El suicidio
por Pedro Trevijano
Parece ser que en España está subiendo el número de suicidas, más de cinco mil al año, de manera más que preocupante, hasta el punto de ser la principal causa de muerte de jóvenes.
El suicidio consiste en darse muerte a sí mismo. El suicidio es una falta moral muy grave, pues supone una triple deserción de las propias obligaciones morales. Es un pecado contra Dios, que es el Señor de la vida y nos tiene ordenado el respeto a la vida humana, incluida la propia; es falta contra la sociedad, porque es deserción de los servicios morales que estamos llamados a rendir a los otros; y es falta contra nosotros mismos, por lo que supone de incumplimiento de la realización personal.
El motivo inmediato del suicidio puede ser la desesperación, pero ésta no es sino la consecuencia de la pérdida del sentido de la vida. Cuando la vida es sólo éxito, sexo o dinero, el derrumbamiento de estos ideales determina el hundimiento de los motivos de la existencia. Por ello el remedio más eficaz contra la plaga del suicidio consiste en la concepción religiosa de la vida, en la educación para soportar sus cargas, descubriendo en ellas medios de purificación y elevación hacia Dios. El suicidio es desde luego un crimen, y quien lo realiza responsablemente comete una grave falta, porque atenta contra la vida, que es un don precioso de Dios.
Por ello la condena del suicidio es clarísima, pero la cosa se complica cuando se trata de condenar al suicida. El don de la vida es tan grande que parece imposible que nadie en su sano juicio lo realice por simple desesperación. Incluso cuando es el último paso en el camino de degeneración moral, cabe preguntarse si todavía sigue existiendo libertad y salud mental. En otros casos se llega al suicidio por enfermedad mental o nerviosa. El cáncer y el corazón matan, pero también pueden hacerlo los nervios, y por supuesto sin responsabilidad moral, puesto que se ha perdido la libertad.
Lo que es muy complicado es el caso de quienes se suicidan porque esperan beneficiar a los demás con su sacrificio. No hablamos del gesto fanático o loco, sino del suicidio realizado con plena libertad y con la esperanza de obtener algo bueno para el mundo. Más que juzgarlo, lo que hemos de hacer es renovar nuestra voluntad de vivir para seguir luchando por los ideales por los que en nuestra opinión merece la pena sacrificarse. Lo mejor que siempre podemos hacer es dar sentido a la vida presente y potenciar la fe en la vida futura.
No debemos desesperar de la salvación del suicida. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2283: “No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado, por caminos que Él solo conoce, la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida”.
En la biografía El cura de Ars de Francis Trochu leí que una señora fue a Ars a buscar paz después del suicidio de su marido, tras un revés económico. El cura de Ars, que no la conocía de nada, le dijo nada más verla: “Señora, esté usted tranquila. Su marido tuvo tiempo de arrepentirse desde que se tiró del puente hasta que llegó al suelo”.
Otros artículos del autor
- Los conflictos matrimoniales y su superación
- Cielo, purgatorio, infierno
- Los hijos del diablo, según Jesucristo
- Iglesia, nacionalismo y bien común
- El Antiguo Testamento y la elección de Israel
- Creo en la Comunión de los Santos
- Familia, demonio y libertad
- Los días más especiales en una vida humana
- Sin Dios ni sentido común
- Conferencia episcopal e ideología de género