Predicación y problemática actual
por Pedro Trevijano
Uno de los problemas que evidentemente nos preocupa a los sacerdotes es cómo hemos de realizar nuestra predicación. Que el tema central de ella debe ser Jesucristo y la Palabra de Dios, está claro. ¿Pero hasta qué punto debemos hablar de los problemas actuales? Eso es ya más cuestionable.
Es indudable que la Iglesia ante este tema no puede dejar a sus sacerdotes sin ayuda, Así el Concilio Vaticano II nos dice en el “Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros”: “Ahora bien, la predicación sacerdotal, que en las circunstancias presentes del mundo resulta no raras veces dificilísima, pàra que mejor mueva a las almas de los oyentes no debe exponer la palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del evangelio. Así, el ministerio de la palabra se ejerce de forma múltiple según las varias necesidades de los oyentes y los carismas de los predicadores” (nº 4). Hay que aprovechar la predicación para ayudar a la gente a conocer más y mejor a Jesucristo y a la doctrina cristiana, de modo que conociéndola puedan vivirla. Pero enseñar la doctrina cristiana, supone en ocasiones utilizar la predicación para criticar lo que es incompatible con ella, por ejemplo, como he hecho repetidas veces, son la ideología de género, que es la Moral de Satanás. Es decir, la predicación debe estar al corriente de los problemas cotidianos, de tal modo que el rato que la gente está en la Iglesia le sirva para que con su oración y recepción de la Eucaristía, reciba fuerzas espirituales suficientes para poder vivir cristianamente la semana con sus problemas cotidianos, sin falsos angelismos ni echar balones fuera, sino por el contrario agarrando el toro de los problemas por los cuernos. Pienso que mi deber en la predicación es iluminar la vida de los fieles a la luz de la Escritura, especialmente del Nuevo Testamento, y de la fe.
En su libro “Dios y el Mundo”, el entonces cardenal Ratzinger, refiriéndose a unas circunstancias, las de la Alemania nazi, mucho más difíciles que las nuestras, escribe: “Vemos aquí que la Iglesia tiene esa gran misión esencial de oponerse a las modas, al poder de lo fáctico, a la dictadura de las ideologías. Precisamente también en el siglo pasado tuvo que alzar su oposición a la vista de las grandes dictaduras. Y hoy sufrimos porque se opuso demasiado poco, porque no gritó su contradicitur al mundo con suficiente dramatismo y potencia. Gracias a Dios, cuando la autoridad se debilita por cuestiones diplomáticas, siempre están los mártires que protestan, por decirlo así, con su propia carne… La fe tiene que luchar contra aquello que se opone a Dios, hasta el martirio”(páginas 339-340)..
En su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” el Papa Francisco nos da también varias orientaciones: “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo” (nº 135); “Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana” (nº 136); “Hay una valoración especial de la homilía que proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental” (nº 137); “Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o a una clase… Esto reclama que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro” (nº 138).
Ojalá los sacerdotes nos tomemos más en serio nuestra predicación, la preparemos con exquisito cuidado y tengamos menos miedo en defender los valores religiosos y humanos, especialmente los que están siendo atacados en estos momentos. En el Seminario se nos decía que la gracia de Dios también se sirve generalmente de medios humanos y un sermón rollo no suele ser el medio más eficaz para que la gracia llegue a nuestros oyentes, sino todo lo contrario, porque les irrita.
En este punto no puedo sino recordar una anécdota que se cuenta de Lincoln. En cierta ocasión le preguntaron que cuánto le constaba prepàrar un discurso de diez minutos. Respondió: “unos tres días”. “¿Y uno de una hora?”, le repreguntaron. “Ése, unas tres horas”. “¿Y uno de tres horas?”: “Ahora mismo empiezo”, fue su contestación.
Es indudable que la Iglesia ante este tema no puede dejar a sus sacerdotes sin ayuda, Así el Concilio Vaticano II nos dice en el “Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros”: “Ahora bien, la predicación sacerdotal, que en las circunstancias presentes del mundo resulta no raras veces dificilísima, pàra que mejor mueva a las almas de los oyentes no debe exponer la palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del evangelio. Así, el ministerio de la palabra se ejerce de forma múltiple según las varias necesidades de los oyentes y los carismas de los predicadores” (nº 4). Hay que aprovechar la predicación para ayudar a la gente a conocer más y mejor a Jesucristo y a la doctrina cristiana, de modo que conociéndola puedan vivirla. Pero enseñar la doctrina cristiana, supone en ocasiones utilizar la predicación para criticar lo que es incompatible con ella, por ejemplo, como he hecho repetidas veces, son la ideología de género, que es la Moral de Satanás. Es decir, la predicación debe estar al corriente de los problemas cotidianos, de tal modo que el rato que la gente está en la Iglesia le sirva para que con su oración y recepción de la Eucaristía, reciba fuerzas espirituales suficientes para poder vivir cristianamente la semana con sus problemas cotidianos, sin falsos angelismos ni echar balones fuera, sino por el contrario agarrando el toro de los problemas por los cuernos. Pienso que mi deber en la predicación es iluminar la vida de los fieles a la luz de la Escritura, especialmente del Nuevo Testamento, y de la fe.
En su libro “Dios y el Mundo”, el entonces cardenal Ratzinger, refiriéndose a unas circunstancias, las de la Alemania nazi, mucho más difíciles que las nuestras, escribe: “Vemos aquí que la Iglesia tiene esa gran misión esencial de oponerse a las modas, al poder de lo fáctico, a la dictadura de las ideologías. Precisamente también en el siglo pasado tuvo que alzar su oposición a la vista de las grandes dictaduras. Y hoy sufrimos porque se opuso demasiado poco, porque no gritó su contradicitur al mundo con suficiente dramatismo y potencia. Gracias a Dios, cuando la autoridad se debilita por cuestiones diplomáticas, siempre están los mártires que protestan, por decirlo así, con su propia carne… La fe tiene que luchar contra aquello que se opone a Dios, hasta el martirio”(páginas 339-340)..
En su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” el Papa Francisco nos da también varias orientaciones: “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo” (nº 135); “Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana” (nº 136); “Hay una valoración especial de la homilía que proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental” (nº 137); “Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o a una clase… Esto reclama que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro” (nº 138).
Ojalá los sacerdotes nos tomemos más en serio nuestra predicación, la preparemos con exquisito cuidado y tengamos menos miedo en defender los valores religiosos y humanos, especialmente los que están siendo atacados en estos momentos. En el Seminario se nos decía que la gracia de Dios también se sirve generalmente de medios humanos y un sermón rollo no suele ser el medio más eficaz para que la gracia llegue a nuestros oyentes, sino todo lo contrario, porque les irrita.
En este punto no puedo sino recordar una anécdota que se cuenta de Lincoln. En cierta ocasión le preguntaron que cuánto le constaba prepàrar un discurso de diez minutos. Respondió: “unos tres días”. “¿Y uno de una hora?”, le repreguntaron. “Ése, unas tres horas”. “¿Y uno de tres horas?”: “Ahora mismo empiezo”, fue su contestación.
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