Si la Iglesia se transforma en un lugar donde expresar la propia opinión
No hay duda de que la Iglesia vive, hoy, una situación de gran dificultad y enorme confusión; es como si no fuera capaz de hacer al mundo una propuesta clara, una propuesta que implique el tema fundamental del significado de la vida, del significado de la existencia. Se limita a hacer una serie de observaciones de carácter particular relacionadas, prevalentemente, con todas las dificultades, los problemas y los errores de ciertas gestiones eclesiales, y no aprovecha esta complejidad de situaciones y fatigas para volver a proponer, explícitamente, el anuncio de Cristo.
Cada día asistimos a la publicación de documentos relacionados con una gestión que es, como mínimo, equívoca y superficial de hechos relacionados con personalidades de gran relevancia de la realidad eclesial. Pero es como si fueran una serie de detalles que no nos explican la verdadera dificultad de la Iglesia, que es de identidad, de experiencia de vida, de capacidad de enfrentarse al mundo.
Desde luego, el pueblo cristiano no es indiferente a la existencia de hechos que ven implicadas a demasiadas autoridades eclesiales, que han actuado de manera superficial. O de hechos difícilmente comprensibles si se sigue una línea de claridad eclesial y que, en cambio, son fácilmente considerados como connivencia: connivencia con personajes, con grupos, con comportamientos. Parece como si la realidad eclesial, la realidad de la Santa Sede, conviviera, discutiera y chocara con los lobbys.
Es indudable que todo esto ha hecho que la autoridad de la vida de la Iglesia disminuya enormemente en el pueblo cristiano y la sociedad. La Iglesia es tratada como un objeto sometido a opiniones o reacciones, y es ya considerada un ámbito en el que conviven y se enfrentan las opiniones más distintas sobre los elementos fundamentales de la fe: el dogma de Cristo, el dogma de la Iglesia, la novedad de la vida cristiana, la fuerza intangible e insuperable de los sacramentos, la proclamación correcta de la palabra de Dios que es responsabilidad improrrogable de la Iglesia, etc.
Si la Iglesia se convierte en un argumento sobre el que opinar, si la Iglesia se convierte en un lugar de opiniones que no se pueden frenar, ¿quién asegura al pueblo cristiano la certeza de la fe, la fuerza de la caridad? Y, sobre todo, ¿quién educa al pueblo cristiano a una responsabilidad de presencia laical? Los laicos que son expresión de esta vida eclesial bastante superficial, ¿de verdad son esos laicos vivos, activos, emprendedores de los que habló Benedicto XVI durante su inolvidable visita a la diócesis de San Marino-Montefeltro? ¿O son unos clericales?
Pongo un ejemplo para aclarar esto: conozco una situación en la que al final de una reunión, un grupo de laicos que debería haber reflexionado sobre su propia identidad en el mundo manifestaron en cambio como exigencia fundamental que ya no se celebrara la misa según el rito antiguo, y que no se utilizaran algunas oraciones litúrgicas tradicionales, consideradas superadas. Es decir, que tenemos laicos que se ocupan sobre todo de cosas sobre las que no tienen competencia y de las que no deberían preocuparse. ¿Quién piensa entonces en la presencia del mundo? ¿Y quién responde al formidable desafío que plantea a la conciencia y al corazón de la Iglesia un mundo en ruinas?
En lugar de crear un pueblo de laicos, corremos el riesgo de crear sólo un pueblo de clericales. Y no hay nada más sórdido y equívoco que los clericales. Pues bien, yo creo que la Iglesia no puede no sentir este desafío que le plantea esta crisis. Creo que esta es la verdadera crisis interna de la Iglesia. Es indudable que todos los defectos, los errores y los pecados existen y que tienen que ser debidamente denunciados y abordados, pero la cuestión fundamental es que se está corriendo el riesgo de tener una Iglesia que, en lugar de formar un pueblo, forme el peor doble del clero.
No sé cuánto tiempo puede durar aún esta cuestión sin que haya reacciones graves. A menudo reflexiono sobre esas páginas extraordinarias de Giorgio La Pira, uno de los laicos más iluminados del siglo pasado, un hombre en cuya imagen se ha concretado la capacidad creadora del laicado católico. En páginas muy dolorosas, Giorgio La Pira habló de la rabia de la pobre gente. La gente presente en las iglesias se siente abandonada a sí misma y no acogida; no sé si ya se ha instaurado en ellos la rabia, pero poco falta. Y quien provoque la rabia del pueblo cristiano tendrá que asumir una responsabilidad terrible ante Dios y la historia.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
Monseñor Luigi Negri es arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio (Italia).
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