sacramento de la penitencia del conjunto del misterio cristiano.

Los Padres de la Iglesia, es decir los autores cristianos de los primeros siglos, no tienen una concepción elaborada de lo que es un sacramento, pues esto será obra de la teología escolástica. Pero la naturaleza sacramental de la Penitencia antigua se deduce de una serie de textos en los que se comparan los efectos de la Penitencia, "segunda tabla después del naufragio", con los del bautismo. Por ello San Ambrosio, San Agustín y San Gregorio Niceno llaman a la peniten­cia el otro misterio junto al bautismo y a la eucaristía.

Pedro Lombardo fija en siete el número de los sacramentos, y uno de ellos es la penitencia.

El Concilio de Trento define que la penitencia es un sacramento (DS 1601 y 1701; D 844 y 911), reaccionando así contra las afirmaciones de los protestantes que negaban o al menos ponían en duda esta sacramentalidad. Esta definición supone que estamos ante un dogma de fe, es decir ante una verdad inmutable que no está en poder de la Iglesia suprimir, aunque sí su realización concreta puede experimentar y de hecho ha experimentado variaciones en el curso de los siglos.

Entendemos por sacramento un signo sagrado que produce y comunica la gracia. La Penitencia es un sacramento, es decir un acto que expresa y realiza una realidad de gracia. La gracia es la acción del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes, acción que se lleva a cabo en un diálogo en el que Dios habla y el hombre escucha y responde. En este sacramento el hombre recibe el perdón divino y se incrementa en él la presencia del Espíritu Santo, si bien la gracia desborda al signo sacramental, puesto que es dada ya antes a quien se prepara para el sacramento y sigue recibiéndola después quien cultiva en él el don recibido.

Este sacramento es muy importante en la lucha contra el pecado, así como en la promoción del amor y en la reconci­liación del ser humano en su relación consigo mismo, con los demás y muy especialmente con Dios. En este sacramento el hombre recibe el perdón divino y se incrementa en él la presencia del Espíritu Santo.

Más de una vez me han preguntado si no salgo harto del confesionario, especialmente cuando voy a Medjugorje, que es con diferencia cuando confieso a más gente. Mi respuesta es que cuando he tenido un montón de confesiones, indudablemente uno sale cansado, y por eso es conveniente, si estás mucho tiempo, tomarte pequeños descansos, pero te sientes feliz, convencido de que has sido un instrumento de Dios para hacer el bien.

Como sacerdote, me llena de alegría y de esperanza el final de la Carta de Santiago: “Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y algún otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados” (Sant 5,19-20).

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