Ancianidad y vida sexual
No hay que olvidar que la sexualidad no comprende sólo lo genital, sino otras muchas actitudes, conductas y prácticas, como transmitirse afecto y ternura a través de las caricias. Para los ancianos que han sabido amar llenando así de sentido su vida, la vejez es con frecuencia la época de la cosecha. Las semillas del amor, cuidadosamente plantadas desde hace tantos años, han ido germinando.
por Pedro Trevijano
Las personas mayores tienen básicamente las mismas necesidades relacionales, afectivas y sexuales que las demás personas. Pero, con frecuencia, las tienen peor cubiertas, aunque su vivencia satisfactoria es muy buena para vivir en plenitud de amor. Si la sexualidad está al servicio del amor, si es bonito ver a dos chiquillos que se quieren, si es precioso ver a dos novios o dos recién casados que se aman, ¿qué decir ante dos ancianos cuyo matrimonio ha sido un éxito y llevan 40, 50 o tal vez 60 años queriéndose?
“El amor es un proceso que siempre está en camino, que nunca se da por concluido y completado, sino que se transforma en el curso de la vida, madura, y precisamente por ello permanece fiel a sí mismo. Los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor, hacerse el uno semejante al otro, lo que lleva a un pensar y desear común” (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, nº 17). El cultivo del rico mundo de los afectos, ternura y expresiones de cariño es indiscutiblemente bueno, estando el declive de la capacidad física de la pulsión sexual sobradamente compensado por la mejora en la calidad de la relación. Sin duda, la edad influye en el modo de expresar la sexualidad, pues la sexualidad debe adaptarse al cuerpo aprendiendo a vivir las características que cada período de la vida nos ofrece, pero en la ancianidad la relación interpersonal con frecuencia llega a su culmen de amor, porque la larga relación da confianza y seguridad en el otro.
Y es que a lo largo de los años la comunidad amorosa sabe hacer del tiempo un aliado y se hace cada vez más lugar de promoción de las personas, siendo lo realmente importante saberse acompañado y querido, así como acompañar y querer, cultivando todo aquello que puede unir, como el cuidado corporal o la comunicación amorosa y evitando lo que puede ser desagradable o causa de rechazo para el otro, pues la tarea de nuestra propia educación y maduración afectiva e intelectual ha de ser una labor constante que sólo puede darse por terminada con la muerte.
Aunque es cierto que, en general, las personas mayores son menos activas que las jóvenes, se puede llevar una vida sexualmente activa durante muchos años, porque el interés sexual y la pasión sexual no desaparecen en absoluto. Si bien todas las personas, pero especialmente las mayores, pueden llevar una vida feliz y dichosa sin actividad sexual, la actuación sexual como relación amorosa da sentido al sexo en cualquier tiempo de la vida.
Diversas investigaciones indican que entre 66 y 71 años un 62% de los hombres continúan sexualmente activos. De los 72 a los 77, aproximadamente un 50% y entre los mayores de 80 todavía un 20% manifiesta mantener una actividad coital. Entre las mujeres las estadísticas son muy semejantes. Pero incluso aquéllos que ya no les apetece el uso del sexo, pueden sentirse plenamente satisfechos compartiendo otros muchos valores con su pareja.
No hay ningún inconveniente en que los ancianos continúen con su vida sexual. La vida sexual no termina, pues es inseparable de nuestro modo de ser y no puede reducirse a la genitalidad reproductora, sino que en todo caso se transforma, pero sigue siendo importante, como fuente de amor, comunicación, entrega mutua y autoestima, aunque se relativicen los contactos meramente físicos. La expresión genital de un matrimonio anciano, aunque con frecuencia no se llegue al orgasmo, sigue siendo por supuesto lícita y manifiesta ternura, afecto, serenidad, intimidad, gratitud y, sobre todo, la experiencia de pertenecerse mutuamente, y estos valores continúan vivos aunque no haya relación genital, porque lo que predomina allí es el amor. La edad ayuda a que la ternura sexual supere la búsqueda egoísta del otro, y se abra a una entrega donde lo que verdaderamente importa no es el atractivo corporal sino el amor que se tienen.
No hay que olvidar que la sexualidad no comprende sólo lo genital, sino otras muchas actitudes, conductas y prácticas, como transmitirse afecto y ternura a través de las caricias. Para los ancianos que han sabido amar llenando así de sentido su vida, la vejez es con frecuencia la época de la cosecha. Las semillas del amor, cuidadosamente plantadas desde hace tantos años, han ido germinando. La persona que ha amado, cuando llegan los momentos finales de su vida, cuentan con la presencia y atención de los demás, porque generalmente se recoge lo que se ha sembrado. Lo que se dio con generosidad y alegría, retorna con creces. En la pareja se realiza un apoyo mutuo, una solidaridad ante los últimos problemas de la vida, una ósmosis, una transfusión de riquezas y cualidades, aunque también de defectos, del uno hacia el otro, por lo que en estos últimos años de vida, las parejas cuya relación ha sido un éxito pueden decirse mutuamente: “Lo que soy, lo que he conseguido ser, si mi vida ha estado llena de sentido, ha sido gracias a ti” y “sé en quién he puesto mi confianza” (2 Tim 1,12).
Estamos indudablemente ante una de las más grandes cimas que puede alcanzar el amor humano y la sexualidad al servicio del amor. No es casualidad que el amor más intenso por el otro aparezca en personas ancianas. En el arte de vivir está el saber envejecer juntos. Las personas ancianas sanas tienden a fundir amor y sexualidad y pueden disfrutar intensamente de los placeres sexuales, pero también les son menos indispensables que en otras épocas de la vida y saben prescindir de los mismos sin daño para la propia individualidad y felicidad.
“El amor es un proceso que siempre está en camino, que nunca se da por concluido y completado, sino que se transforma en el curso de la vida, madura, y precisamente por ello permanece fiel a sí mismo. Los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor, hacerse el uno semejante al otro, lo que lleva a un pensar y desear común” (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, nº 17). El cultivo del rico mundo de los afectos, ternura y expresiones de cariño es indiscutiblemente bueno, estando el declive de la capacidad física de la pulsión sexual sobradamente compensado por la mejora en la calidad de la relación. Sin duda, la edad influye en el modo de expresar la sexualidad, pues la sexualidad debe adaptarse al cuerpo aprendiendo a vivir las características que cada período de la vida nos ofrece, pero en la ancianidad la relación interpersonal con frecuencia llega a su culmen de amor, porque la larga relación da confianza y seguridad en el otro.
Y es que a lo largo de los años la comunidad amorosa sabe hacer del tiempo un aliado y se hace cada vez más lugar de promoción de las personas, siendo lo realmente importante saberse acompañado y querido, así como acompañar y querer, cultivando todo aquello que puede unir, como el cuidado corporal o la comunicación amorosa y evitando lo que puede ser desagradable o causa de rechazo para el otro, pues la tarea de nuestra propia educación y maduración afectiva e intelectual ha de ser una labor constante que sólo puede darse por terminada con la muerte.
Aunque es cierto que, en general, las personas mayores son menos activas que las jóvenes, se puede llevar una vida sexualmente activa durante muchos años, porque el interés sexual y la pasión sexual no desaparecen en absoluto. Si bien todas las personas, pero especialmente las mayores, pueden llevar una vida feliz y dichosa sin actividad sexual, la actuación sexual como relación amorosa da sentido al sexo en cualquier tiempo de la vida.
Diversas investigaciones indican que entre 66 y 71 años un 62% de los hombres continúan sexualmente activos. De los 72 a los 77, aproximadamente un 50% y entre los mayores de 80 todavía un 20% manifiesta mantener una actividad coital. Entre las mujeres las estadísticas son muy semejantes. Pero incluso aquéllos que ya no les apetece el uso del sexo, pueden sentirse plenamente satisfechos compartiendo otros muchos valores con su pareja.
No hay ningún inconveniente en que los ancianos continúen con su vida sexual. La vida sexual no termina, pues es inseparable de nuestro modo de ser y no puede reducirse a la genitalidad reproductora, sino que en todo caso se transforma, pero sigue siendo importante, como fuente de amor, comunicación, entrega mutua y autoestima, aunque se relativicen los contactos meramente físicos. La expresión genital de un matrimonio anciano, aunque con frecuencia no se llegue al orgasmo, sigue siendo por supuesto lícita y manifiesta ternura, afecto, serenidad, intimidad, gratitud y, sobre todo, la experiencia de pertenecerse mutuamente, y estos valores continúan vivos aunque no haya relación genital, porque lo que predomina allí es el amor. La edad ayuda a que la ternura sexual supere la búsqueda egoísta del otro, y se abra a una entrega donde lo que verdaderamente importa no es el atractivo corporal sino el amor que se tienen.
No hay que olvidar que la sexualidad no comprende sólo lo genital, sino otras muchas actitudes, conductas y prácticas, como transmitirse afecto y ternura a través de las caricias. Para los ancianos que han sabido amar llenando así de sentido su vida, la vejez es con frecuencia la época de la cosecha. Las semillas del amor, cuidadosamente plantadas desde hace tantos años, han ido germinando. La persona que ha amado, cuando llegan los momentos finales de su vida, cuentan con la presencia y atención de los demás, porque generalmente se recoge lo que se ha sembrado. Lo que se dio con generosidad y alegría, retorna con creces. En la pareja se realiza un apoyo mutuo, una solidaridad ante los últimos problemas de la vida, una ósmosis, una transfusión de riquezas y cualidades, aunque también de defectos, del uno hacia el otro, por lo que en estos últimos años de vida, las parejas cuya relación ha sido un éxito pueden decirse mutuamente: “Lo que soy, lo que he conseguido ser, si mi vida ha estado llena de sentido, ha sido gracias a ti” y “sé en quién he puesto mi confianza” (2 Tim 1,12).
Estamos indudablemente ante una de las más grandes cimas que puede alcanzar el amor humano y la sexualidad al servicio del amor. No es casualidad que el amor más intenso por el otro aparezca en personas ancianas. En el arte de vivir está el saber envejecer juntos. Las personas ancianas sanas tienden a fundir amor y sexualidad y pueden disfrutar intensamente de los placeres sexuales, pero también les son menos indispensables que en otras épocas de la vida y saben prescindir de los mismos sin daño para la propia individualidad y felicidad.
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