Cincuenta años agrediendo a otros acusándoles de fascismo
Quien, en el mundo católico, está trabajando para reducir progresivamente la experiencia cristiana a un espiritualismo subjetivista y privado, eliminando cualquier tensión por la presencia de los católicos en la vida cultural y social, debería saber que está asumiendo una gravísima responsabilidad.
Es un hecho triste pero ampliamente previsto. Durante más de cincuenta años he visto ante mi a estos facinerosos -que golpean a los otros acusándoles de ser fascistas-, en todos los ámbitos a los que me ha llevado mi vida profesional y pastoral, sobre todo en las escuelas y las universidades, donde he intentado -creo que de manera positiva– ayudar a miles de jóvenes a recuperar su identidad católica y a vivir una presencia cristiana en su ambiente, animada por la verdad de la fe y una gran capacidad de caridad y de encuentro con los hombres.
Siempre me he reconocido en el pasaje de la Centesimus Annus en el que San Juan Pablo II afirma que cuando la Iglesia trabaja para la libertad no lo hace sólo por sí misma, sino por todos los hombres, los pueblos y las naciones. Es evidente que estos márgenes de libertad están reduciéndose progresivamente en nuestro país, contrariamente a lo que dicta la Constitución, que pone la libertad personal y social como fundamento de todo el ordenamiento democrático.
Muchos, empezando por las instituciones, tienen que reflexionar sobre esta degradación que hoy ve, cada vez más, una mayor dificultad en la práctica de la libertad en todo el territorio nacional. Y lo mismo deben hacer algunos órganos de prensa, porque es evidente que esta noticia ha sido eliminada por muchos a propósito. [Monseñor Negri, arzobispo de Ferrara-Comacchio, se refiere a las agresiones sufridas el pasado domingo en varias ciudades de Italia por los centinelas que se manifestaban en silencio a favor de la vida, n.n.] Esa misma prensa que nos satura con informaciones sobre los partidos de fútbol y los detalles sobre las efusiones de personajes del espectáculo y la política.
El pueblo católico debe permaner firme en su adhesión a los principios de la doctrina social de la Iglesia y dispuesto a una presencia en la vida de la sociedad, demostrando cómo el amor a la propia libertad puede convertirse en trabajo, fatiga y sufrimiento con el fin de que nadie vea reducida o eliminada esta misma libertad. Quien, en el mundo católico, está trabajando para reducir progresivamente la experiencia cristiana a un espiritualismo subjetivista y privado, eliminando cualquier tensión por la presencia de los católicos en la vida cultural y social, tal vez debería saber que está asumiendo una gravísima responsabilidad de colusión en lo que respecta a esta situación. Se trata de una responsabilidad que cada uno deberá poner ante su propia conciencia y ante Nuestro Señor Jesucristo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Siempre me he reconocido en el pasaje de la Centesimus Annus en el que San Juan Pablo II afirma que cuando la Iglesia trabaja para la libertad no lo hace sólo por sí misma, sino por todos los hombres, los pueblos y las naciones. Es evidente que estos márgenes de libertad están reduciéndose progresivamente en nuestro país, contrariamente a lo que dicta la Constitución, que pone la libertad personal y social como fundamento de todo el ordenamiento democrático.
Muchos, empezando por las instituciones, tienen que reflexionar sobre esta degradación que hoy ve, cada vez más, una mayor dificultad en la práctica de la libertad en todo el territorio nacional. Y lo mismo deben hacer algunos órganos de prensa, porque es evidente que esta noticia ha sido eliminada por muchos a propósito. [Monseñor Negri, arzobispo de Ferrara-Comacchio, se refiere a las agresiones sufridas el pasado domingo en varias ciudades de Italia por los centinelas que se manifestaban en silencio a favor de la vida, n.n.] Esa misma prensa que nos satura con informaciones sobre los partidos de fútbol y los detalles sobre las efusiones de personajes del espectáculo y la política.
El pueblo católico debe permaner firme en su adhesión a los principios de la doctrina social de la Iglesia y dispuesto a una presencia en la vida de la sociedad, demostrando cómo el amor a la propia libertad puede convertirse en trabajo, fatiga y sufrimiento con el fin de que nadie vea reducida o eliminada esta misma libertad. Quien, en el mundo católico, está trabajando para reducir progresivamente la experiencia cristiana a un espiritualismo subjetivista y privado, eliminando cualquier tensión por la presencia de los católicos en la vida cultural y social, tal vez debería saber que está asumiendo una gravísima responsabilidad de colusión en lo que respecta a esta situación. Se trata de una responsabilidad que cada uno deberá poner ante su propia conciencia y ante Nuestro Señor Jesucristo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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