San Juan de Ávila
Su predicación era fuego encendido, que transformaba el corazón de los oyentes y los convertía de pecadores en santos. Así les sucedió a San Juan de Dios y a San Francisco de Borja.
Llega la fiesta de San Juan de Ávila el 10 de mayo, que este año cae en domingo, y se traslada al lunes siguiente. Es uno de los sacerdotes más ilustres de nuestro presbiterio diocesano, de nuestra Iglesia de Córdoba. Nacido, como sabemos, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) se incorpora a Córdoba siendo joven sacerdote por su amistad con el obispo Fr. Álvarez de Toledo, que le confía un beneficio en Santaella, clericus cordubensis. Desde Córdoba, se traslada a distintos lugares de Andalucía y Extremadura, sobre todo a Granada por su amistad con el arzobispo D. Pedro Guerrero, compañero de estudios en Alcalá. Y después a Baeza, donde funda la universidad, después de haber fundado como treinta colegios por toda Andalucía. Le preocupaba la educación, la formación cristiana.
Por Montilla acude reclamado por Dña. Catalina Fernández de Córdoba, nieta del Gran Capitán y alcaldesa de Montilla, para predicar al pueblo. Eran gobernantes que se preocupaban de que los súbditos conocieran a Dios, la doctrina cristiana, los sacramentos, como el mejor tesoro de sus vidas. Y Juan de Ávila predica a campesinos, a pobres, a ricos, a todos. Dña. Catalina le confía la formación y dirección espiritual de su hijo Pedro, que se casa con Ana, duques de Feria. Pedro muere joven y Ana ingresa en las clarisas de Montilla, atendida espiritualmente por Juan de Ávila. Consejero de muchos santos, acuden a él por su gran ciencia y experiencia de Dios. Entre ellos, Santa Teresa de Jesús, que halló gran consuelo en la carta (150) de Juan de Ávila acerca de su Libro de la Vida. Maestro de santos.
Los últimos quince años de su vida se asienta en Montilla, desde donde escribe abundantes cartas y preciosos tratados: sobre el amor de Dios, sobre el sacerdocio, memoriales de reforma al concilio de Trento, al concilio de Toledo, al sínodo de Córdoba. Es un precioso tratadista de la vida cristiana y de cómo vivirla en todos los estados de vida: casados, consagrados, sacerdotes, hombres y mujeres de toda clase y condición. Muere en Montilla el 10 de mayo de 1569 y es enterrado en la Iglesia de los Jesuitas de Montilla, a los que tanto ayudó en vida.
Cada año los sacerdotes de la diócesis de Córdoba acudimos a su sepulcro a celebrar su fiesta y a honrar a nuestro patrono, porque San Juan de Ávila es patrono del clero secular español. Este año hemos acudido ante su sepulcro en la basílica pontificia el jueves 7 de mayo por caer en domingo su fiesta. Y nos visita en esta ocasión el cardenal Maradiaga, presidente de Cáritas Internacional, para hablarnos de Cáritas en el 50 aniversario de esta institución en nuestra diócesis.
San Juan de Ávila fue declarado doctor de la Iglesia por el papa Benedicto XVI el 7 de octubre de 2012. Y llegan miles de peregrinos a venerar su sepulcro en Montilla. De todo el mundo y especialmente de la diócesis españolas. Cardenales, obispos, sacerdotes, familias, consagrados, seglares, jóvenes y adultos. Montilla se ha convertido en un lugar santo por el sepulcro del Maestro de Santos, Juan de Ávila. Sus reliquias han recorrido casi todas las diócesis de España, a demanda de sus obispos y sacerdotes, llevando consigo su corazón como símbolo de un amor que, viniendo de Dios, ha encendido el pecho de Juan de Ávila en amor a Dios y a los hombres sus hermanos.
Dicen que su predicación era fuego encendido, que transformaba el corazón de los oyentes y los convertía de pecadores en santos. Así le sucedió a San Juan de Dios, que al escuchar a Juan de Ávila salió corriendo por las calles de Granada gritando. “Dios me ama!” Y eso le sucedió al duque de Gandía, que escuchando al Maestro Ávila en los funerales de la emperatriz Isabel antes de su entierro en Granada y viendo un cadáver descompuesto de quien había sido la primera dama del imperio, llegó a la conclusión: “Ya no serviré más a reyes que puedan perecer”, y se convirtió en San Francisco de Borja.
Que la fiesta de San Juan de Ávila nos alimente el deseo de ser santos. “Sepan todos que nuestro Dios es amor” ha sido el lema del doctorado de Juan de Ávila. Su mensaje sigue vigente, la llamada de Dios sigue actual, su fiesta nos lo recuerda y nos ofrece su poderosa intercesión. ¡San Juan de Ávila, ruega por nosotros!
Por Montilla acude reclamado por Dña. Catalina Fernández de Córdoba, nieta del Gran Capitán y alcaldesa de Montilla, para predicar al pueblo. Eran gobernantes que se preocupaban de que los súbditos conocieran a Dios, la doctrina cristiana, los sacramentos, como el mejor tesoro de sus vidas. Y Juan de Ávila predica a campesinos, a pobres, a ricos, a todos. Dña. Catalina le confía la formación y dirección espiritual de su hijo Pedro, que se casa con Ana, duques de Feria. Pedro muere joven y Ana ingresa en las clarisas de Montilla, atendida espiritualmente por Juan de Ávila. Consejero de muchos santos, acuden a él por su gran ciencia y experiencia de Dios. Entre ellos, Santa Teresa de Jesús, que halló gran consuelo en la carta (150) de Juan de Ávila acerca de su Libro de la Vida. Maestro de santos.
Los últimos quince años de su vida se asienta en Montilla, desde donde escribe abundantes cartas y preciosos tratados: sobre el amor de Dios, sobre el sacerdocio, memoriales de reforma al concilio de Trento, al concilio de Toledo, al sínodo de Córdoba. Es un precioso tratadista de la vida cristiana y de cómo vivirla en todos los estados de vida: casados, consagrados, sacerdotes, hombres y mujeres de toda clase y condición. Muere en Montilla el 10 de mayo de 1569 y es enterrado en la Iglesia de los Jesuitas de Montilla, a los que tanto ayudó en vida.
Cada año los sacerdotes de la diócesis de Córdoba acudimos a su sepulcro a celebrar su fiesta y a honrar a nuestro patrono, porque San Juan de Ávila es patrono del clero secular español. Este año hemos acudido ante su sepulcro en la basílica pontificia el jueves 7 de mayo por caer en domingo su fiesta. Y nos visita en esta ocasión el cardenal Maradiaga, presidente de Cáritas Internacional, para hablarnos de Cáritas en el 50 aniversario de esta institución en nuestra diócesis.
San Juan de Ávila fue declarado doctor de la Iglesia por el papa Benedicto XVI el 7 de octubre de 2012. Y llegan miles de peregrinos a venerar su sepulcro en Montilla. De todo el mundo y especialmente de la diócesis españolas. Cardenales, obispos, sacerdotes, familias, consagrados, seglares, jóvenes y adultos. Montilla se ha convertido en un lugar santo por el sepulcro del Maestro de Santos, Juan de Ávila. Sus reliquias han recorrido casi todas las diócesis de España, a demanda de sus obispos y sacerdotes, llevando consigo su corazón como símbolo de un amor que, viniendo de Dios, ha encendido el pecho de Juan de Ávila en amor a Dios y a los hombres sus hermanos.
Dicen que su predicación era fuego encendido, que transformaba el corazón de los oyentes y los convertía de pecadores en santos. Así le sucedió a San Juan de Dios, que al escuchar a Juan de Ávila salió corriendo por las calles de Granada gritando. “Dios me ama!” Y eso le sucedió al duque de Gandía, que escuchando al Maestro Ávila en los funerales de la emperatriz Isabel antes de su entierro en Granada y viendo un cadáver descompuesto de quien había sido la primera dama del imperio, llegó a la conclusión: “Ya no serviré más a reyes que puedan perecer”, y se convirtió en San Francisco de Borja.
Que la fiesta de San Juan de Ávila nos alimente el deseo de ser santos. “Sepan todos que nuestro Dios es amor” ha sido el lema del doctorado de Juan de Ávila. Su mensaje sigue vigente, la llamada de Dios sigue actual, su fiesta nos lo recuerda y nos ofrece su poderosa intercesión. ¡San Juan de Ávila, ruega por nosotros!
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