Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La edad del pavo


Los padres pueden ayudar eficazmente. Ante todo tienen que hacer posible que puedan recurrir a ellos porque allí tienen apoyo y evitar así que la pandilla sea su único refugio y criterio a la hora de abordar los problemas.

por Pedro Trevijano

Opinión

Hay un momento especialmente difícil en la vida de los adolescentes: es lo que generalmente se llama la edad del pavo, aunque nunca se me olvidará la frase que me contó una madre que le había dicho su hija de doce años sobre su hermana de catorce: “Mamá, mi hermana no está en la edad del pavo; mi hermana tiene la gripe aviar”. En el intento de afirmar la personalidad, es frecuente que se intente hacerlo contra los adultos en general y contra los padres en particular, irritándose en casa fácilmente. Hay en ellos desproporción física, coexistencia de adornos y suciedad, trabajo infatigable y negra pereza, optimismo desbordante y depresiones profundas, idealismo que les hace buscar lo verdadero, auténtico y absoluto, por lo que es la época en que surgen buena parte de las vocaciones consagradas, pero también se dejan llevar por sus instintos, sentido de inferioridad y timidez, a la vez que en la pandilla desfachatez y falta de respeto. En pocas palabras, el problema de fondo es que su personalidad todavía no está integrada.

Chicos y chicas actuales tienen actualmente mucha más libertad para decir lo que quieren, reclamar sus derechos reales o presuntos y hacer lo que les apetece. Es indudable que el respeto y sobre todo el miedo reverencial hacia los padres han disminuido notablemente, pero los adolescentes siguen siendo los adolescentes y sus problemas no son tan diferentes de los de la época de sus padres, abuelos e incluso de la Antigüedad. Recuerdo que en cierta ocasión leí una descripción que me pareció muy acertada sobre los jóvenes actuales. El único problema es que estaba escrito en la época de César Augusto. Recuerdo que una madre me decía: “Mis hijos son los adolescentes y jóvenes actuales, y yo no estoy nada descontenta de mis hijos”. Personalmente a mis alumnos les ha tocado vivir la edad del pavo siendo mis alumnos, y, en el caso de una gran mayoría, especialmente si se les quiere, se puede hacer un buen trabajo con ellos, porque no son chicos especialmente difíciles, aunque también me parece cierto, que para lograr ayudaros, el adulto tiene que dejarse su orgullito en un armario, si bien por supuesto no hay que tolerarlos todo, y de vez en cuando conviene decirles hasta aquí hemos llegado. Pero normalmente eso lo entienden.

Es cierto que necesitan normas. Los padres han de intentar manifestarse ante ellos siempre de acuerdo. En las normas de casa, hay algunas que son innegociables, y otras que admiten negociación y concesiones. Aunque siempre es preferible que las normas se expongan de forma más razonada que impositiva, tienen que darse cuenta que su conducta y su trabajo escolar hacen que los padres puedan tener mayor o menor confianza en ellos y ser más o menos abiertos. La confianza no puede imponerse, es algo que se gana y merece y esto vale no sólo para los padres en relación con los hijos, sino también para los hijos en relación con los padres.

Recuerdo que un padre de familia numerosa me decía de dos de sus hijos: “Tengo que estar todo el día encima de uno para que abra los libros y estudie. El cambio del otro casi me despreocupo, pues es muy responsable”. Pienso que fuera de casa son más responsables. Durante unos veinte años he viajado con un centenar de chicos y chicas de Instituto quince días por Europa y, aunque les dejábamos salir por la noche, eso sí en grupo, nunca se nos perdió nadie, ni tuvimos un disgusto gordo, aunque supongo que el ángel de la guarda de los viajes tenía trabajo a destajo.

Los padres pueden ayudar eficazmente. Ante todo tienen que hacer posible que puedan recurrir a ellos porque allí tienen apoyo y evitar así que la pandilla sea su único refugio y criterio a la hora de abordar los problemas. Tiene por el contrario muchas ventajas que los padres procuren crear un clima agradable y un ambiente familiar alegre, acogedor y hospitalario que les estimule a venir a casa con los amigos a divertirse o a estudiar. Si los padres lo consiguen, eso indica que han conseguido ganarse su confianza, lo que ayuda a su maduración, especialmente la del hijo de la casa, pues es quien debe encargarse que sus amigos se porten bien, cuiden lo que usan y lo dejen todo relativamente ordenado, pues también deben quedar claros los límites. En todo caso sirve para que los padres sepan y conozcan con quien salen sus hijos. Es conveniente que los padres dialoguen con los padres de los amigos y usen del tam tam del teléfono, a fin de ponerse de acuerdo en las horas de llegada a casa, permisos especiales y dinero que manejan.

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