La ruta de Francisco: testimonio cuerpo a cuerpo
la pastoral de ayuda tiene que ser cuerpo a cuerpo, o sea acompañar. Y esto significa perder el tiempo. El gran maestro de perder el tiempo es Jesús, ¿no? Ha perdido el tiempo acompañando, para hacer madurar las conciencias, para curar heridas, para enseñar
por José Luis Restán
El largo coloquio del Papa Francisco con los miembros del Movimiento de Schoenstatt, que celebraban el centenario de su fundación, se ha producido una semana después de que bajaran las persianas en el aula sinodal que albergó el vibrante debate sobre la familia. Y en las palabras de Francisco se puede seguir la traza de sus preocupaciones ante el camino que ahora se abre.
“La familia cristiana, la familia, el matrimonio, nunca fue tan atacado como ahora… a la familia se la golpea, y a la familia se la bastardea… Además, cuánta familia herida, cuánto matrimonio deshecho, cuánto relativismo en la concepción del sacramento del matrimonio… ¿Qué podemos hacer? Sí podemos hacer buenos discursos, declaraciones de principios, a veces hay que hacerlo… eso hay que decirlo. Pero la pastoral de ayuda tiene que ser cuerpo a cuerpo, o sea acompañar. Y esto significa perder el tiempo. El gran maestro de perder el tiempo es Jesús, ¿no? Ha perdido el tiempo acompañando, para hacer madurar las conciencias, para curar heridas, para enseñar”.
Hay un momento en que Francisco es durísimo con los males de este tiempo, cuando describe a borbotones los destrozos de lo que él llama “la cultura de lo provisorio”, la incapacidad para el compromiso, y también las huellas terribles que deja en los hijos (generaciones enteras) la ruptura del matrimonio de sus padres. “Cuántos hay que no se casan, conviven… convivencias part-time. De lunes a jueves con mi novia y de viernes a domingo con mi familia. O sea, son nuevas formas totalmente destructivas, limitadoras de la grandeza del amor del matrimonio”. Y de nuevo la pregunta: “¿entonces qué hacemos? La clave que puede ayudar es cuerpo a cuerpo, acompañando, no haciendo proselitismo, porque eso no resulta”. Tengo la intuición de que este es el fondo de la preocupación del Papa: frente a tanta destrucción hace falta el cuerpo a cuerpo, y tantas veces no estamos dispuestos… Este cuerpo a cuerpo es distinto a la mera repetición literal de la doctrina, pero también a la mera disolución en la mentalidad de los tiempos, al buenismo que esconde las llagas de la cultura del relativismo.
Por eso es importante otro momento de este coloquio, cuando Francisco explica el método del testimonio citando a Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción… La atracción la da el testimonio. Consejo primero: testimonio. O sea, vivir de tal manera que otros tengan ganas de vivir. Como nosotros. Testimonio. No hay otro. No hay otro… Nosotros no somos salvadores de nadie. Somos transmisores de alguien que nos salvó a todos. Y eso solamente lo podemos transmitir si asumimos en nuestra vida, en nuestra carne, en nuestra historia, la vida de ese alguien que se llama Jesús. O sea testimonio. Testimonio”.
Temo que hagamos de esta fuerza motriz un eslogan vacío, un esquema. Es importante comprender lo que quiere transmitir Francisco en perfecta continuidad con su predecesor. Testimonio no se puede reducir a buen ejemplo, ni siquiera a “obras de caridad”, es la comunicación de la vida de Jesús ofrecida a través de nuestra humanidad entera (razón, afecto, libertad) en un diálogo dramático, cuerpo a cuerpo, con la libertad del otro que tengo delante. El otro que tiene su historia, sus rebeldías, sus oscuridades, pero sobre todo su corazón que busca, que desea.
Y Francisco explica de nuevo. “O sea salir, salir de nosotros mismos. Una Iglesia o un movimiento, una comunidad cerrada se enferma… Un movimiento, una Iglesia, una comunidad que sale se equivoca, se equivoca. Pero es tan lindo pedir perdón cuando uno se equivoca. Así que no tengan miedo. Salir en misión. Salir en camino… Se sale para dar algo, se sale en misión, no se sale para dar vueltas sobre uno mismo, dentro de un laberinto que ni nosotros mismos podemos comprender”.
Hay un momento en que uno de los jóvenes de Schoenstatt pregunta al Papa por su “secreto” para mantener la esperanza y la alegría en medio de las dificultades de la historia presente. Para entonces Francisco habla ya a corazón abierto, y es imposible no conmoverse: “Tengo mucha confianza… Yo sé que Él no me va a abandonar… Eso sí, pido. Porque también soy consciente de que tantas cosas malas y de tantas ‘macanas’ que hice, eh, cuando no me abandoné y quise yo controlar el timón, ¿no? Quise entrar en ese camino tan ‘embromado’ que es el auto-salvarse, ¿no?, es decir, no yo me salvo cumpliendo, con el cumplimiento… era la salvación de los Doctores de la Ley, de los saduceos, de esa gente que le hacía la vida imposible a Jesús. Pero no sé. Sinceramente, en serio, no sabría explicarlo. Me abandono, rezo. Pero nunca me falla, ¿eh? Él no falla. Él no falla. Y he visto que Él es capaz, a través, no digo a través mío, sino a través de la gente de hacer milagros. Yo he visto milagros que el Señor hace a través de la gente que va por este camino de abandonarse en sus manos”.
Otro momento capital para entender a Francisco es su explicación del tema de las periferias, a veces manoseado y reducido por tantos comentaristas: “Hay un solo centro. Es Jesucristo. Mirar las cosas desde las periferias, ¿no? Porque se ven más, más claras… Cuando uno se va encerrando en el pequeño mundito, el mundito del movimiento, de la parroquia, del arzobispado, o acá, el mundito de la Curia, entonces no se capta la verdad. Sí se la capta quizás en teoría, pero no se capta la realidad de la verdad en Jesús. Entonces la verdad se capta mejor desde la periferia que desde el centro. Eso a mí me ayuda... Me acuerdo de cómo cambió la concepción, la cosmovisión del mundo, desde Magallanes en adelante, o sea una cosa era ver el mundo desde Madrid, o Lisboa, y otra cosa era verlo desde allá, desde el Estrecho de Magallanes. Ahí empezaron a entender otra cosa”.
Por último la reforma de la Iglesia. Algunos ya tenían diseñada su reforma y tratan de hacer entrar a Francisco por su aro. Otros anuncian el fin del mundo si algo se mueve. Francisco tira de ironía: “Algunos piensan en la gran revolución, ¿no? Alguno por ahí dice ‘el Papa revolucionario’, todas esas historias, ¿no?”. Y sin embargo esta conciencia de que la Iglesia debe reformarse continuamente está en los primeros Padres, en la eclesiología más antigua. Ecclesia Semper Renovanda. Es lo que hicieron los santos, advierte el Papa. A través de su santidad renovaron la Iglesia, ellos son los que llevan adelante la Iglesia. Me temo que alguno pueda llevarse una decepción: “renovar la Iglesia no es principalmente hacer un cambio aquí, un cambio allá. Hay que hacerlo porque la vida siempre cambia, y hay que adaptarse. Pero esa no es la renovación… Acá mismo, es público, por eso me atrevo a decirlo, hay que renovar la Curia, el Banco del Vaticano, hay que renovarlos. Todas son renovaciones de afuera. Esas que dicen los diarios. Es curioso. Ninguno habla de la renovación del corazón. No entienden nada de lo que es renovar la Iglesia. Esa la santidad. Renovar el corazón de cada uno”.
Uno puede no entender ciertas cosas, o tardar en entenderlas. Incluso puede discutirlas. Pero es imposible no sentir el deseo de salir siguiendo a Pedro, centrados sólo en Jesús, deseosos de ese cuerpo a cuerpo con los hombres, hasta alcanzar el Estrecho de Magallanes y más allá.
© PáginasDigital.es
“La familia cristiana, la familia, el matrimonio, nunca fue tan atacado como ahora… a la familia se la golpea, y a la familia se la bastardea… Además, cuánta familia herida, cuánto matrimonio deshecho, cuánto relativismo en la concepción del sacramento del matrimonio… ¿Qué podemos hacer? Sí podemos hacer buenos discursos, declaraciones de principios, a veces hay que hacerlo… eso hay que decirlo. Pero la pastoral de ayuda tiene que ser cuerpo a cuerpo, o sea acompañar. Y esto significa perder el tiempo. El gran maestro de perder el tiempo es Jesús, ¿no? Ha perdido el tiempo acompañando, para hacer madurar las conciencias, para curar heridas, para enseñar”.
Hay un momento en que Francisco es durísimo con los males de este tiempo, cuando describe a borbotones los destrozos de lo que él llama “la cultura de lo provisorio”, la incapacidad para el compromiso, y también las huellas terribles que deja en los hijos (generaciones enteras) la ruptura del matrimonio de sus padres. “Cuántos hay que no se casan, conviven… convivencias part-time. De lunes a jueves con mi novia y de viernes a domingo con mi familia. O sea, son nuevas formas totalmente destructivas, limitadoras de la grandeza del amor del matrimonio”. Y de nuevo la pregunta: “¿entonces qué hacemos? La clave que puede ayudar es cuerpo a cuerpo, acompañando, no haciendo proselitismo, porque eso no resulta”. Tengo la intuición de que este es el fondo de la preocupación del Papa: frente a tanta destrucción hace falta el cuerpo a cuerpo, y tantas veces no estamos dispuestos… Este cuerpo a cuerpo es distinto a la mera repetición literal de la doctrina, pero también a la mera disolución en la mentalidad de los tiempos, al buenismo que esconde las llagas de la cultura del relativismo.
Por eso es importante otro momento de este coloquio, cuando Francisco explica el método del testimonio citando a Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción… La atracción la da el testimonio. Consejo primero: testimonio. O sea, vivir de tal manera que otros tengan ganas de vivir. Como nosotros. Testimonio. No hay otro. No hay otro… Nosotros no somos salvadores de nadie. Somos transmisores de alguien que nos salvó a todos. Y eso solamente lo podemos transmitir si asumimos en nuestra vida, en nuestra carne, en nuestra historia, la vida de ese alguien que se llama Jesús. O sea testimonio. Testimonio”.
Temo que hagamos de esta fuerza motriz un eslogan vacío, un esquema. Es importante comprender lo que quiere transmitir Francisco en perfecta continuidad con su predecesor. Testimonio no se puede reducir a buen ejemplo, ni siquiera a “obras de caridad”, es la comunicación de la vida de Jesús ofrecida a través de nuestra humanidad entera (razón, afecto, libertad) en un diálogo dramático, cuerpo a cuerpo, con la libertad del otro que tengo delante. El otro que tiene su historia, sus rebeldías, sus oscuridades, pero sobre todo su corazón que busca, que desea.
Y Francisco explica de nuevo. “O sea salir, salir de nosotros mismos. Una Iglesia o un movimiento, una comunidad cerrada se enferma… Un movimiento, una Iglesia, una comunidad que sale se equivoca, se equivoca. Pero es tan lindo pedir perdón cuando uno se equivoca. Así que no tengan miedo. Salir en misión. Salir en camino… Se sale para dar algo, se sale en misión, no se sale para dar vueltas sobre uno mismo, dentro de un laberinto que ni nosotros mismos podemos comprender”.
Hay un momento en que uno de los jóvenes de Schoenstatt pregunta al Papa por su “secreto” para mantener la esperanza y la alegría en medio de las dificultades de la historia presente. Para entonces Francisco habla ya a corazón abierto, y es imposible no conmoverse: “Tengo mucha confianza… Yo sé que Él no me va a abandonar… Eso sí, pido. Porque también soy consciente de que tantas cosas malas y de tantas ‘macanas’ que hice, eh, cuando no me abandoné y quise yo controlar el timón, ¿no? Quise entrar en ese camino tan ‘embromado’ que es el auto-salvarse, ¿no?, es decir, no yo me salvo cumpliendo, con el cumplimiento… era la salvación de los Doctores de la Ley, de los saduceos, de esa gente que le hacía la vida imposible a Jesús. Pero no sé. Sinceramente, en serio, no sabría explicarlo. Me abandono, rezo. Pero nunca me falla, ¿eh? Él no falla. Él no falla. Y he visto que Él es capaz, a través, no digo a través mío, sino a través de la gente de hacer milagros. Yo he visto milagros que el Señor hace a través de la gente que va por este camino de abandonarse en sus manos”.
Otro momento capital para entender a Francisco es su explicación del tema de las periferias, a veces manoseado y reducido por tantos comentaristas: “Hay un solo centro. Es Jesucristo. Mirar las cosas desde las periferias, ¿no? Porque se ven más, más claras… Cuando uno se va encerrando en el pequeño mundito, el mundito del movimiento, de la parroquia, del arzobispado, o acá, el mundito de la Curia, entonces no se capta la verdad. Sí se la capta quizás en teoría, pero no se capta la realidad de la verdad en Jesús. Entonces la verdad se capta mejor desde la periferia que desde el centro. Eso a mí me ayuda... Me acuerdo de cómo cambió la concepción, la cosmovisión del mundo, desde Magallanes en adelante, o sea una cosa era ver el mundo desde Madrid, o Lisboa, y otra cosa era verlo desde allá, desde el Estrecho de Magallanes. Ahí empezaron a entender otra cosa”.
Por último la reforma de la Iglesia. Algunos ya tenían diseñada su reforma y tratan de hacer entrar a Francisco por su aro. Otros anuncian el fin del mundo si algo se mueve. Francisco tira de ironía: “Algunos piensan en la gran revolución, ¿no? Alguno por ahí dice ‘el Papa revolucionario’, todas esas historias, ¿no?”. Y sin embargo esta conciencia de que la Iglesia debe reformarse continuamente está en los primeros Padres, en la eclesiología más antigua. Ecclesia Semper Renovanda. Es lo que hicieron los santos, advierte el Papa. A través de su santidad renovaron la Iglesia, ellos son los que llevan adelante la Iglesia. Me temo que alguno pueda llevarse una decepción: “renovar la Iglesia no es principalmente hacer un cambio aquí, un cambio allá. Hay que hacerlo porque la vida siempre cambia, y hay que adaptarse. Pero esa no es la renovación… Acá mismo, es público, por eso me atrevo a decirlo, hay que renovar la Curia, el Banco del Vaticano, hay que renovarlos. Todas son renovaciones de afuera. Esas que dicen los diarios. Es curioso. Ninguno habla de la renovación del corazón. No entienden nada de lo que es renovar la Iglesia. Esa la santidad. Renovar el corazón de cada uno”.
Uno puede no entender ciertas cosas, o tardar en entenderlas. Incluso puede discutirlas. Pero es imposible no sentir el deseo de salir siguiendo a Pedro, centrados sólo en Jesús, deseosos de ese cuerpo a cuerpo con los hombres, hasta alcanzar el Estrecho de Magallanes y más allá.
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