¿Puede haber casos en que el uso de medios anticonceptivos pueda no ser pecado?
si no se pueden realizar aquí y ahora los tres valores de fomento del mutuo amor, de procreación responsable y de unión de ambos, significados en todo coito, está claro que hay que realizar aquéllos que se presenten en este momento como más importantes o mayores
por Pedro Trevijano
¿Puede haber casos en que el uso de medios anticonceptivos, ciertamente no abortivos, pueda no ser pecado?: Sí.
1. Como remedio terapéutico (HV 15).
2. En caso de legítima defensa, por ejemplo, el célebre caso de las monjas en el Zaire, ante el peligro muy probable de violación, o en el de una mujer a quien un marido despreocupado exige indebidamente el acto conyugal. Son los casos en los que la relación sexual no es responsable ni humana.
3. En caso de conflicto de deberes. Dice el episcopado francés: “La contracepción no puede ser nunca un bien. Es siempre un desorden, pero este desorden no es siempre culpable. Hay en efecto esposos que se consideran ante verdaderos conflictos de deberes. Nadie desconoce las angustias espirituales en que se debaten esposos sinceros, sobre todo cuando la observancia de ritmos naturales no consigue “dar una base suficientemente segura a la regulación de nacimientos” (HV 24). Por una parte ellos son conscientes del deber de respetar la apertura a la vida de todo acto conyugal, estiman igualmente en conciencia deber evitar o retrasar para más tarde un nuevo nacimiento, y no pueden recurrir al ritmo biológico. Por otra parte no ven en lo que les concierne, cómo renunciar a la expresión física de su amor sin que se vea amenazada la estabilidad de su matrimonio (GS 51)”.
“A este respecto, recordamos simplemente la enseñanza constante de la moral: cuando se está en una alternativa de deberes donde, cualquiera que sea la decisión tomada, no se puede evitar un mal, la sabiduría tradicional prevé que se averigüe delante de Dios cuál de los deberes en conflicto es mayor. Los esposos se decidirán después de una reflexión común, llevada con todo el cuidado que requiere la grandeza de su vocación conyugal”.
“No pueden nunca olvidar ni despreciar ninguno de los deberes en conflicto. Guardarán, pues, su corazón disponible a la llamada de Dios, atentos a toda posibilidad nueva que volviese a poner en planteamiento su elección o su conducta de hoy...”.
“Sin embargo los esposos no concluyan nunca que están dispensados de todo esfuerzo: testigos de la esperanza, están obligados a combatir, con la gracia de Dios, el mal bajo todas sus formas, y a hacer aparecer, ya desde ahora, el comienzo de una creación transfigurada (Sant 1,18)” (obispos franceses nº 16).
Obrar de manera responsable en moral no es poner actos que no tengan imperfecciones, lo que es una tarea imposible, sino es intentar amar, hacer el bien y rechazar el pecado; se trata de buscar el comportamiento que respete y valore lo mejor posible a las personas. El acto a elegir, cuando existan varios posibles, será aquél que en la situación concreta de los esposos suponga el menor elemento negativo posible. Obrar de manera responsable es buscar la mejor solución entre los diversos valores que deben ser salvaguardados.
Creo que podemos decir que se trata de un caso de conciencia perpleja en el que todas las alternativas parecen pecaminosas y no queda otro remedio que elegir el que se cree es el mal menor. A esta conciencia perpleja se puede llegar porque el hombre es mucho más rico y complejo que cualquier norma externa con la que se pretenda regular su conducta (los canonistas conocen bien estos problemas, especialmente cuando se da un conflicto entre el foro interno y el foro externo). No hay que olvidar que “no es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien” (HV, 14).
Pero estos matrimonios no pueden procrear porque sería un mal y la paternidad responsable constituye un deber ético. Por otra parte la manifestación de cariño es necesaria para mantener la mutua comunión, pudiendo ser la abstinencia un mal moral (1 Cor 7,5), ya que hay el deber evidente de expresar el cariño con actos concretos, y si alguno de estos actos es necesario, es moralmente obligatorio. No cabe otra salida sino el empleo de anticonceptivos, cuya utilización el papa nos recuerda que es también un mal. Nos encontramos ante una triple disyuntiva en la que ninguna solución salva todos los valores que debiera salvar y en consecuencia la pareja que opta por la alternativa que considere mejor o menos mala, no puede ser acusada de pecado. Es decir, si no se pueden realizar aquí y ahora los tres valores de fomento del mutuo amor, de procreación responsable y de unión de ambos, significados en todo coito, está claro que hay que realizar aquéllos que se presenten en este momento como más importantes o mayores.
La misma encíclica tiene por su parte una afirmación en la que reconoce lo fácil que puede ser para muchos católicos encontrarse ante esta conciencia perpleja: “Es de desear en particular que, según el augurio expresado ya por Pío XII, la ciencia médica logre dar una base, suficientemente segura, para una regulación de nacimientos, fundada en la observancia de los ritmos naturales. De este modo los científicos, y en especial los católicos, contribuirán a demostrar con los hechos que, como enseña la Iglesia, “no puede haber verdadera contradicción entre las leyes que regulan la transmisión de la vida y aquéllas que favorecen un auténtico amor conyugal”” (HV 24). Este texto presenta un problema muy importante no sólo en este campo de la paternidad responsable, sino de toda la moral católica: a veces nos encontramos frente a problemas de los que no sabemos la solución adecuada. La postura correcta es seguir la investigación con la confianza puesta en que Dios sólo quiere que actuemos humanamente, conforme a nuestro leal saber y entender y de hecho hay ya muy importantes avances.
1. Como remedio terapéutico (HV 15).
2. En caso de legítima defensa, por ejemplo, el célebre caso de las monjas en el Zaire, ante el peligro muy probable de violación, o en el de una mujer a quien un marido despreocupado exige indebidamente el acto conyugal. Son los casos en los que la relación sexual no es responsable ni humana.
3. En caso de conflicto de deberes. Dice el episcopado francés: “La contracepción no puede ser nunca un bien. Es siempre un desorden, pero este desorden no es siempre culpable. Hay en efecto esposos que se consideran ante verdaderos conflictos de deberes. Nadie desconoce las angustias espirituales en que se debaten esposos sinceros, sobre todo cuando la observancia de ritmos naturales no consigue “dar una base suficientemente segura a la regulación de nacimientos” (HV 24). Por una parte ellos son conscientes del deber de respetar la apertura a la vida de todo acto conyugal, estiman igualmente en conciencia deber evitar o retrasar para más tarde un nuevo nacimiento, y no pueden recurrir al ritmo biológico. Por otra parte no ven en lo que les concierne, cómo renunciar a la expresión física de su amor sin que se vea amenazada la estabilidad de su matrimonio (GS 51)”.
“A este respecto, recordamos simplemente la enseñanza constante de la moral: cuando se está en una alternativa de deberes donde, cualquiera que sea la decisión tomada, no se puede evitar un mal, la sabiduría tradicional prevé que se averigüe delante de Dios cuál de los deberes en conflicto es mayor. Los esposos se decidirán después de una reflexión común, llevada con todo el cuidado que requiere la grandeza de su vocación conyugal”.
“No pueden nunca olvidar ni despreciar ninguno de los deberes en conflicto. Guardarán, pues, su corazón disponible a la llamada de Dios, atentos a toda posibilidad nueva que volviese a poner en planteamiento su elección o su conducta de hoy...”.
“Sin embargo los esposos no concluyan nunca que están dispensados de todo esfuerzo: testigos de la esperanza, están obligados a combatir, con la gracia de Dios, el mal bajo todas sus formas, y a hacer aparecer, ya desde ahora, el comienzo de una creación transfigurada (Sant 1,18)” (obispos franceses nº 16).
Obrar de manera responsable en moral no es poner actos que no tengan imperfecciones, lo que es una tarea imposible, sino es intentar amar, hacer el bien y rechazar el pecado; se trata de buscar el comportamiento que respete y valore lo mejor posible a las personas. El acto a elegir, cuando existan varios posibles, será aquél que en la situación concreta de los esposos suponga el menor elemento negativo posible. Obrar de manera responsable es buscar la mejor solución entre los diversos valores que deben ser salvaguardados.
Creo que podemos decir que se trata de un caso de conciencia perpleja en el que todas las alternativas parecen pecaminosas y no queda otro remedio que elegir el que se cree es el mal menor. A esta conciencia perpleja se puede llegar porque el hombre es mucho más rico y complejo que cualquier norma externa con la que se pretenda regular su conducta (los canonistas conocen bien estos problemas, especialmente cuando se da un conflicto entre el foro interno y el foro externo). No hay que olvidar que “no es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien” (HV, 14).
Pero estos matrimonios no pueden procrear porque sería un mal y la paternidad responsable constituye un deber ético. Por otra parte la manifestación de cariño es necesaria para mantener la mutua comunión, pudiendo ser la abstinencia un mal moral (1 Cor 7,5), ya que hay el deber evidente de expresar el cariño con actos concretos, y si alguno de estos actos es necesario, es moralmente obligatorio. No cabe otra salida sino el empleo de anticonceptivos, cuya utilización el papa nos recuerda que es también un mal. Nos encontramos ante una triple disyuntiva en la que ninguna solución salva todos los valores que debiera salvar y en consecuencia la pareja que opta por la alternativa que considere mejor o menos mala, no puede ser acusada de pecado. Es decir, si no se pueden realizar aquí y ahora los tres valores de fomento del mutuo amor, de procreación responsable y de unión de ambos, significados en todo coito, está claro que hay que realizar aquéllos que se presenten en este momento como más importantes o mayores.
La misma encíclica tiene por su parte una afirmación en la que reconoce lo fácil que puede ser para muchos católicos encontrarse ante esta conciencia perpleja: “Es de desear en particular que, según el augurio expresado ya por Pío XII, la ciencia médica logre dar una base, suficientemente segura, para una regulación de nacimientos, fundada en la observancia de los ritmos naturales. De este modo los científicos, y en especial los católicos, contribuirán a demostrar con los hechos que, como enseña la Iglesia, “no puede haber verdadera contradicción entre las leyes que regulan la transmisión de la vida y aquéllas que favorecen un auténtico amor conyugal”” (HV 24). Este texto presenta un problema muy importante no sólo en este campo de la paternidad responsable, sino de toda la moral católica: a veces nos encontramos frente a problemas de los que no sabemos la solución adecuada. La postura correcta es seguir la investigación con la confianza puesta en que Dios sólo quiere que actuemos humanamente, conforme a nuestro leal saber y entender y de hecho hay ya muy importantes avances.
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