Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Pedro, llamado Francisco


El Papa es autoridad precisamente en virtud de esa relación de amor que fue sellada en la conversación con el Resucitado a orillas del lago

por José Luis Restán

Opinión

Estos días, mientras se acercaba la fecha del segundo aniversario de la elección de Jorge Bergoglio como Papa Francisco, me sentía un poco fatigado y perdido con tantos análisis que pretenden cerrar un supuesto programa reformador preconcebido, y por otro lado, con no pocas sospechas e irritaciones que ya casi han cristalizado en una especie de resistencia pasiva. Por supuesto, en medio está el buen pueblo de Dios, que desde siempre entiende y siente una familiaridad inmediata con el Sucesor de Pedro, tenga la fisonomía que tenga. En esas estaba cuando he podido leer el bellísimo texto con que el Abad General de la Orden Cisterciense, P. Mauro Lepori, comenta su libro “Simón llamado Pedro”.

En el fondo, dice el Abad Lepori, “lo que nos debe animar a mirar, escuchar y seguir al Papa, es esencialmente el misterio del amor entre Cristo y Pedro que Jesús instituyó como realidad que nos apacienta, nos pastorea y nos guía en el camino de la vida”. Y a continuación expresa con gran agudeza algo que me ronda frecuentemente cuando leo a muchos colegas o escucho a ciertos responsables eclesiales: “si perdemos de vista esto, el Papa se convierte solo en una autoridad pública como las otras, y todo dependerá de lo que dice o no dice, de lo que hace o no hace, de lo que piense o no piense. O sobre todo de lo que nosotros pensamos que dice o no dice, que hace o no hace, que piensa o no piensa...”.

El Abad cisterciense explora el significado profundo del misterio de Pedro, el pescador rudo y bravucón cuyos límites aparecen siempre a flor de piel, y a quien sin embargo Jesús elige para ser cabeza de su Iglesia “en salida”. Podríamos decir que lo elige contra viento y marea, contra toda prudencia y cálculo humano. Y con esa elección da forma a una relación que permanece como piedra fuerte, como sustento firme e indefectible a lo largo de la historia de la Iglesia. El P. Mauro bucea en el significado de la relación de Pedro con Jesús usando para ello la mirada de San Juan, el discípulo amado, y ofrece así un contrapunto fascinante.

Nos explica que Juan está presente en el libro “como mirada hacia Pedro… como aquel que obedeció a  la última y fundamental indicación de Cristo para vivir el seguimiento de los discípulos predilectos: seguirle con Pedro, seguirle siguiendo a Pedro que camina con Jesús, que habla con Jesús, que ama a Jesús. Se fija, por ejemplo, en la escena en que ambos apóstoles corren hacia el sepulcro vacío; Juan, que es joven, llega primero, pero sabemos que no entró hasta que Pedro lo hiciera delante de él. Habría podido entrar, comenta Dom Mauro, y sería comprensible por la emoción y el sentimiento, pero no entró. En la figura de Juan están representados los mejores, los más disponibles para la misión, los más puros en el seguimiento de Jesús. Pero Juan “no se deja determinar por el hecho de que, bajo muchos aspectos, él es superior a Pedro, comprende y ama a Cristo mejor que Pedro, pues él no lo negó, él estuvo al pie de la cruz, él vio morir a Jesús, vio su costado traspasado”. Es curioso, Juan llegaba siempre antes y mejor que Pedro, pero al final del Evangelio le vemos siguiendo (a discreta distancia) a Jesús que camina con Pedro. Y es que entonces (y así será para siempre) “Pedro camina guiado directamente por Jesús, ve junto a Jesús el camino y el sentido, y todo lo que sabe, dice y dirá, lo toma directamente del Resucitado que le está hablando”.

Dice el Abad general del Císter que este es el misterio petrino que guía la Iglesia desde hace 2.000 años. Y recorre asombrado los diversos temperamentos y matices de humanidad en los que se ha transmitido el misterio petrino a lo largo de los siglos de  historia de la Iglesia. “Da la impresión de que el Espíritu Santo se divierte saltando de un extremo al otro, de un Pío XII a un Juan XXIII, de un Benedicto XVI a un Francisco. ¡Qué contrastes! Pero en mi opinión, esto lo hace solo para ayudarnos a fijarnos en lo esencial, que era lo esencial también con el primero, con Pedro: la objetividad de poder seguir a uno al que Cristo asegura su apego, de modo que siguiendo a este hombre podemos estar seguros de que seguimos al Resucitado”.

Dom Lepori lanza una pregunta esencial: “¿qué nos ha fascinado y movido de los últimos Papas?” Puede que su doctrina, sus iniciativas, su caridad pastoral, quizás sus decisiones de gobierno… O tal vez alguna de esas cosas hayan podido extrañar, e incluso enfadar, a unos o a otros según los casos. Pero en el fondo, la única fascinación que vale, que permanece, que nos ayuda a vivir, “es su relación con el Señor, su «Sí, te quiero» a Aquel a quien queremos amar, a Aquel que camina en medio de nosotros y deseamos seguir”.

El Papa es autoridad precisamente en virtud de esa relación de amor que fue sellada en la conversación con el Resucitado a orillas del lago. “Quizás no entendamos lo que Pedro dice y hace, como aquella mañana no sabemos si Juan oía lo que Jesús y Pedro se decían, pero lo que sabemos es que Cristo y Pedro se aman por nosotros, son amigos, se quieren, caminan unidos, para mostrar delante de nosotros el camino seguro de la verdadera vida”.  

Hace apenas una semana pude ver cara a cara y escuchar a Francisco en la Plaza de San Pedro hacer su propio relato de aquel diálogo de Jesús con Pedro después de la resurrección. “Aquel sí no era el resultado de una fuerza de voluntad, no venía solo de la decisión del hombre Simón: venía antes que nada de la Gracia, era el aquel “primerear”, aquel preceder de la Gracia… Solo quien ha sido acariciado por la ternura de la misericordia, conoce verdaderamente al Señor. El lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo hacia mi pecado. Es por esto, algunas veces, que ustedes me han escuchado decir que el lugar, el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo es mi pecado”.

Es cierto que el Pedro que aquella mañana seguía a Jesús, y que Juan siguió, no era un Pedro humanamente perfecto, y podemos hacer el listado de los episodios de vacilación, pereza, e incluso de cierta cobardía, que el relato de los Hechos no ha querido ahorrarnos. Pero como dice el P. Mauro Lepori, “también esto Pedro lo vive, como siempre, dentro del camino de certeza de su relación con Cristo, y Jesús nunca le quitará el carisma de caminar delante de todos los discípulos en la comunión de la verdad y el amor con el Resucitado”. Por esto entiendo más y mejor las últimas palabras que le escuché decir a Francisco el pasado sábado, y que son mucho más que un latiguillo: “por favor, no se olviden de rezar por mí”. De corazón, Santo Padre.  

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