El valor de la Verdad: Dios existe
el que de verdad cree en la existencia de Dios vive de manera diferente de quien no cree en Él.
por Pedro Trevijano
Entre los valores que en el Prefacio de la Misa de Cristo Rey se nos describe como constituyente del Reino está la Verdad. ¿Pero cómo hemos de entenderla?
Actualmente, el gran problema en torno a la Verdad es: ¿Existe una Verdad Objetiva, sí o no? Ante esta pregunta hay una doble respuesta. Mientras unos pensamos que por supuesto hay una Verdad Objetiva, que el Bien y el Mal son claramente diferentes, que existen una serie de valores eternos e inmutables, los otros por el contrario defienden que no hay verdades objetivas, que todo es opinable y depende del punto de vista desde el que se mire, y que ni siquiera los valores esenciales, como la libertad, la vida, la justicia, el amor, la paz, son objetivos e inamovibles.
Cuando se escribió en 1948 la Declaración Universal de Derechos Humanos, uno de sus redactores, Jacques Maritain, explicó que había sido posible el acuerdo sobre cuáles eran los derechos humanos fundamentales, pero no en cuál era el fundamento de esos derechos, que para nosotros, los que creemos en la Verdad Objetiva, sólo puede ser Dios, mientras que para los no creyentes, al no existir Dios, es la conciencia personal o la voluntad popular, pero al carecer de un centro de referencia, esos derechos pueden cambiar, como ya está sucediendo con los llamados nuevos derechos humanos, muchas veces en abierta contraposición con los Derechos de 1948. En la concepción relativista el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. Nos encontramos por tanto con la no existencia de reglas generales universalmente válidas
En cambio, el que de verdad cree en la existencia de Dios vive de manera diferente de quien no cree en Él. No hace mucho un amigo me decía: “Si Dios no existe, he hecho el idiota toda mi vida”. Le contesté: “Esa misma es la opinión de San Pablo”. En efecto, leemos en 1ª Corintios 15: “Pues bien, si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (vv. 1314); “si Cristo no ha resucitado, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (v.32). Por supuesto creer en Dios no es algo irracional y el Concilio Vaticano I nos dice: “La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas” (Denzinger nº 1785). Pienso que los argumentos a favor de la creencia en Dios, especialmente que el universo tenga comienzo y hasta más o menos se sabe su edad, supone que hay un ser inteligente detrás, y, sobre todo, el ansia de felicidad eterna que todos tenemos y que nos haría víctimas de una gigantesca estafa si Dios no existiera, me parecen mucho más fuertes que los argumentos de los no creyentes contra la existencia de Dios. Además, si Dios no existe, está claro que todo termina con la muerte, pero resulta que uno de los grandes argumentos en contra de la existencia de Dios, la existencia de injusticias y de mal en el mundo, entonces sí que se hace un problema realmente insoluble, porque en ese caso los malvados gozarían de impunidad en sus crímenes.
Cristo en su comparecencia ante Pilato, nos dice: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37), y también nos dice: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6), con lo cual nos indica no sólo que hay una Verdad Objetiva, que es Dios mismo y que la verdad y la vida determinan la calidad del camino, es decir la divinidad de Cristo (la verdad) y la meta divina a la que conduce (la vida). Es decir la Verdad (Cristo) nos lleva hacia Dios Padre. Ahora bien para recorrer el camino que nos lleva hacia Cristo, y por Él a Dios Padre, contamos con el apoyo de la Revelación, o sea la Sagrada Escritura en el Antiguo y sobre todo en el Nuevo Testamento, así como la Tradición, sin olvidar el Magisterio de la Iglesia, ni la doctrina de Padres, Doctores y Teólogos, jugando también su papel las ciencias humanas. En cuanto a nosotros, los seres humanos, buscamos naturalmente la verdad, y estamos obligados a hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa, que, una vez conocida, estamos obligados a adherirnos a ella y a vivir según sus exigencias (cf. Declaración del Concilio Vaticano II sobre la Libertad Religiosa nº 2). Somos nosotros y nuestra conciencia quienes debemos buscar la verdad y, una vez conocida, seguirla, sin tratar de manipularla a nuestra conveniencia. Pero si no creemos ni en la existencia de Dios, ni en la Verdad objetiva, ni en el Bien, ¿cómo vamos a buscarlos? Termino con una simple pregunta para los ateos: si Dios no existe:¿cuál es el sentido de la vida? Gracias.
Actualmente, el gran problema en torno a la Verdad es: ¿Existe una Verdad Objetiva, sí o no? Ante esta pregunta hay una doble respuesta. Mientras unos pensamos que por supuesto hay una Verdad Objetiva, que el Bien y el Mal son claramente diferentes, que existen una serie de valores eternos e inmutables, los otros por el contrario defienden que no hay verdades objetivas, que todo es opinable y depende del punto de vista desde el que se mire, y que ni siquiera los valores esenciales, como la libertad, la vida, la justicia, el amor, la paz, son objetivos e inamovibles.
Cuando se escribió en 1948 la Declaración Universal de Derechos Humanos, uno de sus redactores, Jacques Maritain, explicó que había sido posible el acuerdo sobre cuáles eran los derechos humanos fundamentales, pero no en cuál era el fundamento de esos derechos, que para nosotros, los que creemos en la Verdad Objetiva, sólo puede ser Dios, mientras que para los no creyentes, al no existir Dios, es la conciencia personal o la voluntad popular, pero al carecer de un centro de referencia, esos derechos pueden cambiar, como ya está sucediendo con los llamados nuevos derechos humanos, muchas veces en abierta contraposición con los Derechos de 1948. En la concepción relativista el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. Nos encontramos por tanto con la no existencia de reglas generales universalmente válidas
En cambio, el que de verdad cree en la existencia de Dios vive de manera diferente de quien no cree en Él. No hace mucho un amigo me decía: “Si Dios no existe, he hecho el idiota toda mi vida”. Le contesté: “Esa misma es la opinión de San Pablo”. En efecto, leemos en 1ª Corintios 15: “Pues bien, si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (vv. 1314); “si Cristo no ha resucitado, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (v.32). Por supuesto creer en Dios no es algo irracional y el Concilio Vaticano I nos dice: “La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas” (Denzinger nº 1785). Pienso que los argumentos a favor de la creencia en Dios, especialmente que el universo tenga comienzo y hasta más o menos se sabe su edad, supone que hay un ser inteligente detrás, y, sobre todo, el ansia de felicidad eterna que todos tenemos y que nos haría víctimas de una gigantesca estafa si Dios no existiera, me parecen mucho más fuertes que los argumentos de los no creyentes contra la existencia de Dios. Además, si Dios no existe, está claro que todo termina con la muerte, pero resulta que uno de los grandes argumentos en contra de la existencia de Dios, la existencia de injusticias y de mal en el mundo, entonces sí que se hace un problema realmente insoluble, porque en ese caso los malvados gozarían de impunidad en sus crímenes.
Cristo en su comparecencia ante Pilato, nos dice: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37), y también nos dice: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6), con lo cual nos indica no sólo que hay una Verdad Objetiva, que es Dios mismo y que la verdad y la vida determinan la calidad del camino, es decir la divinidad de Cristo (la verdad) y la meta divina a la que conduce (la vida). Es decir la Verdad (Cristo) nos lleva hacia Dios Padre. Ahora bien para recorrer el camino que nos lleva hacia Cristo, y por Él a Dios Padre, contamos con el apoyo de la Revelación, o sea la Sagrada Escritura en el Antiguo y sobre todo en el Nuevo Testamento, así como la Tradición, sin olvidar el Magisterio de la Iglesia, ni la doctrina de Padres, Doctores y Teólogos, jugando también su papel las ciencias humanas. En cuanto a nosotros, los seres humanos, buscamos naturalmente la verdad, y estamos obligados a hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa, que, una vez conocida, estamos obligados a adherirnos a ella y a vivir según sus exigencias (cf. Declaración del Concilio Vaticano II sobre la Libertad Religiosa nº 2). Somos nosotros y nuestra conciencia quienes debemos buscar la verdad y, una vez conocida, seguirla, sin tratar de manipularla a nuestra conveniencia. Pero si no creemos ni en la existencia de Dios, ni en la Verdad objetiva, ni en el Bien, ¿cómo vamos a buscarlos? Termino con una simple pregunta para los ateos: si Dios no existe:¿cuál es el sentido de la vida? Gracias.
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